25.2.10

DADA MANIFIESTO SOBRE EL AMOR DÉBIL Y EL AMOR AMARGO (VI) / TRISTÁN TZARA

Parece ser que existe eso: más lógico, muy lógico, demasiado lógico, menos lógico, poco lógico, verdaderamente lógico, bastante lógico.

Pues entonces saquen las consecuencias.

- Ya:

Ahora llamen en la memoria al ser que más aman.

- ¿Ya?

Díganme el número yo les diré la lotería.

24.2.10

DADA MANIFIESTO SOBRE EL AMOR DÉBIL Y EL AMOR AMARGO (IV) / TRÍSTÁN TZARA

¿Es acaso necesaria la poesía? Yo sé que aquellos que más fuerte gritan en su contra sin saberlo le destinan y preparan una perfección confortable: -a eso le llaman futuro higiénico.

Se prevé el aniquilamiento (siempre próximo) del arte. Aquí deseamos un arte más artístico. Higiene se vuelve pureza diosmío diosmío.

¿Acaso ya no debe creer uno en las palabras? ¿Desde cuándo expresan lo contrario de lo que el órgano que las emite piensa y quiere?

He aquí el gran secreto:


- El pensamiento se hace en la boca.

19.2.10

EL DÍA QUE ME SENTÍ EN EL MATADERO / VERANO 12


La primera vez que leí El matadero fue en el colegio, hace años. Recuerdo haberme quedado pegado al episodio del niño al que el lazo desprendido le rebana la cabeza de un chicotazo. Su cuerpo sigue sentado sobre el poste, arrojando chorros de sangre como en Kill Bill, de Tarantino. Y la cabeza rueda por el suelo. Aunque en El matadero nada pueda rodar, porque el suelo es de barro, la cabeza del niño salía rodando igual que en Eraserhead, de David Lynch, hasta la calle.
Ambas películas fueron filmadas después de 1974, año en que terminé la primaria. Es obvio que las vi de grande. Pero podría afirmar que esas escenas ya las tenía en mi mente a los doce años, idénticas en su locura bizarra, solamente por haber leído a Echeverría. Si yo hubiera sido niño durante la Colonia habría estado sentado en ese poste, mirando manear al toro.

La segunda vez me lo hizo leer Ani Shua, para que advirtiera cómo debía resolver un cuento sobre cosechadores de papas que estaba escribiendo en ese tiempo, y para el que le había pedido una opinión. Yo tendría treinta años y no había entendido que mis paperos no debían ser parte del paisaje, sino ser el paisaje. Negros hasta la cabeza como cáscaras humanas. Con barro pegado no a sus pieles sino a sus almas.

Me sorprendió toda esa primera parte del relato conocido de Echeverría: fue nueva, como si jamás antes la hubiera leído. Y ahí me acordé de La ciénaga, la genial película de Lucrecia Martel, y del déjà vu que tuve el día en que me enfrenté por primera vez a la escena de la vaca adentro del pantano. Claro, ya la tenía vista en El matadero.

Volví a ver la película de Martel decenas de veces (siempre leo en ella detalles nuevos, pura literatura) y a leer el cuento de Echeverría unas veintenas más (siempre logro verle detalles nuevos, cine en su más acabada expresión). Pero lo que más me impresionó de la última vez que releí El matadero fue comprender la actualidad del episodio del unitario al que le explotan los huevos de rabia, y reconocer mi propia rabia en la época del conflicto con el campo, por la que rompí amistades y hasta una feliz pareja. Me sentí de nuevo poniéndome de una parte en el discurso de la civilización y la barbarie. Aunque en el reciente discurso del campo el lobo viniera cubierto por una piel de oveja escondiendo a traidores y dinosaurios bajo un disfraz civilizado, y noso-tros quedáramos, a su lado, tristes y solos como una barbarie. Creo sinceramente que no se perdieron cien días en ese sí cobarde de un vicepresidente para el olvido, sino cientos de años. Como si fuera un viaje al pasado, como si siempre tuviéramos que volver al barro del matadero.
Sentaditos ahí, con cinco años, mirando la faena. Con los cuellos estirados para ver más lejos, con los cuellos blancos y despejados entre toda esa humedad oscura, dispuestos a lo que sea por la curiosidad.

(Lo que entró de "El Matadero" en Página 12.)

17.2.10

PEDRO LEMEBEL / MANIFIESTO

No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.

16.2.10

EFRAÍN MEDINA REYES / GAME OVER

Esta vez es el fin
las chicas tienen ese
extraño y deleznable
hábito de sólo poner
punto final cuando encuentran
un mamífero
al que aferrarse
Estoy herido
y no tengo posibilidad de culpar
a nadie
ni siquiera a mí
La culpa es un consuelo
que en este caso no existe
Las chicas deben encontrar
su equilibrio
su felicidad
su mierda de vida con su mierda
de mamífero
Soy el prisionero
lo que dejas atrás
la sombra inhumana
Ella llama pureza
a su incapacidad
a su inutilidad
a su amor tibio y trasnochado
a su derrota
a su mediocre amor encontrado
para deshacerse de mí
Soy un tipo jodido
no puro
no contaminado
el asesino de tus ansias
Ella es bella
y tiene ahora su chico bello
y vacío como un agujero en el agua
y se amarán unos días
mientras mi calor dure en ella
y luego la muerte
el matrimonio
las segundas intenciones
(lo que ella llama pureza)
Lo siento chica
no puedo ser música para tus oídos
soy indómito
de una fibra diferente
has querido jugar con fuego
(game over, amor)
No quiero decir con esto
que ella no haya sido todo mi sueño
o que vaya a dejar de amarla en un segundo
no estoy decepcionado
apenas hondamente herido
porque la vida hiere
sólo a quien la vive
Ella sabe bien lo que hace
tiene ahora su coartada
para no sentirse una puttana
y lo celebro
porque la adoro
pero, niña mía, la única
cosa bella y pura que tendrás
es este amor impuro
que dejo en ti
muy adentro de ti
como una mancha invisible
un pecado sin dios
Él es sólo un chico que estaba allí
un hombrecito a la medida
de tu incapacidad
de sostenerte conmigo en
la cuerda floja
y ahora eres su mujercita
y pueden ir por ahí a beber
a estar tumbados bajo el sol
a reír
y el tiempo pasa
y la memoria de mis besos
permanece
Me siento fatal
debo beber esta noche
debo mirar una bella chica
y quizá algo suceda
o nada en absoluto
soy un sujeto jodido
capaz de irse sin dejar huella
Aférrate a tu pedazo
de nada
tu chico
tu pureza
a fin de cuentas eres sólo una chica
la más bella mujer
voy a extrañarte esta noche
o quizá algo suceda
o nada en absoluto
Cada cosa que dije
la sentí en los huesos
ahora digo adiós
o quizá algo suceda
o nada en absoluto.

15.2.10

2046 / WONG KAR-WAI

"El amor es una cuestión de coordinación. Es inútil hallar a la persona correcta, si no es el momento adecuado".

