No me gusta decir adiós, pero a veces estamos obligados a hacerlo.
No me gusta irme de las ciudades, despedirme de mis amigos, de los muertos, de mis mujeres. Y no es que no pueda terminar las relaciones que tengo, soy de los que cree que todo debe acabar en algún momento. Ni la sangre explica nada, no existe eso de que un padre esté siempre unido a su hijo. Todo depende del trato que haya tenido. Conozco uno que es un hijo de puta y por eso se ha quedado definitivamente sin su hijo mayor. Sé de hermanos que desaparecen y la relación se desvanece. De sociedades que se extinguen en el aire. No hay sangre, no hay muerte, no hay nada que valga demasiado. Y sin embargo, decir adiós me cuesta cada día más.
Lo que más me cuesta de las despedidas son a veces cosas mínimas. Uno ama a una mujer durante años, la vida juntos parece volverse imposible y deciden, de común acuerdo, acabar. Y puedo decirle adiós a las peleas, a los malos ratos, a las fobias, pero a veces me acuerdo de algo y me dan ganas de llamarla. De un hornero que tiene en el jardín, de una perrita que es la misma alegría. De unos fideos caseros, de una siesta después de una borrachera, de sus pies. Del amor. Y me encantaría no haber dicho nada.
Los adioses, casi todas las veces, son para llorar.
La semana pasada me mandó un mail Jorge Londero diciéndome que el suplemento Temas de La Voz del Interior, termina en la forma que lo conocemos, y él pasa a otra sección (¡una vez que me llevo bien con un editor!). Es decir: el suplemento cambia, se convierte en algo nuevo. Y si es un adiós para hacer algo mejor está bueno, aunque a mí se me termine la columna. La nueva directora me dice que el suplemento va a tomar visos de actualidad, y va a necesitar de un rigor más periodístico. A ver cómo puedo encajar en esos términos. La actualidad no me interesa en lo más mínimo y no soy periodista, le digo. Soy escritor. Mi columna ha llegado a su fin.
Fue bueno mientras duró, como dicen los adolescentes. Publiqué lo que quise todas las veces que quise, y me respetaron hasta los puntos y las comas. Escribí sobre comportamientos humanos, algunas cosas de mi profesión de arquitecto, otras de mi oficio de novelista, toqué temas que yo suponía urticantes para La Voz del Interior como el aborto o el ateísmo y temas bobísimos como cambios de tecnologías en Internet o mis angustias cotidianas, di recetas de cocina, recomendé libros que me gustaron mucho, hasta me di el lujo de publicar un cuento de terror. “Tren”. Ese fue el único momento en que me dijeron te lo publicamos porque está bueno, pero es una columna de un diario, man. Fue una advertencia que entendí. No tengo ni media queja.
La verdad es que me encantó publicar mi columna en TEMAS. Y ahora estoy vacante por si otro diario quiere darme otra columna. Sabrán por esta última nota de hoy que soy un explorador de límites, pero con cordura. Y necesito libertad para manejarme a mi antojo.
Gracias a todos los que me siguieron y muchos besos y abrazos de despedida, con chinchines de final feliz y brindis pachanguero.Y que sea hasta la próxima en lugar de adiós.
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