11.8.20

LA CLARIDAD DE UN BUEN EXPERIMENTO / PÁGINAS DE ESPUMA

Marcelo Luján es un argentino que se fue a vivir a España. Escribe libros en un castellano ibérico en el que te puede decir desde “joder, tío, mola un mogollón” hasta “Está en pedo el Romerito este”. Las historias que elabora son cercanas al terror, le gustan los accidentes y los fantasmas. Últimamente entre él y Mariana Enríquez se han acaparado todos los premios literarios del mercado. Con su libro de cuentos “La claridad”, Marcelo acaba de obtener el Ribera del Duero, el certamen mejor dotado en euros para libros de relatos en nuestra lengua. El Ribera está promovido por la Editorial Páginas de Espuma junto a una prestigiosa bodega de la región de Castilla y León. 

Yo había leído “El algún cielo”, Premio ciudad de Alcalá de narrativa 2006, en el que se destacaban el cuento que le da título al libro más una pequeña nouvelle titulada “Los aprendices”. Después de felicitarlo enfáticamente –somos amigos en Facebook- me ofreció enviarme su nuevo libro, que en estos días se empieza a distribuir en Argentina. Inmediatamente nos pusimos a hablar de literatura; sobre todo de cuentos, tema que nos tiene por fans. Me comentó cómo era el trabajo que había intentado hacer en “La claridad” para que sus historias no se vieran como hechos aislados, conectando de una manera casi azarosa detalles entre textos diferentes, y cosiéndolos también con personajes y sucesos anteriores. Me habló de una novela, “Subsuelo”, con la que ganó el Dashiell Hammett en el 2016, que era conveniente que leyera antes del nuevo libro de cuentos -a ver qué te parece-, y me la mandó junto al otro libro para el Kindle. Se agradecen esos detalles en plena cuarentena. Empecé a leer a las diez de la mañana y hacia la madrugada ya había acabado con el festín. “En algún cielo” era un buen libro; estos dos últimos son extraordinarios.

Liliana Heker, en “La trastienda de la escritura”, habla de la tercera persona como un misterio que nunca nos llevó a preguntarnos “quién era ese que sabía que había una vez, en un reino lejano…”. Uno de los casos más extraños de la tercera persona es el narrador omnisciente, el que sabe todo lo que sucede en todos los tiempos. La profesora dice que esa persona anda pasada de moda. “Podría aventurarse que el narrador omnisciente, que recorre casi toda la espléndida novelística del siglo XIX, resulte inconcebible desde principios del siglo XX”. Sin embargo alcanza a nombrar dentro de esta estructura la trilogía de Berger y algún libro de Saramago. Las demás terceras personas contemporáneas se centran en el punto de vista de alguno de sus personajes, siguiéndolos como si les ubicaran una cámara sobre sus cabezas.  El caso más extremo es el del “indirecto libre”, donde el narrador, asegura Heker, “cuenta casi exclusivamente desde la conciencia del personaje; revela ese pensamiento con todos los tics del monólogo interior –asociaciones libres, negaciones, obsesiones-, al punto de que, al lector desprevenido, puede crearle la ilusión de que está leyendo un texto en primera persona”. Bueno, con esas herramientas en estado omnisciente trabaja Marcelo Luján, a contramano de la modernidad.

¿Por qué no se usa más esa tercera que lo sabe todo de antemano? En épocas de series, donde valen tanto las sorpresas en los mecanismos para contar, el saberlo todo es un spoiler en continuado. La mayoría de los lectores / espectadores de la actualidad te matan si les anticipás el final. ¿Para qué voy a seguir leyendo si ya sé lo que pasa? Literatura vista como entretenimiento. La respuesta está en “Subsuelo” primero, y en “La claridad” después. Aunque no haya que leer los dos libros para entenderlos,  porque mantienen su autonomía (de hecho, no creo que los jurados que premiaron el libro de cuentos hayan leído previamente la novela), desde acá les aconsejo que lo hagan: es una experiencia interesante.  “Subsuelo” está publicado en España por Salto de página y en Argentina por Revólver, la editorial de Iñigo Amonárriz. Y “La claridad” ya está en librerías o por salir.

El escenario de la novela es casi de teatro, por lo sencillo. Una casa quinta con pileta y sus alrededores.  Un bosque. Un camino de tierra que lleva a una ruta. Y más allá un pueblo de provincia. El planteo tras el que todo circula es, también, escueto: unos adolescentes que se van a comprar hielo durante una reunión familiar, y van a provocar un accidente automovilístico. Uno se va a morir, otro va a quedar lisiado y la chica, que era la que conducía sin registro, con una culpa atroz. Eso es todo. Parecen, como dije, argucias teatrales que podrían representarse en un solo ambiente de cartón pintado. Sin embargo, Marcelo Luján convierte ese minimalismo expuesto en una malla de intrigas que en “Subsuelo” se atienen a los códigos de la novela negra y en “La claridad” se internan en el camino del terror. Los personajes entran y salen de escena a veces con diálogos sucesivos en el texto pero no sucesivos en el tiempo, que van re-significando lo que dicen y lo que les pasa. Es un texto complejo, pero está resuelto con tanta maestría que se lee sin tropiezos. Los mecanismos de la tercera persona enumerados por Heker son utilizados en su totalidad en la prosa de Luján. El básico  -paisaje y trama- es de teatro. Pero el resultado es de cine bien editado, y muy vertiginoso, a lo Hitchcock. O de literatura, de la mejor literatura en castellano. De esa que no busca solo entretener.

En el primero de los cuentos aparece el camionero que embestirá el auto de los adolescentes, y que es embichado en el camino por alguien que lo dirigirá hacia el mal. Y en el tercero veremos a dos ciclistas mujeres que deciden tomar un descanso en la quinta deshabitada o, peor, habitada por un ruido a silla de ruedas que nadie sabe de dónde proviene y que anticipa violencia. Los otros cuatro cuentos también se inmiscuyen unos con otros, como si vinieran de mundos anteriores. La idea de esa hiperconectividad le da la solución de modernidad que exigía Heker, y que hacía que el sistema de la omnisciencia le resultara perimido. Luján lo rescata. Tal vez debería decir “lo resucita”, dado el carácter siniestro del final.

Los fantasmas, en los cuentos de Marcelo Luján, nunca son verdaderamente malignos: mucho peor es la gente que los rodea, que los guarda, que los convoca. La atmósfera prima sobre el sobresalto porque casi todo está avisado, en el afán del narrador por contarnos no solo de dónde vienen los problemas, sino hacia donde van. ¿Por qué nombré a Hitchcock si no son cuentos de suspenso? Me acordé de esa escena de “Los pájaros” que pasa en una estación de servicio, donde el empleado es atacado por una gaviota y suelta la manguera. El episodio es visto por Melanie Daniel desde el interior del café, a través de un ventanal. Ve cómo el empleado cae, la nafta que se derrama y hace un pequeño río. Ve a un hombre encender un cigarrillo y arrojar el fósforo al piso. El horror que lleva a la explosión se basa en la concatenación de las acciones, pero sobre todo en el impedimento que tiene Melanie para hacer que eso no suceda: su grito no es escuchado por el señor del cigarrillo, y la explosión, lo que temíamos como espectadores junto a la actriz, sucede.

Los cuentos de “La claridad” son de terror pero no a costa de sus fantasmas, que lo único que piden es amparo. Quieren volver a ver a sus hijos, quieren regresar a sus casas, buscan que sus familiares los  amen de nuevo y acuden silenciosa y subrepticiamente para pedirles cariño. En el intento, de paso, nos asustan.


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