12.2.10

CLETO 3 / FEINMANN

Hay frases que deben agradecerse. Hay personajes que no pueden dejar de ser lo que son y, por consiguiente, en algún momento se les escapa la verdad. Tan hondamente la llevan en sus corazones. Hacemos referencia al señor vicepresidente de la CRA (Confederaciones Agrarias Argentinas). No sólo dijo algo que pensaba, algo de su historia personal, de su infancia tal vez, hizo una síntesis admirable de la educación argentina desde 1880 hasta el presente. Acaso algo haya cambiado. Pero es difícil cambiar las cosas en ese ámbito. Tan cerrado está, tan estructurado, que todo cambio es “subversivo”. El personaje se llama Néstor Roulet. Un argentino como cualquier otro, que se educó en la escuela argentina, bajo sus valores, bajo su visión de los hechos. Se trata de un militante agrario. Un hombre con fe en la tierra y en Dios. Su fe en Dios la manifestó por medio de su fe en la Virgen, que, Santa Trinidad mediante, es lo mismo. Dijo: “Después de 120 días en la ruta, luchando, parando y gritando, evidentemente hubo una mano de arriba que nos iluminó. Detrás de esa mano estuvo la Virgen María, pidiendo por todos los productores argentinos”. Tal vez sea más razonable decir que la mano que los iluminó no vino “de arriba”. Aunque si tenemos en cuenta que esa mano fue la del vicepresidente del partido al que enfrentaban, hombre que cumplía, en tanto tal, su función de presidir el Senado, hombre que había llegado ahí por elección del partido gobernante, y que, súbitamente, da una voltereta y les vota a favor a los agraristas, no puede caber duda alguna: alguna iluminación celestial tuvo lugar ahí. Sí, detrás de la mano de Cleto estuvo la de la Virgen. Es asombrosa la intervención de los dioses en los momentos decisivos de la vida argentina. La “mano de Dios” fue la que hizo el gol de Maradona ante los ingleses, que vengó la deshonrosa derrota del Ejército del majestuoso general Galtieri en Malvinas. Un Ejército formado por jovencitos vejados por sus superiores más que por el enemigo y del que hasta la fecha se han suicidado 290 ex combatientes. Pero “la mano de Dios”, que empujó la de Maradona, lavó el honor argentino. Ahora es “la mano de la Virgen”. Que, sin duda, empujó al Cleto a su célebre voto “no positivo”, ejemplo de la palabra dada a los compañeros de fórmula, aquellos a quienes decidió unirse, pero también ejemplo de que la libertad es la esencia de la política, de modo que si uno tiene ganas de no actuar según había prometido hacerlo y decide hacer lo contrario es porque es libre, sépase esto bien, pues se trata de un nuevo principio: la traición es la expresión suprema de la libertad. Porque todo aquel que traiciona se libera, ante todo, de la palabra dada. ¿Qué es eso de someterse a lo que uno ha dicho? Uno es libre. Y un hombre libre dice algo hoy y mañana otra cosa. De modo que nadie espere nada de la “palabra de honor” de otro. Bah, ¡esas antigüedades! La “palabra de honor” ata al ser humano a algo que dijo en el pasado. La “traición”, en cambio, lo mantiene en estado constante de libertad. De decisión, de elección permanente. Si quieres tener a tu lado a un hombre libre, no exijas mi “palabra de honor”, déjame ser libre. O sea, clavar mi puñal en tu espalda siempre que se me antoje. Morirás, pero a manos de un hombre libre. Esta es la ética-Cleto. Me he tomado la libertad de apenas esbozarla, pero prometo darle más desarrollo porque es, en verdad, revolucionaria. Bien, según Néstor Roulet, que es el vicepresidente de CRA (Confederaciones Rurales Argentinas), la Virgen María ha pedido por todos los productores argentinos.

Esto es secundario. Roulet dijo algo mucho más importante. Habló de su maestra de historia. Y –suponemos que con cierta nostalgia por esos años escolares de plenitud– dijo que ella le enseñó que la grandeza de esta patria que habitamos había sido hecha, era debida a tres instituciones: la Iglesia, el Ejército y el campo. Instó a la población en general a “activar eso” porque con esas tres instituciones y el resto de lo que hay en el país la Argentina debiera ser “realmente un país grande”. La Argentina es un “país grande”. Difícil saber qué clase de grandeza tiene. Pero que es grande, lo es. Y lo que Roulet cuenta de su buena maestra es cierto. Esa es la educación que todos, no sólo él, hemos recibido: la Argentina se inicia en 1810 y ya se había insinuado en las gloriosas jornadas de 1806 y 1807 donde pueblo y Ejército, juntos, echaron al invasor colonialista británico, al que luego el señor Roulet y sus amigos le vendieron la carne durante larguísimos años. En 1810, un abogado con marcas de viruela y un militar, Saavedra, hacen la llamada Revolución de Mayo. En 1820, anarquía. Porque los caudillos bárbaros del interior atan sus cabalgaduras en la Plaza de la República. En 1826, el constitucionalismo de Rivadavia, el “más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, según dirá el general Mitre, y nuestro primer empréstito: la Baring Brothers se pone al servicio del desarrollo argentino. En 1828, Lavalle, mal aconsejado, fusila a Dorrego. Pero sólo porque fue mal aconsejado. En 1830, la primera tiranía. Rosas y la Mazorca. Los Libres del Sur, que eran buena gente de campo, se rebelan contra el tirano. La gente de honor huye a Montevideo. En 1852, otra vez la libertad, gracias a los ejércitos del general Urquiza. En Pavón, el general Mitre vence a Urquiza y se afianza la organización nacional, que se consolida en 1880, con el militar Roca, que conquista el desierto y reparte la tierra a poca gente pero buena, de su familia y de algunas otras, todas de gran alcurnia. En 1910, el primer centenario. Somos el granero del mundo. El país de los ganados y las mieses que canta Lugones. Este es el gran momento. La “patria de nuestros padres y abuelos”. Aquí la maestra del señor Roulet se habrá detenido largamente a explicar el momento cumbre de la Argentina. Luego, la inmigración. Alguna, laboriosa. Otra, no. Para los no-laboriosos: Ejército. Para los laboriosos: jornales, mendrugos, pero el honor de vivir en el gran país del Sur. La tierra sigue dando sus frutos. Es la patria. En sus entrañas reposa el ser nacional. Luego, la crisis del ’29. El proyecto agrario se derrumba. Era una caricatura de país. Pero no: Julito Roca negocia las carnes con Inglaterra y a seguir. Sustitución de importaciones. Y en seguida un grave inconveniente: ese general Perón, un enemigo del campo. La segunda tiranía. El campeón de las retenciones a través de un organismo totalitario: el IAPI. Pero ahora sí, más unidos que nunca, el campo, la Iglesia y el Ejército salvan al país. El tirano huye. La libertad vuelve a reinar. Hasta que regresa traído por un movimiento juvenil subversivo–marxista. Pero se muere. Y otra vez: la Iglesia, el Ejército y el campo y un señor de Acindar, Martínez de Hoz, hacen tronar el escarmiento. El campo aplaude, disfruta, se siente seguro y hace grandes negocios. La Iglesia consuela el corazón atormentado de los patriotas que tienen que hacer esos vuelos necesarios pero que solían incomodar a ciertas almas no tan seguras de la misión de la patria en ese momento. Ahí, la Iglesia: “Hijo mío, has hecho lo que Dios te ordenó hacer. No sufras. Si la patria te exige que arrojes jóvenes vivos al río color de león, tú lo haces. Te absuelvo por toda la eternidad”. Y el Ejército, que estaba muy bien preparado (por la OAS y la Escuela de las Américas) para limpiar al país de la escoria antioccidental y anticristiana, lo hizo. Y luego esa heroica gesta de Malvinas, que nuestro pueblo apoyó (y si no vean esa Plaza de Mayo vivando al Ejército en la persona del general Leopoldo Fortunato Galtieri, vean ahí a nuestro pueblo de Mayo sosteniendo otra gesta contra el imperio que buscó someternos en 1806 y 1807) y perdimos pero volveremos. Y luego la democracia (en la que nunca nos vimos muy cómodos pero que se amoldó a nosotros maravillosamente). Alfonsín se hizo el difícil durante dos años e injurió a los héroes de la guerra contra el marxismo, pero vino ese peronista magnífico, Carlos Menem, y nos dio todo lo que queríamos y se llevó todo lo que él pidió, para él y para sus fieles compinches, que eran muchos. Total, esto da para todo. Lo único necesario para que sea así es que los que no son nosotros se mueran de hambre. Grandes días los del señor Menem, hombre de campo al fin y al cabo. Hombre del interior. Y ahora estamos otra vez atacados por la escoria nacionalista, estatista, montonera, marxista y enemiga de la patria y de la tierra. Pero el pueblo, como en las grandes jornadas de la patria, sigue a nuestro lado y lo demostró. En esas cacerolas de este otoño cuya grandeza nadie podrá narrar volvió a escucharse el repiqueteo glorioso del tambor de Tacuarí.

