12.4.17

DDUM 572 / BICICLETA / CARLOS WOLPO

"Ramos Mejía, 4 de marzo de 2017.-
Mi padre Jaime llegó a la Argentina en 1938. Un hermano de barco, el “brider shif”, le presentó a mi madre Miriam. Se casaron en 1942. En la fiesta de casamiento del día 10 de diciembre hicieron una colecta entre los presentes para la resistencia de Stalingrado.
Mi mamá, que tiene hoy 96 años, es maestra recibida en la Escuela Normal de Río Cuarto. Siempre había deseado vivir en una casa con flores y árboles, ser feliz y pasear en bicicleta.
En 1951, en esta casa del Oeste desde donde hoy escribo, ella hizo sus primeros pedaleos. Llevaba a mi hermana Susy en la canastita, desde los seis. Los gallegos, tanos y rusos que teníamos por vecinos las saludaban al pasar, con la mano levantada.
Si hacía mucho frío, la bici quedaba estacionada en el garaje. En primavera mami la limpiaba e inflaba sus cubiertas, entonces volvían los paseos que tanto nos gustaban.
En nuestra casa estaban siempre presentes los que habían muerto, en fotos e historias. Recuerdo el resentimiento de mi padre con Dios, por todo lo que estaba pasando en Europa. Sus comentarios llegaban tanto a sus compañeros del partido “Poale Sion”, como a la misma sinagoga. El partido era de izquierda, comunitaria y progresista. Hace poquito encontré, buscando un documento de mi madre, el carnet de afiliación de Jaime.
La bici pasó a pertenecernos, hizo viajes conmigo durante la época del  secundario, persiguiendo compañeras del Comercial de Ramos. También viajaba en los veranos a Miramar, donde la compartíamos con Susy. La bajábamos a la playa para hacer el recorrido único que terminaba en el vivero. El piso arenoso con piedritas hacía difícil el pedaleo, pero todo tiene su recompensa: al llegar al asfalto había una suave bajada que el murmullo del mar y del viento sincronizaban con el ruido de la cadena reseca por la salinidad.
Un día la bici fue al galpón de la calle Moreno. Se empezó a oxidar, de tanto esperar buenos momentos nuevos. El archivo del tiempo fue el culpable. La bicicleta estuvo en un rincón hasta que Sebastián Marsiglia la miró detenidamente para decidir si le servía. 
Los arquitectos planearon un espacio central, repartido en cuatro frentes de piedra. Toda la carga de su vida ciclística está transformada, hoy, en monumento. Miriam está orgullosa; Jaime lo hubiera estado también. Nuestro compromiso con todas las cosas está puesto, desde siempre, en la vida."



No hay comentarios.:

Publicar un comentario