Lo primero que hace un porteño cuando llega a un lugar silencioso, es ruido. Puede ser una playa, un campo, una casa en un country. El porteño se baja de su auto y grita. Para demostrar que existe. Para que todos los animalitos del lugar, los pocos vecinos, el viento y la arena, sepan que él ha llegado. El grito puede ser una queja o un signo de satisfacción, de plenitud.
Después puede ser que el porteño se siente, intente comer algo o beber, y se termine yendo. Pensará: “qué lugares hermosos tiene mi país”. El viento se ocupará de esparcir la basura que él y sus hijitos hayan dejado tirada.
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