16.8.07

HENRIQUE SCHNEIDER / RESPETO

Soy una mujer de bien, doctor. Una mujer pacífica. No me meto con nadie, no me inmiscuyo en la vida de los otros. Voy de casa al trabajo y del trabajo a casa; ni sé de qué hablan los vecinos. Saludo a todos, no le niego a nadie un comentario acerca del tiempo, del calor, o cosas así. No escucho habladurías. Y detesto los escándalos, en eso me tengo respeto. Eso es; tengo respeto por los demás y tengo respeto por mí misma.


Asi, cuando Ramiro llegó a casa diciendo que se iba, no pensé en hacer ninguna escena. No pregunté nada, me quedé mirando para abajo, como hago siempre, pensando que uno es libre de irse cuando quiera. Y por más que me doliera, yo no iba a salir haciendo un escándalo. Como le dije: me tengo respeto.

No cambié ni cuando él me confesó que se estaba yendo de casa por otra mujer. En aquel instante me pareció que el corazón se me hacía de vidrio, de tan frágil; sentí depresión y tristeza como nunca antes había sentido, pero me aguanté firme, mirando el suelo para que él no percibiera el brillo lacrimoso de mis ojos, pudiendo decidir a quedarse conmigo por piedad. Porque compasión no quiero, doctor, si hay algo que no soporto es faltarme a mí misma el respeto.

Y me quedé congelada, le juro que me quedé congelada cuando Ramiro dijo que se iba a la casa de Irene. Fue como si una aguja me hubiera atravesado el pecho y se quedara escarbando mi carne, de tanto dolor que sentí. Un sufrimiento que fue más allá de todos estos años que pasamos juntos, de este amor que todavia siento por mi marido. “Ramiro e Irene”, pensé, guardando el llanto. Ella es una de las vecinas que saludo cotidianamente,” buenos días”, “buenas tardes” y nada más, porque siempre la vi muy ensañada conmigo, y para todo, por mínimo que sea, me respeto.


Cuando él repitió que se iba a la casa de Irene, comprendí que su intención era humillarme. Porque no tenia necesidad de repetirme eso, usted lo sabe. Aún así, seguí mirando hacia abajo, muda, dejando que se fuera, y sólo cuando puso la mano sobre mi rostro pudo saber que yo estaba llorando. Pero no hablé nada, no le iba dar el gusto de mi derrota, porque en eso también me tengo mucho respeto.


Él ya estaba terminando de armar el bolso, doctor, acomodando las ropas que yo misma le había doblado, y seguía provocándome. Buscaba las ropas despacito y me miraba una y otra vez. Si yo gritaba, en cierto modo le daba la razón, por eso no dije nada. Me la aguanté firme, porque yo no iba a hacer una escena en un momento tan difícil. Yo lloraba bajito mientras él me seguía provocando. Hasta el momento en que Ramiro hizo un sonido extraño, desconocido. Como un rugido. Cuando levanté la vista pude ver que era una carcajada.


Sólo entonces, delegado, agarré el cuchillo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario