14.4.10
LAS MEMORIAS DE GYULA / KOSICE EN RADAR
Kosice se puso el nombre de su pueblo natal para hacerse ciudadano del futuro. Mezcla arte con arquitectura todas las mañanas, como si se preparara un café con leche. No está en el presente, no está en la realidad, sino mucho más allá, en otra parte.
Siempre me interesó la gente que se fabrica un mundo nuevo para vivir ahí. Kosice no sólo lo hizo, lo sigue haciendo. Fundador del Madí, creador de la Hidrocinética y de unas naves hidroespaciales que envidiarían Los Supersónicos, Kosice es de esas personas que hace posible todo lo que imagina. Y cuando digo todo, es TODO. Poesía, pintura, escultura, urbanismo, máquinas, invenciones. Un capo.
El hombre común puede preguntarse qué le pasará al entrar en la última etapa de su vida a un artista que ha desarrollado toda su obra en base a la idea del porvenir. Kosice no se lo pregunta, se arremanga y trabaja. Me atiende en su estudio. Lleva puesto un guardapolvo azul. Me presenta a sus asistentes con amabilidad. Se frota las manos como un niño. Tiene un nuevo concepto artístico en mente. Se queja únicamente de su falta de memoria. Está en el momento más creativo de su carrera, aunque con Kosice esto siempre parece un eufemismo, o una exageración.
Dan ganas de decirle: No se detenga nunca, maestro.
¿Por qué una autobiografía?
–Yo no quiero oírme mi edad, pero nací en 1924. Ya era hora de que mi trayectoria se combinara con mi vida de porvenirismo, de lo que está por venir. Es una autobiografía tardía. Una de las razones es sacarme las persistencias que me siguen, para poder mirar más adelante. Es un señalamiento: hasta aquí llegué. Ahora, a vivir y a crear en el tiempo que me quede.
La pregunta venía por otro lado. ¿Por qué no una biografía, teniendo tantos amigos artistas que saben escribir, tantos biógrafos posibles?
–Me han sacado algunas biografías...
Una autobiografía siempre está limitada a la trampa de la modestia. Suelen ser, para quienes las escriben, más carga que liberación.
–Yo quería corregir el azar.
¿Qué azar? ¿El que los otros biógrafos le indujeron a su vida?
–Simplemente el azar de existir. Y poetizar el mundo...
Eso lo quiso siempre. Desde aquel único número de la revista Arturo. ¿O qué otra cosa eran esos manifiestos, sino intentos de poesía?
–Arturo fue una revista que salió en el año ‘44. Ahí ya decíamos: “El hombre no ha de terminar en la Tierra”. Nadie sabe de dónde aparece el nombre Arturo. Le voy a dar una primicia. Lo iba a decir el día de la presentación de mi autobiografía, pero no quería crear otra polémica. Ahora se lo voy a decir a usted. A los 18 años busqué la palabra arte en el diccionario Sopena. Tres tomos grandotes, gordos. La palabra siguiente a arte era Arturo. Viene del griego: centinela de la Osa. La Osa es una de las veinte estrellas más importantes del Universo. Cuando le fuimos a poner un nombre a la revista, hubo una resistencia de los miembros. Querían ponerle Meridiano de Buenos Aires o El arte abstracto en el Sur... Fueron discusiones, más que diálogos. Finalmente se acepta Arturo, pero no se aclara por qué. Fue lo mismo que pasó con el nombre Madí. Madí viene de “Madrid, Madrid, ¡no pasarán!”, el slogan de los republicanos españoles. El origen de las palabras es fundamental en mi libro. Por lo menos que se conozca la verdad de primera mano. Ese es el sentido. No quiero interferencias. Arturo fue la revista latinoamericana más importante desde el inicio de las artes hasta la actualidad. ¡Y duró un solo número! Sacamos el número cero y se acabó. Hoy es inhallable.
Se está por reeditar, ¿no?
–Sí, lo anuncié en el Malba y todos aplaudieron. Pero el editor no quiere poner ninguna aclaración, cosa que me parece un error. Nosotros decíamos “invención contra automatismo” y la tapa misma de la revista traía una ilustración que era automática. Un dibujo automático. Los de adentro, los dibujos de Tomás Maldonado, también eran automáticos. Había contradicciones en Arturo, que ahora sería bueno explicar, ya que sale de nuevo. Después de Arturo vino la primera muestra de Arte Madí en la casa de Pichon-Rivière, y la segunda en lo de Grete Stern. Esos fueron los pilotes para edificar el movimiento. En el año ‘46, en el Instituto Francés de Estudios Superiores de la calle Florida, escribí y lancé el Manifiesto Madí.
¿Usted conoció a Tristán Tzara antes de Madí, o después?
–Después. Yo llegué a París en 1958 y ahí conocí a Tzara. El nos enseñó que había que tirar por la ventana a todos los amigos, para no repetir las consignas del arte academicista. Hay una foto de ese momento. También vi a André Breton, en el mismo viaje, pero no me dejó pasar con el fotógrafo. El que me enseñó mucho fue Sartre. Decía: “No elegir es otra manera de elegir”. Elegir es lo que hice en toda mi trayectoria y gracias a eso evolucioné. La autobiografía no es otra cosa que palabras explicando mi obra, aunque lo que vale es la obra. Sartre también me dijo, cuando le pregunté cuál era la mayor ambición de su vida: “Ser inmortal, para después morirme”. Eso representa, definitivamente, la obra de uno.
Sigue en Página 12.
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