El ajedrez no sirve para nada
pues dilapida el tiempo de la gente,
se apodera del niño y de su mente
y de la mariposa enamorada.
Alienta al solitario desvarío,
anuncia el devaneo del ocioso,
reproduce jugadas del famoso
jugador que ya muere como impío
de la iglesia execrable de los jaques,
estúpidos alfiles miriñaques,
peones miserables ya muriendo,
sólo un rey al final por fin venciendo
y todo lo demás tan acabado,
no valía la pena lo empezado.
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