13.11.06

LO DIJO CRISTINA FERNÁNDEZ BARRAGÁN / MANIÁTICO TEXTUAL

La escalada de lo cruel y lo perverso en cierta literatura actual presenta el riesgo de que su tratamiento y el tono elegido no logren sustraerse al vértigo de las situaciones narradas, o a la voracidad de los personajes, y terminen por convertir a las historias en símiles inyectables, cuyo impacto decrece a medida que la dosis aumenta. Es la trampa en la que Gustavo Nielsen felizmente no cae en este primer volumen de cuentos, y que lo distingue de esa tendencia reiterativa, revelándose como un autor francamente original, capaz de describir situaciones fronterizas y paisajes del espanto con una mirada naïve. No se trata, sin embargo, de distancias autoimpuestas, porque las voces que narran estos siete cuentos largos están totalmente comprometidas con sus circunstancias y son agonistas en el más estricto sentido del término, de sus destinos trágicos, como ocurre de manera paradigmática en el cuento que abre la serie y que es una reescritura de “La intrusa” de Jorge Luis Borges (“Alucinantes caracoles”), y en ese otro triángulo admirable en el que también hay una intrusa y dos hermanos, pero de sexo opuesto (“El círculo de los ojos de Fabiana”). Se trata más bien de un estado de luminoso asombro interior al juzgamiento de toda acción humana, incluyendo el incesto o la profanación de cadáveres, como se da en uno de los mejores cuentos de la serie: “Adentro y afuera”, también sobresaliente por su estructura.
Los mundos así desplegados resultan irresistibles, sobre todo porque nada se predica en ellos; nos vemos obligados a habitarlos con la misma impunidad angelical de los personajes. Al adherirse sin cuestionamientos a las reglas de unos sistemas que el autor impone hábilmente sin explicar ni justificar, y que se instalan por la fuerza de su coherencia interna, que se intuye pre-textual, el lector se convierte casi en un rehén, y así considera natural, por ejemplo, el manoseo da un padre para con su hija discapacitada. Resulta inequívoco que amor y placer son indivisibles en ese microcosmos; no se puede aceptar uno y rechazar el otro (“Magalí”). La apoyatura lingüística de esta estrategia de captación hipnótica del lector es quizás el mayor logro de Nielsen, cuyas cuidadas elecciones etimológicas y sintácticas sirven estrictamente a este juego y a la coherencia de esa percepción incontaminada, que en cada uno de los relatos parece reflejarnos especularmente lo patológico de ciertos infiernos terrestres en los que sobrevivimos.
“Playa quemada”, el cuento que cierra la serie, nos devuelve a un escenario marino como el inicial, pero totalmente calcinado, que a pesar de la presencia de un volcán remite inevitablemente a Hiroshima o a las aldeas vietnamitas arrasadas por el Napalm. En este cuento, que da título al libro y que es uno de los más estremecedores, cuando el protagonista dice con respecto a su hermana petrificada por la lava: “estoy agarrado a su grito”, parece repetir “El grito” de Edward Munch en clave metafísica. Para entender lo que ese grito grita desde siempre, el protagonista intenta quebrar su propio tiempo expandiéndolo de modo que se pierda la continuidad de los signos y el sentido de sus acciones, hasta alcanzar el ritmo del cosmos. Pero el hombre sólo puede tener atisbos, pequeñas iluminaciones de ese otro tiempo acaso circular, eterno. Cuando el protagonista se quiere meter adentro de su propio experimento y completar el ciclo de la especie volviendo al mar, se estrella contra su pobre condición mortal.

Volver al mar, setiembre de 1995

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