23.6.25
20.6.25
EL ARCA ES NUESTRA PRISIÓN / FRAGMENTO DE “UN HOMBRE TRÁGICO”, CARLOS CHERNOV
“(…) Pasó mucho tiempo hasta que se retiraron las aguas y pudimos desembarcar. El envío de aves fue engorroso. El cuervo resultó un pájaro malévolo e insolente. Dios me desorientaba, tenía tanto poder sobre algunas de sus criaturas -había logrado que los leones comieran pasto en lugar de atacar a los bueyes- y no podía dominar al cuervo. Cuando le ordené que saliera del arca a inspeccionar el estado del mundo, el pajarraco se negó y me acusó de que lo mandaba a una misión peligrosa porque yo quería poseer a su hembra. Luego solté sucesivas palomas hasta que una trajo una ramita verde de olivo en el pico. Me extrañó que el diluvio no hubiera afectado a los árboles, habían sobrevivido un año bajo las aguas como si a ellos también los hubieran calafateado con brea. Supuse que la rama del olivo significaba que el suelo había comenzado a secarse. A los veintisiete días del segundo mes del año seiscientos uno de mi vida abandoné el arca.
Aunque me indignara que Dios hubiera transformado la tierra
en un descomunal cementerio a cielo abierto, por las dudas, apenas desembarqué
erigí un altar y le ofrecí un holocausto de animales puros. Al parecer, el suave
olor de los animales sacrificados reconfortó a Dios, porque dijo que no
volvería a exterminar a todo ser viviente. Me bendijo a mí y a mis hijos y nos
dijo que procreáramos y nos multiplicáramos. Dibujó el arco iris en el cielo, y
nos aseguró que cuando cubriera de nubes la tierra, el arco iris le recordaría
su pacto con nosotros.
El pacto apaciguador me sonó como una especie de disculpa.
Con su diluvio había matado a muchos amigos y familiares míos. Personas impías,
pero queridas. Desgarrado por una tristeza que me ahogaba, reuní coraje y me
atreví a criticarlo por tamaña devastación. Dios se quedó en silencio. Yo cerré
los ojos esperando que también me matara.
- Es cierto -me dijo, por fin-, la matanza fue desmedida. En
el futuro no recurriré a castigos tan indiscriminados, seré más preciso. Ya veo
que confundiré las lenguas, y arrasaré a sangre y fuego ciudades pecaminosas.
Pero para que los hombres entiendan -y en este momento alzó la voz y yo volví a
cerrar los ojos temblando-, y no se desvíen del recto camino, cada tanto será
preciso propinarles algún escarmiento.
(…) Todavía triste y enojado por tanta mortandad -también
envalentonado por haber sobrevivido a mi primer reproche- me animé a
enfrentarlo por segunda vez.
- ¿No querías desterrar el pecado? ¿El desorden sexual? ¿No
se suponía que debíamos terminar con la fornicación? -lo increpé-. ¿Y el
incesto? ¿Cómo vamos a repoblar el mundo con decencia si somos todos miembros
de la misma familia?
Nuevamente cerré los ojos atemorizado; provocar la ira de Dios
no es broma.
- Noé, lo que dices es cierto, pero es demasiado tarde, no
tengo la solución para este problema -me respondió Dios con desconcertante
humildad-. Harás lo siguiente: Plantarás una viña, harás vino, te embriagarás
hasta desmayarte, sucederá lo que tenga que suceder y a la mañana siguiente te
habrás olvidado de todo.”
19.6.25
SÉPTIMA JORNADA DE LUJO EN LA CLÍNICA DE CUENTOS / CARLOS CHERNOV VISITÓ EL GALPÓN ESTUDIO
“La profesión es un lenguaje. Cuando nos enseñan a ser profesionales, nos trasmiten un
lenguaje nuevo.”
Chernov vino al taller a charlar con nosotros. Chernov es el
escritor más serio que conozco; Pati me corrigió y dijo que seguramente quería
decir riguroso, pero yo quería decir serio. Un grande de la literatura. Le
pregunté qué cuento de él no podíamos dejar de leer y me dijo, sin dudarlo, “Amo”.
“Es una historia que rescaté de una de mis novelas, El
amor imperfecto, en la que hay un personaje que sufre de priapismo, o sea
una erección incoercible”, explica. “En esos días tuve una mesa redonda con un urólogo
que me preguntó qué estaba escribiendo. Le conté y me dijo: el priapismo se
cura con un buen susto. Ahí hay una novela, pensé. Un urólogo que, como una
Sherezade del mal, le cuenta historias de horror al paciente, con intención de
asustarlo para la cura. Amo fue uno de esos cuentos.”
- ¿Lo publicaste dos veces?
- Lucía poco en esa novela. Cuando tenés algo que pensás que
está bien más vale insistir y encausarlo en algún lado para que se destaque. Por
eso lo trasladé hasta el libro de cuentos, y lo puse como título: “Amo”.
Chernov aprendió su profesión de médico manipulando cuerpos
humanos. Lo mismo hace en sus novelas con cuerpos de palabras. Rara vez son normales:
la mayoría de las veces son cuerpos enfermos, que casi siempre están
experimentando una metamorfosis para convertirse en algo peor.
Me apegué a la frase de Philip K. Dick que dice “el cuento
puede tratar de un crimen, pero la novela va a tratar del criminal”, para
indicarle que la mayoría de sus cuentos tratan sobre la vida de ciertos personajes.
Lili me apoyó en la afirmación: “más que cuentos parecen micronovelas”.
Chernov pensó un instante y terminó diciendo que se reconoce más novelista que
cuentista. “Amores brutales”, el primer libro de su exitosa carrera, está ahí
para desmentirlo.
