20.10.09

SAN JERÓNIMO LEE EN PROA / RADAR


Eusebio Hierónimo de Estridón o Jerónimo de Estridón, llamado San Jerónimo por la Iglesia Católica, fue un estudioso del latín y del griego. Tradujo la Biblia —su libro favorito— del hebreo, para que la pudieran leer todos. El problema del tipo parece ser que no solamente leía textos sagrados sino, también, libros paganos y todo tipo de libros, por los que tuvo sueños en los que lo echaban a patadas de la curia. Pasó su vida leyendo a Cicerón, Horacio, Virgilio, Tácito, Homero, Platón. Pasó su vida leyendo, quiero decir, cuanta cosa con tapas que hubiera en ese tiempo, el año 400. Toda vez que lo retratan en los cuadros sale con un libro en la mano. En el de Domenico Ghirlandaio, pintado mil años después de la muerte de Jerónimo, lo vemos de cuerpo entero, sentado debajo de un baldaquino de oro, pensando y escribiendo. Capaz que traduciendo. O haciendo notas, ya que toda lectura es, en cierto modo, el comienzo inminente de una escritura.
Hay cientos de versiones de San Jerónimo atrapado en el acto de leer. La espalda inclinada sobre la tabla de su lugar sagrado, con los ojos, el rostro entregados al papel, el cuello tenso, las manos ocupadas en pasar las páginas o realizar anotaciones. Y nunca hay un solo libro sino varios. Todos abiertos.
Salvo por el detalle de la computadora que hay sobre mi escritorio, puedo compararme en la iconografía, sin santidad mediante, en este momento de escribir una nota: hay dos libros abiertos en mi tabla, papeles, lápices. Uno de los libros es Habitar, construir y pensar, del arquitecto Miguel Angel Roca, y otro es El tiempo del arte, el catálogo de la nueva exposición que la Fundación Proa ha colgado en estos días y acabo de visitar. Una maravillosa muestra curada por Giacinto di Pietrantonio que se basa en la mezcolanza de obras según nodos temáticos, a la nova usanza del arte: podemos ver un cuadro de 1600 rodeado por un ready-made de Duchamp o una foto de Joel-Peter Witkin, con el único pretexto de estar hablando de un mismo tema. El amor, el odio, la muerte, el cuerpo, la vida, la muerte.

La idea posmoderna de agrupar las cosas no por escuelas o fechas sino por conceptos deja en el visitante un sabor existencialista. Me explico: en el ítem “cuerpo” hay un cartel de peluquería del siglo XVIII, de Vittore Ghislandi detto Fra’Galgario, la Insignia del barbero Oletta. En el medio del cuadro está Oletta, el dueño de la peluquería, con pinta de joven emprendedor; a la izquierda su empleado, el peluquero, blandiendo sus tijeras en franca mirada homosexual; a la derecha hay una tercera figura, la de un noble. Ese que dice: “Soy cliente de esta peluquería”. ¿Qué diferencia hay con las fotos de Susana Giménez o Graciela Borges colgadas en el local de Miguel Romano frente al Alto Palermo Shopping?

Sigue en Página 12.

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