21.5.09

LA POSIBILIDAD DE UNA PLAZA

En un episodio de los Simpson, Homero le dice a Bart: “Nunca jamás digas nada en público hasta que estés seguro de que los demás piensan igual que tú”. La seguridad que pretende Homero tal vez sea un intento de mecanismo para el éxito del funcionamiento de un espacio público, dejando a un lado el chiste de que sean todos los demás los que piensen igual que uno. Algo imposible.

El espacio público es el espacio de la negociación, y a la hora de crearlo desde cero trataremos de encontrar un mínimo de consenso. Un espacio público no aceptado por los vecinos será objeto de vandalismos. Además, ¿para qué hacerlo si nadie estará allí para disfrutarlo? O, mejorando la pregunta: ¿quién es el verdadero comitente de los espacios públicos?

Dice el profesor catalán Manuel Delgado Ruiz: “Allí, en los espacios públicos y semi públicos en los que en principio nadie debería ejercer el derecho de admisión, dominan principios de reciprocidad simétrica, en los que lo que se intercambia puede ser perfectamente el distanciamiento, la indiferencia y la reserva, pero también la ayuda mutua o la cooperación automática en caso de emergencia.”

El objeto a negociar suele ser mínimo: quién está primero en la parada del colectivo, quién se sentará en aquel banco, preguntar por la ubicación de una calle. Uno evalúa a los demás transeúntes a través de cómo se presentan, no a través de qué son, en un sistema en el que cuentan más las pertinencias que las pertenencias.

De democracia se trata todo esto. Si la democracia fuera perfecta, sin duda el espacio público sería su epifanía. Un espacio accesible a todos sin dar explicaciones de ninguna especie, con derecho a deambular en libertad. Pero en la realidad este espacio no suele ser público sino comunitario, y la utopía hace agua porque las democracias no son perfectas. Tienen reglas de uso, y en la ciudad las ponen la Municipalidad, la policía, la clase media, los piqueteros. Valen las leyes, la presencia, el sentido común, la demagogia y hasta la mismísima violencia.

“La calle para los frentistas” suelen decir los vecinos a la prensa para desestimar un uso público que les ensucia las veredas. Una feria, por ejemplo. ¡Vade retro fumones, mendigos, drogadictos, travestis, prostitutas, vendedores ambulantes, artesanos y todos aquellos a los que les veamos cara de raros! ¡Los vecinos necesitamos seguridad, y que no nos jueguen a la pelota en nuestras veredas, y poder estacionar el auto en la misma puerta de nuestras casas!

Entre el orden y el desorden sucede la realidad del espacio público. Los gobernantes, los urbanistas, los sociólogos, los arquitectos somos quienes debemos procurar el equilibrio necesario, para que la sociedad no se nos venga abajo.

Desde principio de 2008 el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a veces en colaboración con la Sociedad Central de Arquitectos, ha promovido la realización de concursos para acentuar este equilibrio. Hubo proyectos urbanísticos a escalas medidas en hectáreas, y otros de escalas chicas. Los Oasis Urbanos contemplan pequeñas plazas en lugares no ortodoxos del trazado porteño.

Como todos sabemos, la traza de Buenos Aires está formada por manzanas con forma de cuadrados, y sus plazas suelen existir a partir de la simple sustracción de un cuadrado construido, de tanto en tanto, y su reemplazo por pastito. En los momentos en que la ortogonalidad no sucede por la cercanía de un accidente geográfico, una autopista, un asentamiento; o por temas históricos o caprichos de diseño, quedan lugares vacantes. Sectores con forma de trapecio, extraños bulevares, terrenos escondidos y apretados: vacíos urbanos.

La idea de los Oasis de la Muni reconoce en estas “rarezas” de la trama la posibilidad de hacer espacio público de calidad. Algunas veces se trata de realizar una operación de diseño totalmente nueva. Otras, de aggiornar plazoletas existentes, modernizándolas.

De las ocasiones referidas a un espacio totalmente nuevo, destacamos el concurso para el Oasis Boedo. Con un terreno disponible de una manzana incompleta, ex propiedad de la estación de tranvías Vail, más el empuje de toda la vecindad que quería quitarse de encima esos galpones abandonados para convertirlos en un sitio agradable, hoy se está haciendo un Oasis ganado por el estudio de los arquitectos Kogan, Castillo y Cabral.

Entre los casos de modernización de un espacio público existente, se encuentran las plazoletas Magaldi-Unamuno del barrio de Barracas. Son dos, y se las usa como plazas en la actualidad. Ambas presentan árboles de gran tamaño, están rodeadas por breves pasajes vehiculares y las fachadas que las limitan tienen apenas la altura de un nivel o dos. Magaldi está ubicada a menos de cien metros de Unamuno, pero desde una no se llega a ver lo que pasa en la otra, dada la trabada relación entre las calles. La traza no ortodoxa del tejido perimetral hace que sean casi como patios interiores.

Tengo el privilegio de pertenecer al equipo que ganó el primer premio del Oasis Magaldi-Unamuno, junto a los arquitectos Zolkwer y Gallardo. Nuestro proyecto contempla espacios pergolados a escala de los árboles, con grandes plataformas con mesas de pinpón, mesas de ajedrez, asientos, reposeras y lugares para comer. También diseñamos una corrección de las calles que rodean actualmente las plazas, nivelándolas con las veredas para que las placitas parezcan más grandes y los nuevos límites de los Oasis sean las propias fachadas de las casas. Y agregamos árboles, y mucha iluminación, tan necesaria en el barrio de Barracas.

Terminamos el proyecto en febrero. Nosotros, el CGP 4 y todos los vecinos esperamos que se licite a la brevedad posible.

“El espacio público es un territorio desterritorializado, que se pasa el tiempo siendo reterritorializado y vuelto a desterritorializar, marcado por la sucesión y el amontonamiento de componentes, en que se registra la concentración y el desplazamiento de las fuerzas sociales que convoca o desencadena y que está crónicamente condenado a sufrir todo tipo de composiciones y recomposiciones” (Manuel Delgado Ruiz).

Ser arquitecto es querer hacer espacio público. Poder construir el lugar de los sin nombre, de los ricos y de los pobres, de los policías y de los delincuentes, de los que se aman y los que se odian; el espacio del paseante, el de la comunidad, es la maravilla a la que aspiramos como profesionales. Con la intuición de estar colaborando a mantener el equilibrio de la ciudad, para contribuir a la democracia en que creemos. Diseñando una partecita de nuestra querida Buenos Aires. Esta vez, y para nuestro privilegio, asombro y felicidad, de esa que pasa afuera de las casas.

El lugar que es de nadie, nuestro, de todos.

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