20.12.05

RICARDO MARIÑO / Y SÍ, LOS PIBES SON UN POCO RAROS

Algunas máximas y algunas mínimas que discuten ciertos criterios sobre el difícil arte de estimular la lectura en los chicos y que suelen circular entre padres y docentes bienintencionados.

1.- Amigo docente: si aluna vez, al salir de un cine, alguien te detuvo en la vereda y te pidió que escribieras tres finales distintos para ese argumento, y esa experiencia te agradó y notaste que mejoró tu comprensión del film, entonces está muy bien que continúes pidiéndole a los alumnos que después de la lectura de un cuento señales las palabras esdrújulas, sensaciones olfativas o terminaciones en “aba”.

2.- Desconfiá de los cuentos y novelas que sirvan para enseñar algo concreto. Si el libro demuestra que los dientes deben cepillarse todas las noches, que no hay que discriminar a los asiáticos y que los enanos son personas, probablemente no tenga mucho valor literario. Las grandes obras no enseñan nada, al menos no directamente y, al contrario, crean encrucijadas que provocan más preguntas que respuestas.

3.- Es mayor el número de niños que adora nadar a partir del disfrute del agua, que los que aman la natación gracias a los juegos organizados en la colonia. Hay pequeños que incluso ven al profesor como un obstáculo entre él y el placer de la pileta, y se encuentran por miles los que odian las colonias de vacaciones a causa de los juegos organizados. Quiero decir: no le adjudiques tanta importancia a las técnicas de estimulación de la lectura. No son pocos los casos de niños que han comenzado a leer un libro sin el concurso de un saltimbanqui.

4.- Un buen escritor suele ser un individuo feo, de escasa simpatía y que apenas sabe hablar en público. Un animador de fiestas infantiles dice mejores chistes, canta con más gracia y tiene más comunicación con los chicos. Es común que los dos publiquen libros para niños. A la hora de elegir un libro no está mal tener presente que el que se dedica a la literatura es el primero.

5.- Hay que discriminar. Las editoriales publican cientos de títulos por año y a cada uno lo presentan como un gran libro. Sin embargo, un gran libro es una especie de milagro. Un gran libro deja huellas profundas en las personas y frecuentemente los gana como lectores para otros libros. Un mal libro, en cambio, es una poderosa máquina de alejar gente de la lectura. De los cientos de títulos que se publican por año, la gran mayoría son intrascendentes. Siendo muy generoso se podría decir que por año aparecen dos o tres libros muy buenos. El papel de alguien que quiere promover la lectura es ubicar esos dos o tres libros. Nadie va a hacer ese trabajo por él. Y no hay una máquina de detectar grandes libros. Y para complicar las cosas esos tres libros no son los mismos para todos.

6.- Leer es más trabajoso que mirar. Dicho brutalmente: los dibujitos que llamamos letras son representaciones de ruidos que llamamos palabras, que a su vez son representaciones de las cosas. En el televisor, en cambio, están directamente las cosas (su imagen). Es más trabajoso leer que mirar. Pero correr tras una sola pelota que se la disputan veinte chicos valiéndose de patadas y empujones es más trabajoso que quedarse sentado en el banco de una plaza mirando comer a las palomas. Sin embargo los chicos prefieren el fútbol. Debe ser que lo muy placentero hace olvidar lo trabajoso de su consecución. Los buenos libros hacen olvidar que uno está leyendo.

7.- Cuando los autores visitan una escuela los chicos hacen siempre las mismas preguntas. Las más repetidas son “¿De dónde saca las ideas?”; “¿A qué hora y en qué lugar de la casa escribe?”; “¿Qué hace cuando no escribe?”; “¿Con quién vive?”; “¿Cuánta plata gana?”. Son preguntas horribles, superficiales, no literarias, y todos los autores estamos hartos de contestarlas. Si yo pudera estar diez minutos a solas con John Irving o William Shakespeare, les preguntaría: “¿De dónde saca las ideas?”; “¿A qué hora y en qué lugar de la casa escribe?”; “¿Qué hace cuando no escribe?”; “¿Con quién vive?”; “¿Cuánta plata gana?”.

8.- Los chicos son raros: en lugar de interesarse por el aleteo de una mariposita que salta de flor en flor, en un mar de diminutivos, adjetivaciones empalagosas y maravillosos sentimientos, prefieren la música que producen las cabezas que caen rebotando desde la vela mayor en una buena trifulca de piratas. También prefieren el humor, el miedo, el ingenio, lo absurdo, el amor, el drama y, en general, cualquier ficción que los haga experimentar alguna intensidad. Un chico siempre es peor de lo que su abuelita y la directora del colegio desean, pero no demos por demostrado que se deba a las ficciones que consumen. No está probado que el Petiso Orejudo, Jack el Destripador o Bush hayan sido grandes lectores de Salgari.

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