Esta es la historia que le enseñaron a Roulet en la escuela. La historia que él creyó porque era la de los suyos. La que siempre se enseñó. La que todos tuvimos que aprender. La que nadie se atreve a modificar. La naturalmente argentina. Debo confesarlo: le tengo una enorme envidia a Roulet. El es un argentino, no yo. Ni yo ni todos esos que andan por ahí, con apellidos raros o con colores de piel tirando a negro, a carbón, a tierra, no de campo fértil, sino de basurero, de baldío. Yo ando estos días medio vanidoso porque publiqué un libro de filosofía de casi mil páginas. Pero qué idiota: ¿qué le importa eso a Roulet? El tiene mucho más. No necesita hacer nada. El país es suyo. Uno escribe mil páginas porque tiene un apellido de judío de mierda y tiene que justificarse de algún modo. Hacerse un lugar. ¡Hola, aquí estoy! Me eduqué en Viamonte 430, de donde salían marxistas a montones. No me gusta la tierra. Y creo que la oligarquía, la Iglesia y el Ejército hicieron un país para ellos, un país, diría si me permiten, de mierda y que mataron con inenarrable crueldad siempre que se vieron en peligro. Pero no. No debo creer eso. ¡Qué lindo sería creer lo que creen ellos! El país lo hicieron la Iglesia, el Ejército y el campo. Creer lo que cree Roulet. Sentirse así: con los pies sobre la tierra de uno. Con una identidad poderosa. ¡Con mucha guita, caramba! ¿Cuánto creen que voy a ganar con ese podrido libro de mil páginas? Nada. Lo que Roulet gana con media res. Lo que le paga a un peón, al que encima después lleva a sus manifestaciones patrióticas, con bandera y todo. Para colmo, las librerías hacen enormes pilas con un libro de Savater, que pretende ser de filosofía. O se vende a patadas una huevada infernal de un agroperiodista que dice cómo vivir mejor y más seguro y más pleno. Y si esos libros se venden más es porque los compra Roulet, él y los suyos. Que saben muy bien qué leer.
Ahora, lo justo es justo. Soy un resentido. Reviento de la envidia. Pero puedo jurar algo. Nunca se me daría por creer que la Virgen o el Mesías o Buda o Mahoma... Pero no: no derivemos. Roulet dijo: la “Virgen María”. Nunca se me daría por creer que una mano me ilumina desde arriba, y que detrás de esa mano está la Virgen María pidiendo por todos los pobres filósofos argentinos. Mi relación con lo sagrado es compleja. Transita entre la ira, la duda y la exigua esperanza. Por la pelotudez, nunca.

("La educación argentina", contratapa de Feimann en Página 12, octubre de 2008)

10.2.10

ROMINA MASSARINO Y SUS AIRES DE AUTOR / NOSOTROS EN FRANKFURT

Romina nos colgó el proyecto del Pabellón Frkt en su exquisito blog de diseño y arquitectura.

Es un verdadero honor.

