3.10.06
IGNACIO SANZ / ENFERMOS DE PATAGONIA
Las ruinas. Los románticos y las ruinas; cuando estudiaba bachillerato, lo recuerdo ahora, una de las características que se atribuía a los escritores románticos era su atracción por las ruinas, por los espacios que exhalaban un aire quejumbroso y decadente, como los propios escritores, esos poetas de mirada tristona, enfermos de tuberculosis, magnetizados por la fatalidad. A lo mejor yo no lo sabía entonces, no lo sé ahora, pero intuyo que he vivido en el centro germinal de una nueva tendencia creativa, un movimiento minoritario y semioculto integrado por escritores, fotógrafos, músicos, escultores, pintores, un movimiento al que los críticos del futuro van a llamar los Patagónicos, los enfermos de Patagonia. La propia palabra, ahora caigo en la cuenta, Pathos: dolor, en griego; y agonía: lo que precede a la muerte, podría describir ese estado melancólico, no sólo de la Patagonia argentina o chilena, sino de estas amplias comarcas olvidadas que, pese a sus bosques, se parecen cada vez más a un desierto, un desierto ahora lentamente ocupado por místicos de origen urbanita, artistas que se retiran, lejos de toda esa faramalla mediática que sanciona lo que es baladí y lo que tiene valor. Quizá ellos mismos, los artistas, no sospechan ni por asomo que pertenecen a ese movimiento que, inconscientemente, están integrados en él, que sus poemas, sus cuadros, sus composiciones y, sobre todo, su forma de vida, están recorridos por un sustrato de melancolía, por una mirada compasiva hacia tierras, pueblos y gentes en otro tiempo vitalistas, ahí están las iglesias o los palacios hablando de su esplendor, y que ahora, descalabros del tiempo, esas tierras, esos pueblos, esas gentes, asisten sin dramas a su propio acabamiento o, dicho con crudeza, a su muerte.
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