13.11.08

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“Para tener una familia hay que cuidarla”.
No sé quién dijo eso. Quién de los dos.

Sé que mis cosas están en tu casa
y mi cabeza en otra parte.
Lo único importante es que voy a sacar este libro
y lo único horrible, pero necesario, es que te bajé de la dedicatoria.

Ya no estás más ahí, en la primera página,
como el estelar en una película de jólivud
o una escarapela recitando la patria desde el ojal de mi solapa,
un 25 de mayo de los de antes.

Ya no estás.

Llamé al editor en España; le dije:
“nos peleamos, quiero quitarla de ahí”.
Él protestó indicando que la podía sacar,
claro,
pero que ni pensara en repaginar.

Hizo así: pasó una goma de borrar por el aire
- en el teléfono sólo escuché el ruidito-
y te quitó del mapa,
limpia, rápidamente.

Quedaría una carilla blanca
con el recuerdo de tu ausencia.

Le agradecí.

(Llegué a pensar en cambiarte por un escueto saludo
“a mis amigos”,
pero el editor cortó antes y no me dio llamar de nuevo,
larga distancia,
por tan poco).

Pensé: “todo pasa”; también corté.
Pasan las dedicatorias, las familias.

Estoy en medio de estos días
con el síndrome de futuro que da un libro
por salir. Con la soledad de tu primera página en blanco,
sin vos. Sin tu nombre ahí
asociado “a mi amor”,
amor.

Así son estas cosas.
Un mal día te levantás, mirás hacia fuera
y el universo se cayó en la ventana.
Entonces hay que resistir,
ponerse una coraza de otoños
y negociar tristezas con los ruidos.

Sentado frente a un papel en blanco
como uno cualquiera
de todos los escritores que conozco.

Mi corazón huyó de la página cero.

Te quité.
Estuvimos peleados.
No me pude imaginar explicándole a mis amigos
tu presencia. Iban a decirme: “¿sos idiota?”
O: “¿no pudiste?”. Mientras pudiera,
lo tenía que hacer. Quitarte.

No significa que no te quiera más.
Ni era un regalo para vos;
era un regalo para mí.
Me había dedicado tu presencia en mi libro.
Eso es todo. No pidas otra cosa.
Fue tu nombre y soy un hombre.
¿Qué querés que dé un hombre?

¿Creés que mientras vos tomás tus decisiones
el mundo no se mueve?
Podés quemar mi colección de videos en la parrilla,
cortar todas mis camisas,
romper y tirar mis libros por el inodoro y yo tener que aguantarlo
callado, lo sé.
Pero, ¿te parece lógico que ninguna de esas decisiones tuyas cambie nada?

Nadie tiene derecho a tocarme las cosas,
aunque estén en tu casa.
Ni a quemarlas o romperlas; son mías.

Simplemente te bajé de la dedicatoria. Nada más.

“¿Para qué querés cuidar de una familia
si no la vas a tener?”

No sé quién de los dos me dice eso.

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