8.2.10

CLETO 2 / FEINMANN

De un muerto se puede decir cualquier cosa. No podrá refutarla. De un muerto se puede hacer cualquier uso. No podrá negarse. De un muerto, cualquiera puede reclamarse heredero. No estará para desautorizarlo. De un muerto se podrá decir que fue malo, que fue bueno, que fue tiránico, que fue arbitrario, que no robó pero dejó robar. No estará para defenderse. Si de los hechos lo que importa son las interpretaciones (según estableció genialmente Nietzsche y siguió Foucault y nosotros, aquí, ya lo sabíamos), de los hechos de la vida de un muerto todos podrán dar infinitas interpretaciones, menos el muerto. El muerto, en suma, está desarmado, está solo, no tiene voz, su opinión no importa porque, sencillamente, no puede emitirla. No puede negar las infamias, ni los inventos, ni los usos desvergonzados que se hacen de él. Si se levantara de la tumba volvería a morirse o mataría a todos los vivos o los vivos (con algún pudor, con algo de honor vigente aunque deshilachado) huirían de él o le pedirían disculpas o morirían de indignidad. Con lo que se transformarían en muertos y pasarían a ser desvergonzadamente utilizados, manipulados como todos los que suelen incurrir en ese hábito tan inconveniente para quienes ceden a él: morirse. De modo que lo mejor es no morirse. Pero, de morirse, conviene morirse en el momento adecuado. Pareciera ser ésta una modalidad radical. Illia se muere en plena campaña del ’83. ¿Qué mejor fortuna para la campaña radical que actualizar la figura del viejito bueno, honorable, que no robó, que no reprimió, que subió con el 22 por ciento de los votos en elecciones fraudulentas, amañadas por oscuros militares antidemocráticos, pero que –suponemos, porque era, sí, una buena persona y un político con pudor democrático que no habría querido seguir la farsa exclusionista del rencoroso Estado Gorila del ’55; suponemos, repito– habría dado elecciones libres, con el peronismo incluido, al final de su mandato? Así, el fantasma de Illia revoloteando por sobre ese peronismo de horrible y cercano pasado (Ezeiza, la Triple A, López Rega, Isabel), con un líder firmante del decreto de “aniquilación de la guerrilla”, con un hombre sin coraje ni convicciones como para decir –como Alfonsín dijo– “no dicten la ley de autoamnistía porque la vamos a derogar”, ese Illia, digo, besa la frente del enérgico, inspirado Alfonsín del ’83 y sólo resta contar los votos para llegar a la felicidad. Dijimos que morirse en el momento adecuado pareciera ser una modalidad radical. Illia se muere para darle el tono ético a los radicales del ’83: “Nosotros no somos ese bandalaje de Ezeiza. Somos un partido de gente bien, herederos de viejitos buenos, que estamos con la vida y no con la rabia”. Ahora –¡a poco tiempo de los comicios!– se muere Alfonsín. ¡Qué bocado para los oportunistas de toda estirpe y condición! Es un regalo del Cielo. La última bendición que ese hombre que vivió para el partido podría darle. Tanto vivió Alfonsín para el partido que durante las jornadas en que la policía de De la Rúa, estado de sitio mediante, perseguía fieramente a los manifestantes de la Plaza de Mayo, molía a palazos a hombres y mujeres, hacía fuego a matar –y, en efecto, mató: hubo cadáveres en esa Plaza–, Alfonsín, desde un ventanal de la Rosada, se agarraba con desesperación la cabeza y exclamaba: “¡Dios mío, esto es el fin del partido!”. Ahora, a ese partido que amó durante toda su vida, le ha hecho el último favor: morirse en época electoral. Y no sólo eso: ¡se murió mientras Cristina estaba de viaje y el inefable Cleto Cobos era Presidente en ejercicio de la República! Cobos –hombre de enormes, ilimitadas ambiciones– habrá proferido: “¡Gracias, Don Raúl! ¡Me la dejó picando!”. Y si no me creen: miren las fotos de Cleto durante la marcha austera del cortejo fúnebre. El no va austero. Está contento, sonríe ganador, saluda hacia los balcones con su mano derecha levantada, o la izquierda. Créanme: Dios está con Cobos. ¡Presidente de la República durante las honras fúnebres a Alfonsín! Dios o el Diablo o el sentido más profundo de la Historia están con Cobos. Sólo hay algo que no está con Cobos. Cobos. Cleto Cobos es el peor escollo que tiene este político hasta hoy afortunado en su carrera inocultable hacia el lugar que ambiciona: la presidencia en 2011. Si no fuera Cobos, con la suerte que tiene y con las limitaciones racionales que exhibe el electorado citadino desde hace ya unos años, era cantado: Presidente en 2011. Pero no: Cleto Cobos tiene limitaciones casi insalvables. No son las partidarias que tenía Alfonsín. (Nota: Uno no puede estar escribiendo todo durante todo el tiempo. Hace casi un mes, antes que se desatara este vendaval santificador, en el N° 71 de los textos sobre filosofía del peronismo que publico en éste, mi diario, como bien dice Osvaldo Bayer, porque lo sentimos y lo sabemos nuestro, hice un amplio, un positivo retrato de Alfonsín. Beto Brandoni y Héctor Olivera, dos alfonsinistas pasionales, podrían dar testimonio de todo le que le dije al Beto en un momento de amargura que tuvo por lo que él sentía como una falta de reconocimiento para con Alfonsín. De modo que no voy a cantar loas aquí, ya que sería, además, un abuso al que todos fuimos sometidos.) Quien, Alfonsín, era capaz de pasarse horas averiguando cómo andaba el partido en Curuzú Cuatiá o en Rafaela o en Venado Tuerto, mientras, él me lo contó, un tipo tan valioso –un prócer ya olvidado de la política argentina– como Carlos Auyero esperaba cruzar unas palabras con él. Alfonsín amaba a su partido. Cleto Cobos no. Cleto no ama nada. Salvo a Cleto y su estrella. Pero tiene, dijimos, limitaciones serias. Cleto Cobos no tiene, por ejemplo, la cara de Hegel. La inteligencia no brilla en ella. Pero es gracioso. A mí, lo confieso, me interesa el hombre. Se habrá acaso observado que no hablo de la llamada “oposición”. Es tanto lo poco que me agrada que hasta me disgusta teclear sus nombres. O que aparezcan en un texto mío. Elijo algunos rodeos si no tengo más remedio que señalarlos: “Esa señora que tiene a Dios de gurú y consulta con él todas sus decisiones”. O “ese alegre muchacho de los ’90 devenido gran estadista en el siglo XXI”. O “esas agro-caceroleras que hablan de la condición prostibularia de la Presidenta porque aseguran haberla visto en los burdeles en que trabajan”. Pero con Cleto no. Cleto me cae simpático. Es tan patético, es tan transparente, tiene una ambición tan desmedida que no puede ocultarla, se le ve todo el tiempo. Por ejemplo: la noche del voto “no positivo” vuelve a Mendoza en auto, no en avión. Porque –luego de haber hecho una magistral actuación acerca de la reflexividad profunda, del sincero desgarramiento que le reclamó su decisión histórica– se fue a recorrer las provincias y a recibir, con los brazos en alto, a lo campeón, las ovaciones de medio país. O durante el sepelio de Alfonsín. Lo que había que hacer era claro. Ese día había que usar al ilustre muerto para la solemnidad de la despedida final. Si despedir a ese tío medio tonto que sólo sabía contar chistes verdes en los almuerzos del domingo requiere –el día de su entierro– cierta dosis de seriedad, de cara pesarosa, de cara que diga: “Qué momento tan triste. Era un tarado pero lo vamos a extrañar. ¿Quién nos va a entretener con esos chistes pelotudos ahora? Hasta los ravioles van a tener otro gusto”, ¿qué cara requerirá despedir al “padre de la democracia” argentina? Había una sola cara para ese día: “Con él muere la democracia. O lo poco que de ella queda luego de estos años de crispación autoritaria”. Ese era el uso señalado por las usinas ideológicas que prepararon el Operativo Alfonsín para la coyuntura: entierro. Cleto no. Cleto es fresco, la vida le gusta, todo le sale bien. Alfonsín se murió para él. Para que él capitalizara todo, estuviera al frente porque así lo dice la ley: Presidente que viaja, se jode. Asume el vice. Y aquí está él, asumiéndolo todo. Y sonríe, y mira hacia lo alto, hacia la gente en los balcones y... ¡saluda con su mano en alto! “¡Bajá la mano, Cleto! –le dice alguien a su lado–. Esto es un entierro. No ganaste la maratón de los barrios. ¡Un poco de cara de orto, por Dios, Cleto!” Inútil: Cleto saluda feliz. No va al cementerio. Todo paso que Cleto da lo lleva directo al 2011.

