17.11.06

DOS OSCARES


Escuché a dos Oscares repetir la frase “a la suerte hay que ayudarla”. Uno fue mi padre. Al decirlo se refería a que la suerte no bastaba, a que había que esforzarse y trabajar duramente para poder aprovecharla. El otro Oscar, fue Gallo. Cuando repetía “a la suerte hay que ayudarla”, se refería a hacer jueguitos con las cartas. Trampitas, cosas chicas, de prestidigitador de familia. “Si fueran ladrillos, no iba a poder tenerlas tanto tiempo en las manos”, decía, mientras mezclaba.
Anoche me enteré que falleció hace un mes atrás, en La Plata.
Lo recuerdo como el tipo más feliz del mundo, campeón imbatible de canasta, gran jugador de bochas y amante del turf y los caballos. Ganaba todas las carreras a las que apostaba. Hasta la del cuore venía ganando, con una yegua arisca por corazón.

Creo que fui su amigo.
Ojalá, porque lo quise mucho y se lo dije poco.

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