24.4.09

EL ARQUITECTO NIELSEN CONSTRUYE LA VILLE SABOYE EN BARRACAS / RADAR

CABLE DE TÉLAM
O Reuters.
O Ansa.
El título de la nota se parece al título de una noticia de esas que llegan como una bomba, si uno sabe de qué se está hablando. Podría ser, también, un título de Crónica TV, si el canal amarillista le prestara media atención a la Historia del Arte. Vean bien, sí, lo escribí con mayúsculas: Historia del Arte. Y soy quien intenta construir la Ville Saboye en Barracas, sin Le Corbusier. Aunque las mayúsculas se deban al maestro francés, autor de la casa de marras en la ciudad de Poissy, un suburbio de París. Un sitio que es casi una meca para los arquitectos del mundo: allí se encuentra la casa más preciada, más inhabitable, más elogiada, más vilipendiada, más teórica y más grandiosa de TODAS.
La casa de un futuro que pasó.
Esa.
Esta. La que hoy vuelvo a construir en Buenos Aires.
“Pueden ser realizados”, dijo Le Corbusier. “Es lo que hace audaces a nuestros sueños”.

MI SUEÑO ES ASÍ DE CHIQUITO
La primera vez que construí la Ville Saboye fue para el ingreso a la Facultad: nos pedían que la reprodujéramos en una gran maqueta, con todos sus interiores de cartón. La cátedra era Introducción a la Arquitectura, dictada por Nani Arias Incollá. Puedo recordar que la casa no me gustó: yo venía, como tantos, de la Provincia de Buenos Aires y las casas eran, ahí, chalets bajos con techos de tejas. No esa caja blanca que más que una casa parecía una biblioteca. Para poder declararse verdaderamente ignorante hay que saber. En ese momento veinteañero yo era apenas un ignorante por desconocimiento. ¿Por qué me había anotado en la Facultad de Arquitectura si no sabía nada de ciudades y edificios, si lo máximo que conocía era el obelisco y tampoco me gustaba demasiado? Creo que, salvo los iluminados o los hijos de arquitectos (que eran muchos; la arquitectura, con el tiempo, se vuelve una pasión contagiosa), todos los que empezábamos esa carrera durante la época militar lo hacíamos por motivos lejanos. Yo iba porque me gustaba dibujar. Mi sueño era un sueñito, en aquel momento de mi vida. Hoy rescato singularmente el hecho de que no haya crecido demasiado.
Buscamos la casa en las revistas de la hemeroteca, porque no había Internet: la Ville Saboye estaba publicadísima. La primera impresión fue horrible: ningún estudiante que hubiera pasado la infancia en Morón hubiera podido vivir en un edificio tan desnaturalizado. La ignorancia es así, dijo la bagualera Jerónima Sequeida entrevistada por Leopoldo Brizuela: “te escriben en un papel que te van a matar y tu sonríes porque no lo puedes leer”.
La Ville Saboye tiene la forma de un platillo volador gallego, fue el primer chiste que salió. Lo hizo una chica que quería construir su maqueta sólida, en madera, y no la dejaron porque iba a verse dentro del grupo como una salida facilista. La forma de la casa es la de un paralelepípedo de base cuadrada, sostenido sobre pilotes de hormigón armado. Por adentro la recorre una rampa. La rampa arranca desde el garaje, cruza los espacios privados y sale a las terrazas. ¿A quién se le ocurriría poner en su casa una rampa en lugar de una escalera? No podía y tal vez aún no puedo imaginarme ese recorrido diario para llegar apurado a la cocina o al baño. Lo fundamental para el Le Corbusier de esa casa era la promenade. Como en los Cuadros de una exposición de Moussorgsky, era más importante el camino entre los dibujos exhibidos que los mismos dibujos.
Medir, marcar y cortar las paredes en cartón, lijarlas, ubicarlas sobre las plantas, esperar a que sequen, corregir los errores con pinceladas de témpera y observar, al final, lo torcidas que me quedaron. En ese curso no me fue tan bien como quise, pero aprendí mucho. Y, tras años de haberme recibido y ejercer en la profesión, ahora reconozco que la Ville Saboye es mi casa favorita de toda la historia.

(Sigue en el diario)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario