Un vez hice un concurso de arquitectura con Eugenio Ramírez. Fue para remodelar el campus de la Ciudad Universitaria, que finalmente ganó Varas. Lo empezamos a hacer cinco arquitectos que nos conocíamos solamente de jugar al pinpón. Uno a uno, por distintas razones, fueron abandonando. Lo terminamos solamente Eugenio y yo. Debo decir que me encantó su tenacidad a prueba de balas y su espíritu totalmente democrático. Garra pura, la misma que le había visto poner en los partidos de pinpón y en el modo prolijo de llevar el mítico Bar El Taller, del que es dueño y responsable.
Además, resultó ser un tipo súper creativo.
Cuando estábamos pasando en limpio la entrega, surgió un conflicto que a mí me pareció absurdo, y fue la única cosa que le reproché después. Las bases pedían que la planta general fuera colocada en la lámina con el río apuntando para arriba, y que para evitar confusiones el río fuera pintado de celeste. Era simplemente un código de color para que todos los ríos quedaran iguales, y fuera más fácil de entender a los señores del jurado. Pero Eugenio no estaba de acuerdo. El color celeste le daba al río un tono Billiken que era inadecuado. Porque el Río de la Plata es marrón caca. La discusión duró
toda la noche, y al final terminamos dándole una pequeña capa de aerografiado marrón sobre el celeste. Llegamos a entregar a las diez y media de la mañana a la Facultad, después de tres días sin dormir.
Como dije antes, perdimos. Pero igual nos exhibieron, junto a una buena mayoría de trabajos correctos. El único que tenía el río de otro color era el nuestro. El arquitecto Net, que había sido uno de los curadores, me encontró en el brindis y me preguntó por qué lo habíamos pintado de marrón si las bases eran tan exactas. Corrimos el riesgo de ser descalificados, aclaró. Le contesté que mi socio opinaba que la realidad del río superaba todo código, y que después de tres días sin dormir yo lo había acompañado en la decisión del marrón con lealtad, aunque opinara lo contrario. Aunque la decisión me pareciera absurda. Y que me gustaba, ahora que veía todas las láminas colgadas, que fuéramos distintos. Como modo de aclarar el concepto dije: Mi socio Eugenio no es real, es "más que real".
Hoy me encontré con que Eugenio Ramírez está pintando cuadros en acrílico, con una técnica excepcional. Sus trabajos pueden visitarse aquí. Son magníficos.
Son hiperrealistas.
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