13.10.06

LO DIJO DAMIÁN TABAROVSKY / LOS MONSTRUOS DE LA REALIDAD

(Clarín Cultura y Nación, 15 de setiembre de 1994)

El elogio de lo espontáneo y de lo vital como oposición a lo supustamente intelectual, frío y cerebral lleva, planteado en esos términos, a los lugares menos queridos. Las más de las veces se cae en algún tipo de populismo, en una especie de darwinismo de mercado donde el éxito como valor reemplaza a cualquier otro criterio de discusión estética. Gustavo Nielsen (Buenos Aires, 1962) supera este riesgo; su literatura se coloca en otro lugar. Nielsen no es un escritor anti-intelectual, es un escritor salvaje.
Los 7 cuentos que integran Playa quemada, su primer libro, son violentos, ásperos, por momentos crueles. La literatura de Nielsen es la escritura de lo inquietante: “¿Cómo flotan los muertos? Qué pregunta. Empujando con mis manos en el medio de la cabeza de este fraile (le digo fraile porque tiene un círculo sin pelo y bastante crecido a los costados), lo sumerjo hasta que desaparece. Los pelos que cubren sus orejas y la nuca expresan tímidamente el movimiento. Flotan con más tranquilidad que el resto del cuerpo, como diciendo ‘si nosotros tenemos cuerda para rato’. Cuando aflojo, el cuerpo vuelve a su posición inicial”.
Hay un viejo truco literario que consiste en colocar la vida en primer plano para describir lo monstruoso. Bajo la luz del microscopio, los objetos más neutros se deforman, se transforman y aparece lo horrible. Nielsen viene a decirnos que las cosas son de otro modo. Para ver lo monstruoso, lo deforme, lo terrible, ya no es necesario detenerse en el primer plano, en el esfuerzo microscópico; alcanza con mirar la vida de reojo, casi distraídamente. Sin hacer demasiado esfuerzo, el horror aparece. El horror no es el otro lado de la vida, es la vida misma.
Los presonajes se ocupan de lavar cadáveres, de humillar hasta el extremo a su novia ciega, de construir pactos secretos y siniestros con su hija mogólica. El incesto ronda en casi todos los cuentos. Y sin embargo, los textos de Nielsen no son perversos ni están escritos desde la transgresión. Ocurre, simplemente, que ya no existe en Nielsen ninguna idea de normalidad o de ley que pueda ser violada. No hay transgresión porque no existe idea alguna de límite.
El encanto de Playa quemada, eso que hace que Gustavo Nielsen no sea solo una “joven promesa”, sino un escritor realmente consumado, reside en esto: en la capacidad para instalarse en la pura negatividad. Nielsen escribe desde el tiempo del después de un triunfo, el de Genet, el de Klossowski, el de Bataille.
Es como si Nielsen viniese a responder la pregunta de Osvaldo Lamborghini: “¿No existe acaso lugarcito / en la vastedad llana del imperio / para escena crujida de arte irónico / pura befa y perfecta / perfectamente masoquista / hasta los dientes chirriar?”. Sí, contestaría Nielsen, en todas partes, a toda hora.

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