Empezaron en enero, con el cumpleaños de Osho. Le regalamos una tortuguita (shhh), con todo el Taller Mìstico, menos Bucay que estaba en Mardel veraneando con su nena. Con Piro, Luis Campos, Horacio, Federico, Jack y del Marmol nos dedicamos a jugar al póker duro y parejo, en una quinta que en realidad es la casa de mi amigo Edgardo. Pileta de agua templada, parrilla, fondazo y cine. Para colmo tuvimos visitas de varios chefs: Diego, experto en centolla y Omar Genovese, gran parrillero. De uno aprendí a deshuesar el pollo; del otro a encender una fogata con una caja de cartón corrugado. Gracias, Ed: tu casa se re portó.
Fue un enero muy masculino. Gané todos los partidos de pinpón (y eso que había un jugador de lujo: Matías, de Perfil); y unos cuantos a las cartas. Me debo haber metido unas cien veces a la pileta, a pesar de que no hizo un tiempo demasiado bueno. Tomamos veintisiete botellas de whisky Teachers, dos de Blenders y dos de Old Smugler; unas ochenta botellas de vino; tres de Ginebra Bols; nos fumamos unas veinte mazorcas y comimos unos setenta kilos de carne. La parrilla recibió el fuego eterno de los griegos, por lo que estuvo incandescente. Vi otra vez Twin Peaks, otra vez la primera temporada de Los Sopranos, Seinfield surtidos, la saga completa de El Padrino, unas quince mierdas jolivudenses y una joya: HUSBANDS, de Cassavetes. Cerré contrato por los derechos de El amor enfermo para cine por cinco años y tres cuentos para el Minilibro de Klizcowski, del que no van a hacer diez mil, sino… ¡QUINCE MIL EJEMPLARES! Hice varias notas; salieron unos cuentitos en Perfil que republicaré por aquí la semana que viene, y hubo más Milanesa de Hormigón para Página 12.
En febrero estuve la primera mitad en Punta del Diablo, Uruguay. Una paz… La segunda mitad en Garín (otra paz…)
Leí un montón de cosas, pero voy a recomendar unas pocas: el Manifiesto SCUM de la Organización para el Exterminio del Hombre, de la feminista Valerie Solanas (se consigue en la librería de Perfil, no tiene desperdicio); Cómo ser buenos, de Nick Hornby (recomendado por Fernando, de la Boutique del Libro de San Isidro); Expiación, de Ian Mc Ewan (recomendado y regalado por Mori Ponsowy) y De amor y de hambre, de Julian Mclaren Ross (recomendado por Guillermo Piro). Cuatro joyitas. También conseguí un Tesoro de la Juventud de 1930 en perfecto estado de salud por doscientos mangos.
En cds compré Traje, de la Pequeña Orquesta Reincidentes, Real Gone, de Tom Waits y Pequeños Mundos, de Jorge Fandermole, que es una MARAVILLA. Escuchen, sobre todo, el tema nueve, Junio, que narra la muerte de Kosteki y Santillán. Un gran homenaje y una gran poesía.
En casa, al volver, además de la pila de cuentas me esperaban los siguientes regalos: El matador de hormigas, de Germán Coiro (Beatriz Viterbo Editora); Siete & el Tigre Harapiento, de Leonardo A. Oyola (Gárgola); Moderno Post Moderno, de Jorge Glusberg (Emecé) y las revistas Karavan, de Suecia, donde salió mi cuento Marvin; Oliverio (porque participé de una encuesta sobre literatura argentina), El Anartista (porque me la mandan siempre) y la Revista de la SCA (porque soy socio). A todos ellos, gracias.
Gracias también a la gente de Arq, el suplemento de arquitectura de Clarín por la hermosa contratapa que me dedicaron: una nota super bien hecha.
Las dos únicas veces que fui al cine vi una peli malísima, Munich (ojalá hubiera leído a tiempo la excelente crítica de Rolangarrós) y una genial: Las cosechadoras y la cosechadora, de Agnés Varda, la chica de la Nouvelle Vague. Un documental exquisito sobre la basura. Y gratis, en el Rojas.
Un punto alto de mis reuniones masculinas fue una mesa de póker en el Tigre, en pleno diluvio, casi bajo el agua, el día de cumpleaños de Luis del Mármol, con las velas tapadas para que no se nos apagaran, a las cuatro de la mañana, en medio de una inundación con corte de luz. Los únicos que no pudimos cortar fuimos nosotros.
Otro punto alto fueron las noches sin viento y con farolitos en la terraza de la casa que daba a la playa en Uruguay, junto a Mori y a Mati, preparándonos para comer chupín de raya.
Les debo todas esas notas que nombré, linkeadas o escaneadas, la letra de Junio (y, si me avivo cómo, tal vez el tema completo en MP3), las fotos de los tres lugares adonde fui, algunas tapitas o contratapitas y la receta del chupín.
También le debo una cena a Fog y otra a Gandolfo, que nunca pudimos coordinar.
Ya iremos viendo cómo sale todo. A postear, que se acaba el mundo.
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