Ayer en una tarde soleada
Mientras atravesaba la muerta ciudad de Berlín
Recién llegado de un lugar extrajero cualquiera
Sentí por primera vez la necesidad
De desenterrar a mi mujer en su cementerio
Dos paladas de tierra le arrojé personalmente
Y ver qué queda de ella
Huesos que nunca he visto
Sostener en la mano su calavera
E imaginar cuál era su rostro
Tras las máscaras con las que atravesó
La muerta ciudad de Berlín y otras ciudades
Cuando todavía estaba vestida con su carne.
No cedí a mi necesidad
Por miedo a la policía y al aplauso de mis amigos.
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