La gente asaba pechos en parrillas; costillares enteros. Llegué al sector de las mesas para incorporarme a una familia. No eran conocidos, pero me recibieron bien. Conseguí asiento al lado de un viejo que traía una cosa envuelta en un repasador celeste. Le dije que me dejara ver. Desenvolvió el paquete. Era un oso de juguete embebido en vinagre. Comprendí que era su comida. El olor de la carne asada nos llegaba desde todos los vientos.
- Ah, un peluche en escabeche – dije. La gente se rió.
El viejo se puso a llorar. Juntó las manos sobre su pantalón. Se había meado. Intenté levantarlo. Dos niños con cara de murciélago comenzaron a roer el peluche.
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