3.5.06

PERFIL / CERCOS URBANOS

La anécdota me la contaron. A un periodista famoso por su obsecuencia le mandaron a hacer una nota sobre Jesucristo. Preguntó a su jefe: ¿hay que hablar a favor, o en contra?
El tema de cercar lo urbano me produce la misma contradicción. No porque no tenga una posición tomada, ni porque sea un obsecuente de la Municipalidad. Las rejas urbanas me parecen horribles. Las plazas con rejas tienen horarios y carteles publicitarios de las empresas que las cuidan. Pero en la Buenos Aires actual, agresiva, caótica y sobredimensionada, las plazas totalmente liberadas quizás hayan pasado a ser una utopía.
El genial arquitecto catalán Oriol Bohigas, en su último libro “Reconsideración moral de la arquitectura y la ciudad”, escribe sobre la incontinencia urbana. El espacio público se contiene con las fachadas de las casas, no con rejas ni muros. Si lo contenemos ficticiamente deja de ser público. Las rejas significan un estado primario de privacidad. Tras las rejas, admitimos a algunos. No a todos.
¿Qué función cumplen los barrotes? Primero, proteger a los chicos que juegan y a sus madres. Aunque la cuestión también se llama vandalismo: apartar a drogadictos, skinheads, ladrones y asesinos. Y otro nombre es pobreza: gente sin techo durmiendo por ahí; apropiación de vendedores ambulantes que no respetan horarios de ferias, sino que se instalan sobre el pasto a tiempo completo. Y otro nombre podría ser suciedad: perros y paseaperros. Así como ninguna libertad es unidireccional, tampoco lo es la pérdida de las libertades.
Para garantizar la integridad de su espacio público, la única solución que encontró el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires es cercar. Los neyorquinos encontraron otra solución: tolerancia cero. Convengamos que es mejor la solución local.
Cercar es la opción contemporánea al cuidaplaza, aquel empleado que dormía debajo de los canteros. Para defenderse le bastaba un palo, que a su vez podía ser bastón o pinche para juntar papeles y hojas secas.
El habitante de la nueva ciudad delega el cuidado de sus plazas, parques y monumentos a profesionales, porque la violencia lo ha superado. La seguridad privada en los edificios también reemplazó al sereno, aquel jubilado que defendía los intereses del consorcio como si fuera un vecino más, sin más arma que la corrección de su palabra.
Habrá que acostumbrarse a ver y a habitar los espacios verdes con su nueva piel de rayas verticales. Carcelaria, indigna, necesaria.

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