16.11.09

UN JARDINERO FRANCÉS EN BUENOS AIRES / RADAR


No todos conocen, en la Argentina, a Carlos Thays. Y sin embargo todos hemos estado, en alguna época de nuestras vidas, tengamos la edad que tengamos, haciendo alguna actividad adentro de un espacio diseñado por él. Paseando, andando en auto, fumando, durmiendo la siesta, besándonos con alguna novia perdida o un domingo de picnic. En otra época fue circulando en carro, remontando un barrilete, jugando al diábolo o a lomo de un caballo. Hablo de todo un país y por más de cien años. Aunque pocos lo sepan o lo hayan sabido en su momento.
Para la gente, las plazas están allí de toda la vida. Y los árboles han crecido solos, como por arte de magia. Pero alguien tuvo que proyectarlos, que plantarlos en sus lugares, y dijo: “Dentro de cincuenta, setenta, cien o ciento cincuenta años estarán así de altos”. El arte del jardín es un arte cambiante, algo que vemos en constante movimiento, que crece. Cambia con las estaciones, con la luz del día, de la mañana a la noche, si hay bruma o sol, nieve o llovizna. Y, sobre todo, cambia con los años. Tus abuelos vieron esos árboles más pequeños de los que los viste vos, porque el arte del jardín es un arte mutante.
La actividad que desarrolló este gran hombre en la Argentina (también lo hizo en Chile, Uruguay y Brasil) tiene una dimensión extraordinaria: casi todos los parques y arbolados públicos de algunas ciudades llevan su firma. Y es una firma mágica, porque no sólo decidió el trazado de los senderos que recorremos: trazó un diseño en el tiempo, que contempla una cronografía de floración anual para que las ciudades se vean distintas según las estaciones. Buenos Aires cambia de color en las flores de los árboles que Thays eligió.
Para llevar a cabo este plan adaptó cuatro especies autóctonas del Norte argentino: el lapacho, la tipa, el palo borracho y el jacarandá, y los fue sembrando para que nosotros pudiéramos comprender los cambios de la ciudad por el color que hay arriba o debajo de nuestras cabezas. Cuando el palo borracho está floreciendo, el lapacho ha soltado sus pétalos en las veredas. Y la ciudad se ve amarilla por arriba y rosada en el suelo.
Acaba de inaugurarse una muestra en el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, Recoleta, sobre este jardinero francés del que –repito– poco conocemos acerca de su vida y demasiado de su obra, que nos alegra todos los días, gratuitamente, nuestro pasar en la ciudad.
Y ojo porque la exposición tiene casi la corta vida de una mariposa: empieza en noviembre, con el celeste del jacarandá, y termina en diciembre, con el color amarillo de las tipas.
La exposición del hombre que le puso colores a Buenos Aires.

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