El uso que se ha hecho de Alfonsín es obsceno. Todos mienten. Los que lo querían de verdad no armaron ningún operativo, lo lloraron y punto. Yo lo quise mucho a Alfonsín. Me alegró su triunfo en 1983. Lo prefería antes que a Luder. Antes que al peronismo, que debía esperar, que no estaba listo. Puede decir Luis Gregorich si no lo llamé la mañana siguiente al 30 de octubre de 1983 para felicitarlo. Puede decirlo Andrés Cascioli, que me invitó a volver a Humor porque yo me había ido y, en efecto, volví para seguir durante seis años. Pero es una ofensa que nos vengan con eso del padre de la democracia. ¿Qué somos, tarados? Señores, antes que Alfonsín estuvo Yrigoyen y la democracia se la ganó con revoluciones que le doblaron la mano al régimen conservador. Y el primer peronismo (pese a su autoritarismo o, en alguna medida, gracias a él) significó una inclusión de los pobres en la esfera de la civilidad, una democracia social que llevó a la clase trabajadora a aumentar en un 33 por ciento su participación en el ingreso nacional. (¡Si eso no es democracia! A los pobres no se los alimenta con las palabras “república” o “instituciones”. Se los alimenta con alimentos, con trabajo, casas de material, educación.) Y la democracia (¡y qué democracia, qué primavera!) yo la conocí con Cámpora, con el discurso de Righi a la policía, el de Vázquez en la OEA, la libertad para leer, para ver todas las películas del mundo, para discutir. Para el protagonismo popular. Para llevar Shakespeare a las villas con Gené, Pepe Soriano, Laplace, Briski. Hasta que vino Perón y se pudrió todo. Y la democracia empieza a regresar cuando las bestias de la dictadura se suicidan en medio de su locura de sangre. Cuando Galtieri dice: “¡Que vengan, les vamos a presentar batalla!”. Y con la multipartidaria. Y con las Madres. Y con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (donde, claro que sí, estuvo Alfonsín). Y con la huelga obrera del 30 de marzo de 1982. Y luego –ya con el gobierno reconquistado– viene el gran momento alfonsinista del 84/85. El Juicio a las Juntas. Lo insultó la Sociedad Rural. Lo acosó (como luego ni por asomo acosó a Menem) el sindicalismo peronista. Y lo tiraron los empresarios con el golpe de mercado y la hiperinflación. Seguiremos hablando de él. Sólo esto: si el mercado es libre, ¿cómo es posible que le haya hecho un golpe a Alfonsín? ¿Acaso alguien lo maneja entonces? ¿Por qué creerán que somos tan tontos? ¿Será por eso que son tan desvergonzados? Los empresarios –el capitalismo concentrado agro-financiero– lo tiró a Alfonsín porque éste no aceptó hacer lo que Menem hizo alegremente durante la negra década del ’90. De todos sus méritos, éste es el que menos se le ha reconocido durante estos días. Porque a Alfonsín lo tiraron los mismos que hoy lo usan para agredir a un gobierno que, en muchas cosas, lo continúa. Alfonsín no fue privatista, buscó siempre no debilitar al Estado, enfrentó a la sed de ganancias de la Sociedad Rural, a la Iglesia y a los magnates de la patria financiera, juzgó a los grandes genocidas y apostó siempre a los derechos humanos. ¿Quién se le parece más, Cristina Fernández o la oposición mediática y cacerolera?

(Contratapa de Página 12 después de la muerte de Alfonsín).

4.2.10

CLETO 1 / FEINMANN

El 17 de septiembre se cumplieron dos meses de una desobediencia histórica. La de Julio Cleto Cobos. Este hombre de perfil bajo, de cara bonachona, que entraba en un Gobierno que era expresión de un partido que no era el suyo, que entraba como amable aliado, casi como curioso, metido ahí vaya uno a saber por qué cálculo pavorosamente equivocado de los estrategas de eso que se llama kirchnerismo, este hombre de provincias, sencillo, apegado a su familia, sin nada que trasluciera ambiciones desmedidas, sino la aceptación mansa, serena, de un papel secundario, el de llenar un espacio institucional que se ha llenado casi siempre sin problemas (el que lo llena se sienta al frente del Senado y modera las cosas, dirige el tránsito), este hombre con cara de bueno, de sonrisa fresca, incluso contagiosa, rompió todo, se mandó la desobediencia más estruendosa de lo que va del siglo XXI y probablemente de lo que resta. Tiene un antecedente: el vice de Frondizi, Alejandro Gómez, se fue de su puesto y empezó a hablar inconveniencias del gobierno. Pero al lado de Cobos era Pulgarcito.

La desobediencia, sin embargo, no lo esperó a Alejandro Gómez: viene de lejos. Tiene un antecedente ilustre, acaso demasiado ilustre. Fue San Martín el que le dijo al Directorio de Buenos Aires: “No, señores. Yo no me meto en dislates internos. Si ustedes tienen problemas con los caudillos federales, arréglenlos. Pero el Ejército de los Andes está para cosas mejores. Es mejor liberar a Chile, a Perú, que ponerse balear montoneras gauchas. El Ejército de los Andes está para la gloria, no para convertirse en policía de los intereses de Buenos Aires. Cuando un Ejército se transforma en policía interna, deja de serlo. Me voy a liberar los pueblos. No les hago caso, señores. Los desobedezco. Ya se encargará Lavalle de transformar al Ejército de los Andes en policía interna. Para entonces, estaré en Boulogne-Sur-Mer, dispuesto a darle consejos a mi hija”. (San Martín no dijo esto. Hemos puesto palabras en su boca. Pero esas palabras expresan con rigor lo que hizo. Palabras más, palabras menos, no hay quien no sepa o deba saber que el triunfador de Maipú y el derrotado de Guayaquil dijo: “Jamás desenvainaré mi espada en luchas entre hermanos”.) El gobierno de Buenos Aires, en manos de Rondeau, queda atónito. ¿Cómo se atreve un militar a desobedecer al poder central, al gobierno de su país? Ese célebre episodio se conoce como “la desobediencia de San Martín”. Fue muy evocado en otra ocasión, en otro siglo y para justificar una infamia. Ocurrió el 27 de febrero de 1974. Gobernaba el teniente general Perón. El país se debatía en una lucha contra esos personajes a los que Perón llamaba “trotskos con la camiseta peronista”. Al frente de la provincia de Córdoba estaban Obregón Cano, de gobernador, y Atilio López, de vice. Los dos habían sido elegidos democráticamente, y habían ganado con holgura. Pero, para la derecha peronista, que se devoraba el país, eran trotskos, zurdos. Ya Perón se había quitado de encima a Oscar Bidegain porque el ERP se lo sirvió en bandeja de plata al atacar la Guarnición de Azul, en enero 19. Ahora, por primera vez, el veterano líder se calzó el uniforme de teniente coronel, se puso frente a las cámaras de TV y le cortó –políticamente hablando– la cabeza a Bidegain. Pero en Córdoba ningún grupo guerrillero le daba ninguna excusa. Había que hacer algo. Lo hizo el jefe de policía, un caballero de nombre Antonio Domingo Navarro, al que meses después la policía encontrará en un campo de la provincia, junto con otros mercenarios de primera línea, practicando tiro. Navarro les dirá que se trata sólo de un pasatiempo. Lo saludan y le piden disculpas. Ya era parte de la Triple A y se preparaba para matar zurdos a granel bajo las órdenes del sanguinario brigadier Lacabanne, un hombre de la estirpe de Ottalagano y López Rega según se dice en un célebre texto de Mariano Grondona que lleva el exquisito título de “Meditación del elegido” y fuera ya analizado algún tiempo atrás (título del texto: “Los que hacen la tarea”) en este espacio. ¿Qué hace Navarro? Se manda otra célebre desobediencia histórica. Subleva a la policía y desconoce la autoridad de Obregón Cano y Atilio López, a quien la Triple A, al año siguiente, destinará ochenta y tres balazos. Navarro apela a San Martín: él, Navarro, como el Padre de la Patria, incurre en la desobediencia. Toma por asalto la gobernación y tiene como rehenes al gobernador y al vice. Perón arregla todo. Envía al ministro del Interior, Benito Llambí, que destituye a Navarro, pero... no entrega sus legítimos cargos a Obregón Cano y Atilio López. No: también los destituye. Y les da Córdoba a los peronistas fachos.

