Vivo en un edificio de departamentos de trabajadores y clase media. Durante el menemismo hubo una discusión fuerte acerca de la seguridad del consorcio. Una de las opciones era poner cámaras y custodia las 24 horas. El gasto de esta operatoria duplicaba las expensas. Propuse la opción de volver a la figura del sereno, y pagar un vigilante sólo por las noches. Era una propuesta modesta, acorde –imaginé equivocadamente- a las aspiraciones del edificio. La gente que acudió a la reunión votó por la opción onerosa, obligando a todos a desembolsar el doble de los gastos mensuales, durante todos estos años. Los que habían votado eran, me consta, los vecinos más pobres. En la prensa aún no se hablaba tanto de la inseguridad.
Tal vez estaban festejando que aún pertenecían a la clase media, así como muchos que aspiraban a la clase alta se mudaron a barrios cerrados. Fue una época tonta para los argentinos donde nos creímos, más que nunca, más.
Hoy, esa misma gente que trajo la seguridad, ya no puede pagar la cuota mensual. Y el caso es terminal: si echamos a la vigilancia de ahora, habrá que poner otra para que nos defienda de los que echamos, que saben nuestros horarios, han tenido nuestras llaves (por lo que tal vez hayan podido duplicarlas) y nos han visto entrar equipos, cámaras, televisores y computadoras durante todos los días de estos años. Para colmo de males, ahora se habla de la inseguridad en las revistas y en la tv.
Un edificio que jamás había tenido robos (porque es vulgar, feo, y denota el bajo nivel adquisitivo de los que lo habitan – o sea, nosotros) ha pasado a ser, de la noche menemista a la mañana kirchneriana, un objetivo que los ladrones y secuestradores han de tener en cuenta. La vigilancia a la que nosotros mismos, por un problema de estatus, nos obligamos, nos agregó valor. Nadie que no tuviera nada que defender pagaría un vigilante en su puerta de calle.
De alguna manera seguimos en una época tonta: somos pobres, somos menos, nos sentimos solos. Será que hay inseguridad.
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