29.9.06
TRÁNSITO / EL DISEÑO COMO NARRACIÓN
¿Qué tienen en común un libro y una silla?
Ambos objetos están enraizados en la necesidad de contar.
Veo el diseño como un modo de organizar el desorden mediante la narración. Esas dos palabras, “desorden” y “narración”, son las que considero más importantes a la hora de inventar. Ya sea un cuento o un espacio. La narración es el camino. El desorden es el lugar del que se parte, y es también, absurdamente, el lugar al que se llega.
Una vez le preguntaron a Little Richards si sabía de dónde provenían sus canciones. Fue en un reportaje para la Rolling Stone. Él contestó: "Si lo supiera, viviría allí". La idea de vivir en el lugar madre de toda la creación, es al mismo tiempo amable y alienante. ¿Se imaginaba Little Richards un lugar paradisíaco o una ciudad atiborrada de carteles y ruido? No lo sabemos. Lo que sí nos podemos imaginar es que es el sitio al que todos queremos ir.
El desorden de partida es un caos detonante. Puede ser algo que hayamos leído, soñado, recreado en la memoria: un objeto, un espacio, una novela. Puede ser una flor, una ciudad, un tango, un dolor, una forma de bailar. Lo que sea, siempre que sirva de disparador. Es un caos amoroso, de entrega. En esta primera instancia participa todo nuestro ser, las ganas que tengamos de contar y la disponibilidad de tiempo y recursos.
El punto de llegada será desorden para los otros. Nuestro objeto, nuestro espacio, nuestro cuento, de ahora en más emocionará, sensibilizará, hará reír, dormir, gritar, etcétera. De diferentes maneras, a distintas personas. La narración soltada al mundo ya no será la nuestra. Y los otros nos vendrán a decir (o no) qué les pareció. Así como el desorden de partida era un detonante, el desorden de llegada será una interpretación.
¿Cómo unimos principio y final? Narrando, siempre narrando. La narración que jamás se detiene forma la memoria del arte.
En mi definición, arte y diseño, esa dupla tan cuestionada, van siempre de la mano. Podría establecer una escala de las narrativas, desde las totalmente inútiles, entre las que se cuenta la literatura, y las útiles, por ejemplo una silla o una escuela.
El diseño de una copa es la construcción de la necesidad de tomar agua, más el deseo de tomarla de cierta manera distintiva. O sea: el relato de la necesidad de tomar agua con cierta elegancia.
La elegancia está representada por distintas cosas, según las culturas, las personas, los tiempos. Para la época en que nació el plástico, tener vasos de acrílico representaba el lujo de la modernidad. La cuñada de "Mi tío", la película de Jacques Tati, estaba orgullosa de su vajilla irrompible. Hoy, tal vez sólo representen modernidad y abundancia a las promotoras de Tupperware. Mi abuela, que tenía copas talladas de cristal, tampoco hubiera disfrutado de ese lujo.
Sentarse en el sillón Barcelona de Mies Van der Rohe es una experiencia absolutamente distinta a sentarse en una silla BKF. Nos relajamos diferente, nos repantigamos de otras maneras. Personalmente, prefiero la maravilla de Bonet, Kurchan y Ferrari Hardoy.
¿Qué estaban narrando ellos en su momento, cuando concibieron esta silla? Lo leemos en el Manifiesto Austral aparecido en Nuestra Arquitectura en el mes de diciembre de 1939.
“Hay intención de unir dos mundos, uno blando-uno duro; uno fijo-uno móvil; uno industrial-uno artesanal; uno mineral-uno animal; uno futuro-uno pasado.”
Eso es un concepto, una manifestación de ambiguedades que podían haber llevado a ese objeto o a cualquier otro. Después, está la silla. Única, perfecta. Aún después viene lo que podrá devolverles el usuario común.
Para explicar lo que siento cada vez que utilizo mi BKF voy a recurrir a las palabras de alguien que jamás se ha sentado allí, pero a quien seguro le hubiera encantado:
“¿No ha sentido nunca la necesidad, especialmente al estar muy cansado, de colgar el pie sobre el brazo del sillón? (…) En sillones pequeños y caprichosos se charla mejor que sentado en el sillón del abuelo.”
Las palabras son de Adolf Loos, la nota de la que fue extractada se titula “El mueble de asiento” y fue publicada en “Neue Freie Presse” el 19 de junio de 1898.
La necesidad de beber agua estuvo satisfecha con el primer cuenco. La cantidad de vasos diferentes que existen demuestra que necesitamos relatar lo que somos mediante el diseño.
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