La desobediencia histórica de Cobos (a quien, de aquí en más, como a un hermano, llamaremos por ese nombre tan simpático que tiene y lo caracteriza, además de prestarse a muchas rimas atractivas: Cleto) es distinta de la de San Martín y de la de Navarro. Confieso algo: hace tiempo deseaba escribir algo sobre Cobos. Lo he venido observando desde que, desplegando valederas dotes de narrador, confesó al Senado ciertos avatares desangelados de su vida, con un rostro sensible, a veces triste, a veces incluso al borde del llanto. Me sorprendió, luego, verlo volver –-esa misma noche– a su provincia en auto, deteniéndose en cada pueblo, algo que en avión no habría podido hacer. Ahí ya se lo vio contento. Alzaba los brazos. Sonreía. La gente lo vivaba. De la desobediencia nos había nacido un héroe. Propiamente como San Martín. Después el hombre se mostró desafiante: “No voy a renunciar”. Raro que no haya recordado a San Martín. Que no haya acudido a ese ejemplo ilustre de la desobediencia. Pero no. Siguió adelante. Puntualicemos algo: San Martín no pertenecía a la estructura del gobierno. No le había dicho a Rondeau: “Juro acompañarlo”. No había hecho con él ninguna fórmula. No había llegado a la jefatura del Ejército de los Andes por Rondeau. Cobos, sí. Fue vicepresidente porque Cristina Fernández (“Wilhelm”, como le agregan los antisemitas, los que dicen que, además de todo, por si fuera poco, es “judía”) lo eligió, lo puso ahí, como su compañero de fórmula. Ahora, el hombre ha instalado un gobierno paralelo. Recibe a los ruralistas. A quienes les entregó el triunfo. Y hace chistes: “Voy a votar por lo más positivo”. O sea, los va a ayudar en sus reclamos. La foto lo muestra en la cabecera de la mesa, piernas cruzadas, manos cruzadas, cara de estadista, de hombre con poder que escucha las nuevas quejas de los ruralistas. Que se remiten siempre a lo mismo: ganar más dinero. El Estado también piensa lo mismo. Piensa recaudar 11.000 millones por las retenciones que aplicará en el 2009. ¿Pasaremos el 2009 agobiados por otro aquelarre entre “el campo” (y sus medios de comunicación afines: casi todos) y el “kirchnerismo”? Dios o el Demonio o San Cayetano nos libren de esa pesadilla. A propósito del conflicto con “el campo”, anoten esto: la sublevación de medio país, encabezada por los violentos tractores y camiones de los ruralistas y por la verborragia incontenible de los medios que les son afines facilitó (como antecedente) el golpe a Evo en Bolivia. Hay que lograr que los presidentes de América latina comprendan la gravedad del caso argentino y, no bien el descalabro rural, clases altas, clase media alta y los medios de comunicación en su casi totalidad se lancen a otra aventura, si no destituyente (¡se ofenden cuando oyen esta palabra que tan bien los describe!), sin duda erosionante de la autoridad del gobierno y, por consiguiente, de la legalidad institucional, de la democracia, se reúnan nuevamente (tal vez en Buenos Aires) y pidan a los revoltosos retirarse de las rutas, no desabastecer el país y no tener esa soberbia irritante de saberse los dueños de la tierra y, por ende, de la patria, símbolos incluidos, bandera, escarapela, Himno, etc. (Créase o no: ya salieron dos libros sobre el pintoresco Alfredo De Angeli, y en editoriales prestigiosas.) Pero vuelvo a Cleto y me voy. Póngase una mano en el corazón. Piénselo. Porque tal vez no lo pensó. Pero, ¿usted se asociaría con Cleto? ¿Pondría con él una fábrica de zapatillas, de calzoncillos, de camisas de manga larga y corta? ¿Viviría tranquilo? Y usted, que es político, ¿confiaría en Cleto? Digo yo: ¿su nombre no quedó demasiado unido al acto poco prestigioso de la traición? Decía el Negro Fontanarrosa en sus aforismos: “Si un amigo te clava un puñal en la espalda, desconfía de su amistad”. Vean, voy a confesar algo: durante los años de mi infancia, en ese universo de la pureza, había un chiste algo pícaro. Era así: un pibe le preguntaba a otro, con carita de inocente, “¿Vos sabés jugar al teto?” Sé que muchos lo recuerdan. A este chiste ingenuo que viene del pasado, digo. El otro contestaba: “No, ¿cómo es?” Y el primero, gozoso, decía: “Vos te agachás y yo te la meto”. Cuidado entonces. Cautela, políticos, empresarios, diplomáticos, comerciantes. Si un día lo ven a Cobos y Cobos les pregunta: “¿Quieren jugar al Cleto?”, no le pregunten ¿cómo es? Ya lo saben. Y si no lo saben, apréndanlo. Sólo tienen que agacharse. El Cleto hará el resto.

(Contratapa de Página 12 dos meses después del "sí" al campo).

3.2.10

LA ARQUEOLOGÍA DEL FUTURO / RADAR


Desde los años ’80 se viene desarrollando en el mundo una arquitectura a la que los críticos dieron en llamar “arquitectura del espectáculo”. Creo que la onda empezó con el Museo Guggenheim de Bilbao y participaron popes de la talla de Zaha Hadid, Toyo Ito, Norman Foster, Jean Nouvel y el mismo Frank Gehry, con obras de presupuestos monumentales y formas cercanas a caprichos de escultor. Fueron edificios caros, más próximos al culto de la personalidad que al racionalismo de espacios y materiales de la modernidad. Esta corriente, que en ocasiones ha dado excelentes resultados, ha sido una bandera de la especulación inmobiliaria global: con ellos se coronaron barrios que estaban degradados, con el propósito de levantarlos a costa de un edificio propaganda que fuera como un cartel. Los puentes de Calatrava han funcionado más o menos de la misma manera.

El hecho es que el espectáculo de estos edificios ha convertido a sus autores en ídolos parecidos a los que da el cine de Hollywood. Y la contaminación les ha pegado fuerte en sus personalidades: la iraní Zaha Hadid planea sus entrevistas con un año de anticipación y no permite que le saque fotos otro que no sea su fotógrafo personal. Frank Gehry ha vendido sus bosquejos de arquitecto como si fueran cuadros de artista. Jean Nouvel es un personaje que se viste de negro de la cabeza a los pies para ir a las obras. El personaje se le ha subido tanto a la cabeza que se ha hecho fabricar un casco negro, pasándole por encima a los reglamentos (en una obra en construcción los colores de los cascos no son arbitrarios: son blancos, amarillos o verdes, dependiendo del cargo jerárquico de quien los lleve).

Sigue en Radar.

2.2.10

¿QUIÉN ES ERNESTO SÁBATO? / LUIS BARDAMU

(El presente texto fue publicado en El doke libertario, antiguo blog discontinuado por Luis Bardamu. Es atinente su recirculación ante la promoción de Ernesto Sábato como Premio Nobel de Literatura por parte de ciertos círculos intelectuales españoles.Vía El Fantasma.)

