27.9.17

CUARTA SESIÓN DE LA CLÍNICA LITERARIA, CUARTO MÓDULO.


Cantidad de regalos para la Clínica de cuentos del Galpón. Esta semana recibimos un librazo: “El cielo de los animales”, de David James Poissant, de Edhasa. Lo envió mi amigo Sebastián Lidijover de Riverside Agency: son los mejores cuentos que leí en mucho tiempo. El autor es un neyorkino muy jovencito. “El hombre Lagarto” es, simplemente, sensacional. Un rompecabezas perfecto. Fue el que utilizamos para arrancar la noche. Sebastián también me mandó el tercer volumen de las memorias de Piglia publicado por Anagrama. Muchas gracias, y gracias también a Nacho Iraola y a Paulina, de Planeta, por su gentil envío de los libros de Carson McCullers en su edición de Seix Barral por los 100 años del nacimiento de la autora, que murió antes de cumplir los cuarenta. Una pena, aunque dejó un montón de obras valiosas: “La balada del café triste”, “Reflejos en un ojo dorado” y “El corazón es un cazador solitario”. Belleza pura. De una de las reediciones saqué unas pequeñas joyas sobre la escritura reunidas en el volumen “El mudo” y otros textos, prologado por Rodrigo Fresán. Va una muestra:


“Solo con imaginación y realidad se llegan a conocer las cosas que requiere una novela. La realidad por sí sola nunca ha sido demasiado importante para mí. Una profesora dijo una vez que hay que escribir acerca del patio trasero de la propia casa; y con eso, imagino, quería decir que se debe escribir sobre las cosas que se conocen más íntimamente. ¿Pero hay algo más íntimo que la propia imaginación? La imaginación combina memoria con intuición, combina realidad y sueños,”

La comida, esta vez, la hice yo: sánguches de matambre de ternerita en panes caseros. No hubo quejas. El vino –tinto- lo trajo Déborah: el Cabernet Sauvignon de Latitud 33. 
Leyeron Pablo y Déborah. Completé mis críticas con “Te recuerdo como eras en el último otoño”, de Bernardo Jobson, un micro relato de la escritora canadiense Lori Saint-Martin y fragmentos de poemas de Sharon Olds y de Ian McEwan (“Fabricación casera”, de “Primer amor, últimos ritos”). Como regalo final, va un pedacito del relato de Lori:

“No nos ponemos a aullar como si la mejor amiga de uno fuera la luna. No nos hundimos golpeando con los puños el suelo indiferente. No nos arrancamos la piel para exponer jirones del propio corazón. No. Sonreímos, decimos sí, está bien, bien.”

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