15.7.09

EL DETALLE DE UNA MUCHEDUMBRE / RADAR

¿Se acuerdan de Bernd e Hilla Becher, ese matrimonio de alemanes que fotografiaba tanques industriales en todo el mundo? No sé por qué siempre me los imaginé como una especie de Abott y Costello con valijas, él alto y flaco y ella baja y gordita. Me resisto a googlearlos para conocerlos, en mi imaginación son muy simpáticos. Buscaban un gran tanque –de agua, de gas, de petróleo–, lo separaban de sus alrededores mediante un punto de vista que nadie supo nunca cómo conseguían y hacían la misma foto de distintos modelos, todas las veces. Ordenados, testimoniales, enciclopedistas. Coleccionistas. Siempre con el objetivo a la misma altura, siempre sin gente, monotemáticos y monocromáticos. Siempre mostrando objetos enormísimos y quietos en formato pequeño. Muchas veces pensé en la vida sexual de ese matrimonio. Prejuicios de uno. Al fin y al cabo tienen un trabajo mejor que el de casi todos los matrimonios del mundo: mucho viaje y un arte ordenado y aparentemente sencillo; un arte de clicks.
Sin embargo, cualquiera que haya manejado alguna vez una cámara para fotografiar un edificio o un volumen de porte considerable sabe lo difícil que es meterlo en caja sin las deformaciones propias de la óptica. Estimo que las fotos de los Becher se terminaban de lograr en el laboratorio y la mayoría de las veces eran producto de un sabio montaje. Es muy difícil dar siempre con la distancia al objeto necesaria para que entre sin combarse. Esto lo saben hacer solamente los fotógrafos de edificios. Al que mejor le sale de la Argentina es a Alejandro Leveratto, un capo.
En 1976 los Becher decidieron fundar una cátedra en la universidad alemana. De allí salió la Escuela de Düsseldorf, especializada en fotografía de cosas quietas y enormes. Cinco de sus alumnos, tal vez los más interesantes, están exponiendo hoy en la Fundación Proa en una muestra maravillosa. Andreas Gursky, Cándida Höfer, Axel Hütte, Thomas Ruff y Thomas Struth. Todos han aprendido de sus maestros a ser buenos Leverattos, a documentar grandes objetos quietos. Todos han aprendido a ubicar sus objetivos en el mismo sitio, a enfocar silencios monumentales de modo magistral. Todos excluyen al ser humano del asunto y las escalas de lo fotografiado pasan a ser de otro planeta al no tener detalles con qué comparar alturas e interiores. A lo sumo han transgredido las enseñanzas de sus maestros en el tamaño de las copias, en el agregado de color a las tomas y en el abandono técnico de lo analógico por lo digital, casi un requerimiento de la época actual.
Todos menos Gursky, el rebelde.

(Sigue en Radar. )

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