Contra lo que algún desprevenido pudiera imaginarse, la principal pasión de Don Ernesto, el centro de sus vocaciones y afanes, no ha sido escribir.
Para Don Ernesto publicar novelas o ensayos -aún cuando éstos hayan significado altos puntos de interés en las letras argentinas- sólo constituyó otro ladrillo adosado en la trabajosa construcción que se impuso de su propia vida. De hecho, Don Ernesto no nos ha entregado nada respetable para leer en los últimos cuarenta años. Lo que no impide que en los medios de comunicación masivos, en los actos oficiales de gobierno y en muchas revistas y magazines literarios vernáculos y extranjeros, sea considerado “El” escritor viviente por antonomasia de la Argentina.
Pero a Don Ernesto el oficio de escritor le tiene sin cuidado. En innumerables ocasiones ha aclarado su no filiación a la categoría de literato, de hombre de letras. Por otra parte, hace ya muchos años que prefiere la pintura como camino artístico.
La pasión de Don Ernesto es otra: la constitución de sí mismo en una “Santidad inmaculada”. El objeto de sus desvelos fue convertirse “en una moneda sacra, un símbolo de culto, un cuerpo espiritualizado al máximo”, como expresaran María Pía López y Guillermo Korn en su “Sábato o la moral de los Argentinos”, excelente trabajo acerca de la significación de Don Ernesto escrito a mediados de los años noventa.
Don Ernesto ha trabajado “para un destino de bronce”, acertada argumentación de David Viñas. Lo ha hecho sistemáticamente. Un bronce que -al contrario del resto de las estatuas de las plazas de Buenos Aires- no es mudo, sino todo lo contrario. Don Ernesto emerge cada tanto como un monumento viviente que habla. Es el referente indiscutido, el hombre de la cultura, el intelectual que como nadie defiende la democracia y los derechos humanos.
En la concreción de destino de profeta que se autoimpuso, Don Ernesto no pocas veces tuvo que dar virajes y hacer piruetas. Esclavo de sus palabras, ha hecho de la conversión un modo de vida y una ética intelectual. Don Ernesto es el intelectual que mejor expresa cierta moral acomodaticia de amplios sectores de la sociedad argentina. Don Ernesto ha llegado a ser el referente máximo de la inteligencia argentina y el adalid de los derechos humanos no por su trayectoria como intelectual, escritor o político, “sino porque es parte de una sociedad que, en alguna medida, optó por el silencio o la delación”.
Sus devaneos y coqueteos con el poder de turno adquieren innumerables máscaras a lo largo de los años. Militarista en las horas militares, demócrata en los años de democracia. En palabras de Osvaldo Bayer: “en un país en el cual desde el año 1930 ha habido 14 dictaduras, al señor Sábato jamás se le prohibió un libro, jamás estuvo preso ni tuvo que exiliarse. En las peores épocas se le ha premiado y ha tenido reportajes”.
La trayectoria y relaciones con el poder de Don Ernesto han sido detalladas ampliamente tanto en el libro de López y Korn así como en otros trabajos. También en la revista Sudestada Nº 27, Hugo Montero detalla minuciosamente los caminos de Don Ernesto a lo largo de varias décadas. La memoria colectiva, sin embargo, es bastante olvidadiza. Ahora, cuando es besado reverencialmente en la frente por el presidente Kirchner hace pocos días, no está de más apelar a los apuntes y repasar algunas convivencias entre Don Ernesto y el poder. Túneles oscuros del homenajeado eterno, héroe sin tumba, que resiste inmutable antes del final.
En septiembre de 1955 un golpe de Estado derroca al entonces presidente Juan Perón. Don Ernesto, en sintonía con los militares golpistas en el poder, afirma: “En toda revolución hay vencidos. En ésta los vencidos son la tiranía, la corrupción, la degradación del hombre, el servilismo. Son vencidos los delincuentes, los demagogos, los torturadores. Personalmente, creo que los torturadores deberían ser sometidos a la pena de muerte”.
Como recompensa, el gobierno militar designa a Don Ernesto director de la revista Mundo Argentino. Al poco tiempo las torturas y fusilamientos del gobierno militar no pueden ocultarse, Don Ernesto presenta quejas y es removido de la revista.
Los vientos cambian y Don Ernesto se prepara. Un presidente constitucional, Arturo Frondizi, es elegido en elecciones y Don Ernesto pasa a desempeñarse como funcionario en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Al poco tiempo, atisbando nuevos vientos, se aleja.
En junio de 1966 el general Juan Carlos Onganía da un golpe de Estado. Don Ernesto apresta sus declaraciones: “Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos que no responden más a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente. ¿Vos creés en la Cámara de Diputados? ¿Conocés mucha gente que crea en esa clase de farsas? Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca, y que podamos, al fin, levantar una gran nación”.
En 1973 los huracanados vientos del pueblo arrasan con los militares y Don Ernesto se muestra exultante por el triunfo peronista de Héctor Cámpora en las elecciones. Temeroso de la izquierda -ideología foránea- que parecía rodear al gobierno hizo una recomendación digna de un Papa inquisidor: “Un gobierno que se proponga la gran transformación debe tener la convicción filosófica y la fuerza suficiente como para sacar a puntapiés a organizaciones extranjerizantes. La libertad absoluta no existe, no ha existido nunca ni existirá jamás. Si alguien entra en mi casa e intenta humillar o destruir o vejar a mi gente, yo no tengo el ‘derecho’ de impedirlo hasta con la fuerza, creo que tengo el ‘deber’ de hacerlo”.
El mismo argumento de “ideología foránea” que poco tiempo después utilizarán para aterrorizar y asesinar los militares genocidas de la más sangrienta dictadura militar de toda la historia argentina.
Los vientos vuelven a soplar: ahora serán aterradores.
Dos meses después del golpe militar que instauró el terror de Estado en la Argentina en 1976, cuatro escritores: Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Esteban Ratti y Leonardo Castellani, se allegaron hasta la casa de gobierno para almorzar con el general Videla, presidente de facto de la dictadura militar. Entre postres con dulce de leche y vinos de relativa calidad -Bianchi y San Felipe blanco-, el dictador les repitió varias veces que para él era un honor compartir la mesa con ellos.
Alguna vez dijo Don Ernesto: “sin libertad no vale la pena vivir, todo se corrompe y degrada, los seres humanos se convierten en abominables esclavos”. Dos semanas antes del almuerzo entre los escritores y el presidente, el escritor Haroldo Conti era secuestrado de su casa por un grupo de tareas. De allí en más habría de ser un desaparecido. Con el tiempo se supo que en la reunión gastronómica la suerte de algunos artistas secuestrados fue un tema que se habló tibiamente y que el cura Castellani preguntó por la situación Haroldo Conti. ¿Don Ernesto? Guardó silencio.
Sin embargo, a la salida del almuerzo, mientras Borges, Ratti y Castellani casi ni hablaron ante los micrófonos de los periodistas, a Don Ernesto le volvió la palabra: “Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación”. Luego afirmó: “Hubo un altísimo grado de comprensión y respeto mutuo”, y explicó que fue “una larga travesía por la problemática cultural del país. Se habló de la transformación de la Argentina, partiendo de una necesaria renovación de su cultura”. Finalmente resaltó su opinión sobre el dictador: “El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresionó la amplitud de criterio y la cultura del presidente”.
Seguramente existe quien pueda pensar que Don Ernesto fue mal interpretado, como él mismo aseguró algunos años después cuando sentía la necesidad de volver a ubicarse. Pero hay que recordar que en 1978 -cuando la represión militar había cobrado ya miles de vidas y esto era denunciado en todo el mundo- Don Ernesto se prestó a poner el hombro a los militares en una maniobra publicitaria que pretendía atenuar las denuncias de torturas y desapariciones en el exterior del país. El mundial de fútbol de 1978 fue una excelente pantalla para los militares, que tildaban a sus acusadores de hacer campaña antiargentina. Don Ernesto, al contrario de los escritores e intelectuales en el exterior, afirmó: “Boicotear el mundial no sólo hubiera sido boicotear al gobierno, sino al pueblo de la Argentina, que de veras, no se lo merece”. En ese mismo año, para compensar las denuncias de los exiliados y los organismos de derechos humanos sobre las torturas y desapariciones, expuso su opinión sobre la dictadura militar en la revista alemana Geo Magazin: “La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las fuerzas armadas tomaran el poder”. Y para que no queden dudas: “Los extremistas de izquierda habían llevado a cabo los más infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes. Sin dudas, en los últimos meses en nuestro país, muchas cosas han mejorado: las bandas terroristas armadas han sido puestas en gran parte bajo control”.
En 1979 Julio Cortázar denunciaba desde el exterior del país las torturas y asesinatos en Argentina y escribía llamando a los intelectuales “a tomar la respuesta más activa y eficaz posible al genocidio cultural que crece día a día en tantos países latinoamericanos”. Don Ernesto saldrá al cruce de Cortázar respondiéndole que: “la inmensa mayoría de sus escritores, de sus pintores, de sus músicos, de sus hombres de ciencia, de sus pensadores, están en el país y trabajan”. Y más categórico: “cometen una grave injusticia los que están fuera del país pensando que aquí no pasa nada y que todo es un tremendo cementerio”.
Cuando los vientos empiezan a cambiar nuevamente, Don Ernesto, fiel a su costumbre, realiza el consiguiente proceso de conversión. A principios de los ochenta rápidamente se transforma en adalid de la democracia (con instituciones en las que, había dicho antes, “nadie creía seriamente”) y de los derechos humanos.
En 1983 Raúl Alfonsín es electo presidente y se crea una comisión de notables: la CONADEP, Comisión Nacional sobre la Desaparición de las Personas, integrada por intelectuales, periodistas, religiosos. Don Ernesto preside la Comisión que el 20 de septiembre de 1984 entrega el informe de sus investigaciones. El libro se publica bajo el título Nunca más. El Prólogo, que no lleva firma pero que fue escrito por Don Ernesto, se conoce como el Informe Sábato. Allí es donde nuestro humanista despliega su “teoría de los dos demonios”. Precioso fundamento teórico para lo que luego fueron las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que garantizaron la impunidad de centenares de torturadores y asesinos de la dictadura militar.
El devenir de Don Ernesto no se agota en estas circunstancias. Sus camaleónicas conversiones son inacabables. Por delicadeza obviamos premios, homenajes, nombramientos. Abalorios de la estatua de bronce. Siempre al rescoldo del poder. Siempre con la palabra justa, paternal, adecuada a la circunstancias. Excepto quizás en la década de los noventa cuando el entonces presidente Carlos Menem -acorde a los vientos neoliberales- prefiere la compañía de otros ilustres de menor significación, como el escritor Jorge Asís.
Pero Don Ernesto siempre vuelve a reconstruir su pasión verdadera. Besado en la frente por el presidente Kirchner en la Casa de Gobierno, su sonrisa se ilumina. Como el sol, siempre asoma, para recordarnos que con sus broncíneos rayos lo abarca todo, perenne, inmutable.

