10.1.11

ESTUVE EN SIENA


Llegamos a la ciudad italiana subiendo una calle muy empinada, con maletas livianas pero que el ángulo volvía pesadas. Durante todo el primer día no hicimos más que subir y subir. En algún momento leímos que en Siena se podía llegar a cualquier punto siempre en bajada, o siempre en subida, algo absurdo e imposible de creer. La paradoja es inexplicable como una escalera de Escher, pero se cumple inexorablemente. Al cuarto día de estar ahí, los trayectos se nos habían convertido en algo descansado.

El tejido es tan denso que Siena funciona como una costra gigante, como un caparazón que le hubiera crecido a la Toscana. Y de repente todo se abre a una luz y a un cielo bien celeste, la gran Piazza del Campo. Con sus restoranes, su mercado, sus fiestas, sus ferias, su Palazzo Pubblico, su Campanile. Más que plaza, es un hueco entre lo cerrado. Una respiración inusitada y emocionante para todas las calles, y aquí aparece el segundo gran enigma de Siena: todas las calles llegan a este lugar abierto y popular. La organización radial del trazado de montaña es un poco –y solamente un poco– la explicación a nuestro enigma. El resto de la explicación la deberíamos ir a buscar entre los cuentos de “Las ciudades invisibles”, de Italo Calvino.

Estuve ahí.

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