Una es delgada con cara de mosquita
si no muerta en agonía al menos.
Las otras dos son célibes hermanas
y me solaza imaginar sus juegos,
que arcano incesto el umbral no pasa
y tabla rasa con las maneras,
consuelo en casa
de panaderas…
Blanden carrillos de ángeles macizos
mas la harina les pinta tisis de violetera,
recogen sus cabellos con sedas serpentinas
de pescar anillitos en las tortas de bodas.
De bodas de otras.
Ellas esperan…
Engolfadas en celestes guardapolvos,
en guardapieles, en guardafiebres, en guardapenas,
andan entre corruscos como gracias
inquietas lacias
de ardida cera.
Yo me pierdo en la hondonada de sus nalgas
cuando se eclipsan detrás de las maderas
a recoger avaras sus pálidas monedas
como si fueran estrellas derramadas,
como si nada fueran,
como si escarcha fueran.
Guardipolvadamente andan liban y vuelan
sobre alfombras de obleas
de crema y ansia
mis panaderas…
Al hablar se les sale reberberante un eco
del hueco de sus pechos que casi en la balanza
colocan como panes de ácimos rituales,
como frutos mortales,
como mordidas peras…
Y ellas tan en su mundo
áureo cual divas
de artes lascivas
reinan y juegan…
Juegan con los sacramentos como obispos simoníacos,
derrengan vigilantes como oscuros anarquistas,
sonríen una historia al envolver cuernitos,
disponen cañoncitos en orden de batalla
y las bolas de fraile las sumen en delicias
tan subrepticias,
mis panaderas…
Estrujan temblorosas los fálicos franceses
y un traidor titubeo es judas que las vende
cuando, árida la boca, se van sobre los churros
henchidos de esa crema que estalla en un extremo
al contenido tacto de manos de ludibrio;
toman uno, lo oprimen, toman otro
hasta colmar la anhelada docena,
cara de gozo pecaminoso
mis panaderas…
Andan zumbonas sobre tortitas negras,
son en tierras de azúcar profetas en su tierra.
Amables con los ancianos,
mironas con los muchachos
se tornan impiadosas con esas viejas
que todo hurgando siempre todo se enteran;
guardan secretos
oscuros quietos
mis panaderas…
Pido con corrección mis medias lunas
y para ellas soy isla sin señales
pues no saben que ansío las lunas llenas.
Mas aletean mi frente sus desnudeces;
su masa agraz de blancas oquedades
me pueblan de maldades
de a puños como peces.
Las veo abrir como alas guardapolvos
descubriendo su herida en mitad de la cuadra
y sudando corceles
bailar sobre escabeles
con un ardor de fragua,
danzar paganos ritos de celos y de mieces
y elevar como un cáliz entre blasfemas preces
su pulpa rebozada con azúcar morena
que me enajena
que me enfebrece,
del horno al resplandor mostrar sus senos
comidos por la lepra que les finge el centeno.
A medias inocentes dan las gracias,
piden número, se tocan,
se miran y se rozan, cuchichean,
son lluvia de maná pan y lujuria
y embozado milagro,
panaderas…
Cuando la muerte diga su palabra rotunda
quisiera que coloquen un máculo pan flauta
y una grácil rosquilla sobre mi tumba,
y la leyenda: “Estos exvotos aquí están
para recordarte, hombre, que no sólo de pan…”
Que en la noche ambas masas panaderil copulen
para que al fin las traguen las tres amadas fieras,
guardipolvadas, torvas, sollocen perniabiertas
y arrastrando en el polvo sus áridos pezones
duros capullos
de primavera,
me momifiquen
me panifiquen
leuden mis miembros
sus posaderas…
¡De cuánto sueño y turbio empeño
labran mi ceño
las panaderas…!
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