1.2.10

VERANO 12 / TRES PREGUNTAS SOBRE FACUNDO


¿Quién viene si nos vamos?
Civilización y barbarie, dice Sarmiento. Suena desordenado, al menos para mi oído. Si fuera alfabético, el orden sería barbarie y civilización. Si fuera un orden basado en el progreso, o siguiendo una lógica temporal, también. Primero la barbarie, luego la civilización. Primero la prehistoria, luego la historia.
En el "Facundo" es al revés. Sarmiento lo escribe en ese orden para aclarar. Para indicarnos que la inversión de los términos lógicos es volver definitivamente hacia atrás. Ni siquiera habría servido: Civilización – barbarie, nivelados en una misma importancia por un humilde guioncito. Si las cosas son primero civilización, luego barbarie, algo anda mal. Siempre. Sarmiento lo sabe y nos lo hace saber desde Santiago de Chile.
O a lo mejor las puso en ese orden para no poner barbarie con B mayúscula.

¿Sarmiento tendría el Síndrome de Estocolmo?
O una enfermedad parecida, de esas por las que terminamos amando a nuestros verdugos. Mucho Dr. House, Nielsen.
Sarmiento odia a los bárbaros (por culpa de ellos está exiliado) y escribe un libro sobre la vida de uno: Facundo Quiroga. Algo que no haría ni el más ingenuo de los bloggers. Y si bien es un libro propaganda para NO COMPRAR FACUNDOS, a su prosa se le escapan notables gestos de admiración. Te odio, pero te quiero.
Don Facundo es un ser repugnante, la crueldad misma, pero con una inteligencia que Sarmiento admira secretamente. No es una inteligencia de universidades, ni de libros. Es una inteligencia que no admite protocolos. La agudeza espontánea del peleador urbano. El filoso razonar de los burreros. Una mezcla de calle e ingenio a la hora de no saber qué hacer para comer.
Tal vez Sarmiento haya pasado un poco por eso, cuando era chico y se le acababan las velas para leer, y debía ingeniárselas para mantenerlas encendidas más tiempo. Digo: capaz que no es una admiración encubierta, la que tiene Sarmiento, sino una melancolía con respecto a su propia infancia, un pobrecito. Sarmiento también viene del interior y de la misma pobreza: el rancho de “Recuerdos de provincia” no era precisamente un palacio.
El que lee Facundo entiende que Sarmiento odia a esos personajes que cagan al país. Lo que no se entiende es que también los admire. O me perdí algo.
Lo que sí creo es que el libro es genial justamente debido a esa contradicción.

¿Todos los críticos diciendo lo mismo?
Desde que Ezequiel Martínez Estrada escribió que el “Facundo es una biografía y asimismo una autobiografía, y una obra literaria y un fragmento de historia, una acusación de defensor de pobres y un capítulo de antropología cultural”, todos los estudiosos de Sarmiento repiten lo mismo. Zanetti, Pontieri, Jitrik. Ya sabemos que es muchas cosas, y eso lo hace un libro súper moderno. Particularmente prefiero los microrelatos que Sarmiento regala como confites. El encuentro de Facundo a lo Salgari con un tigre come hombres en la selva. Sus trucos a lo Sherlock Holmes para enderezar a la tropa. Su cinismo elevado a la Lovecraft en una macabra reunión de señoritas.
Son pequeños cuentos de acción aptos para la reposera de la dama y la sombrilla del caballero. Ahí van.

Tres fragmentos de "Facundo", de Domingo Faustino Sarmiento, en Página 12 de ayer.