3.2.10

LA ARQUEOLOGÍA DEL FUTURO / RADAR


Desde los años ’80 se viene desarrollando en el mundo una arquitectura a la que los críticos dieron en llamar “arquitectura del espectáculo”. Creo que la onda empezó con el Museo Guggenheim de Bilbao y participaron popes de la talla de Zaha Hadid, Toyo Ito, Norman Foster, Jean Nouvel y el mismo Frank Gehry, con obras de presupuestos monumentales y formas cercanas a caprichos de escultor. Fueron edificios caros, más próximos al culto de la personalidad que al racionalismo de espacios y materiales de la modernidad. Esta corriente, que en ocasiones ha dado excelentes resultados, ha sido una bandera de la especulación inmobiliaria global: con ellos se coronaron barrios que estaban degradados, con el propósito de levantarlos a costa de un edificio propaganda que fuera como un cartel. Los puentes de Calatrava han funcionado más o menos de la misma manera.

El hecho es que el espectáculo de estos edificios ha convertido a sus autores en ídolos parecidos a los que da el cine de Hollywood. Y la contaminación les ha pegado fuerte en sus personalidades: la iraní Zaha Hadid planea sus entrevistas con un año de anticipación y no permite que le saque fotos otro que no sea su fotógrafo personal. Frank Gehry ha vendido sus bosquejos de arquitecto como si fueran cuadros de artista. Jean Nouvel es un personaje que se viste de negro de la cabeza a los pies para ir a las obras. El personaje se le ha subido tanto a la cabeza que se ha hecho fabricar un casco negro, pasándole por encima a los reglamentos (en una obra en construcción los colores de los cascos no son arbitrarios: son blancos, amarillos o verdes, dependiendo del cargo jerárquico de quien los lleve).

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