Chernov mantiene la verosimilitud de sus tramas partiendo de premisas inverosímiles. Es cruel: ubica a sus personajes en mundos imposibles y después les exige carnadura y corrección. Estudiamos varios textos: “La enfermedad china”, “Eugenia convertida en obra de arte” y “La composición del relato” -mi preferido de “Amores brutales”-; “El torero hemofílico”, de “Amor propio”; “Luz negra”, “Forever Young”, “Dos cadáveres” y “Amo”, del último.
Al final leyó el primer capítulo de su nueva novela de
asesinatos múltiples, pronta a salir por Interzona. Título: “Después de la furia”.
Promete cantidad de muertos. También trajo un capítulo inédito de un libro
autobiográfico que cuenta sus experiencias: “En la guardia”, de cuando era
estudiante.
La clase estuvo perfecta. Fue una alegría tenerte con
nosotros, Carlitos. Comimos empanadas de carne y tomamos malbecs. Te mandamos
un abrazo gigante; beso a Ana y buen viaje a México.
¡Gracias por escribir y por venir!
18.6.25
P Y NANE SALEN A CENAR POR PALERMO FIZZ / ARMENIA
17.6.25
UN RESTORÁN TAMBIÉN PUEDE SER UN PERSONAJE: ARMENIA / BMSC
Personajes y escenarios son el material de las novelas; con ellos se construye la trama y todo aquello que se quiere decir. Los escenarios a veces cobran vida; en ese caso es muy probable que se transformen en un personaje más. Con los objetos también puede pasar. Un ejemplo de un pueblo que se vuelve personaje es Comala, el de Rulfo, que muestra tener más vida que sus propios habitantes. Un ejemplo de un objeto animado es la máquina de Morel en el libro de Bioy Casares, que se maneja con reglas secretas y puede dejar al protagonista encerrado el tiempo que ella quiera. Ambos casos son válidos para demostrar que no es necesario pensar en una persona o en un animal con rasgos humanizados a la hora de construir un personaje.
Hace siete años empecé a buscar un restorán porteño que
cumpliera con los atributos de un personaje de ficción, para insertar en mi
novela de viajes en el tiempo. Por un momento pensé que podría ser el restorán
Danés, ya que uno de los requisitos era estar ubicado en un piso alto de Buenos
Aires. Fui varias veces, llevé a mi tía Doris a almorzar (hice una reseña para
Buena Morfa Social Club) y a mis hermanas Machi y Fer. Pero algo no me cerraba,
y finalmente lo deseché. Mi deseo siempre estuvo atado a un sitio real en su
proyección al futuro, que terminó siendo el año 2053. Tenía que estar en un
piso de arriba porque uno de los personajes entraba desde la calle y otro por
el aire, con un vehículo volador. Tenía que ser un lugar cambiante.
Una noche fuimos con Moira a comer comida armenia al
restorán del marido de mi amiga Marcela Manoukian. Y tuve el presentimiento de
que estaba en el lugar adecuado: había una barra acolchada, era un primer piso,
no era fashion y la comida resultó extraordinaria. Cuando saludamos al dueño,
Pablo Kendikian, nos enteramos de que su local era mucho más que un sitio para
comer: era un espacio de resistencia armenia. Una especie de club. El código
del wifi era “turquiaestadogenocida”; el mismo Pablo gerenciaba un periódico de
la comunidad. Le comenté de mi proyecto y le gustó. Me dijo que nos invitaría
para cuando hubiera un show.
A la semana llamó, estaba entusiasmado. Fuimos cuando él nos
indicó. Se tomó la molestia de brindarnos una cena detallada, con todas las
indicaciones del nombre de los platos y cómo los preparaban. Con amabilidad contestó
cada una de nuestras preguntas acerca de las recetas, de los condimentos. Hubo
un show de danza en el que un bailarín levantaba del piso un vaso con los
dientes, para beberlo sin usar las manos, y todos le arrojábamos platos y
billetes. La gente bailaba, además de comer. No nos dejó pagar. Mis dudas
finales de que la acción pudiera pasar en otro restorán se habían disipado. La
novela, que se titula “Los mundos anteriores”, acaba de ser publicada por el
Fondo de Cultura Económica, y saldrá simultáneamente en México y en Colombia.
La acción empieza en el restorán Armenia del barrio de Palermo. No ahora, sino
en el futuro.
Acabamos de ir a cenar nuevamente, para entregarle el libro
publicado y cerrar la experiencia. Pablo nos volvió a atender como a reyes.
Comimos los platitos que la familia de ficción come en el libro, y contienen
pequeñas raciones de sarmá frío (unos envueltos de hojas de parra rellenos de
arroz especiado), babaganush, hummus, tabbule, mutabel (una mousse ahumada de
berenjenas), muhamara (otra mousse, pero de morrones), bastermá (una especie de
jamón crudo muy sabroso), falafel, queso armenio y aceitunas griegas. Es comida
suave, braseada, poco picante.
También nos hizo probar tres platos calientes: el manté, que
son unos mini ravioles crocantes en una sopa de caldo, acompañados con madzun
(un yogur armenio que le da un frescor muy apropiado); dos bolas de keppe y una
lasagna de masa filo rellena con queso parmesano y muzarela denominada pashá
boreg (en la carta figura otra más de espinaca y parmesano, pero Pablo nos dijo
que la de quesos era más tradicional).
De postre, nos regaló un plato que le hacía su propia abuela, el lojmá, que viene con unos buñuelitos empapados de almíbar natural, servidos con helado de crema, canela y nueces. Salimos pipones. No sé cuánto costó porque no nos volvió a cobrar, pero debe tener precios correctos: se llena. Como si esto fuera poco, una adivina nos leyó la borra del café. Tampoco sé qué le habrá adivinado a Moira, pero al libro le auguró un futuro feliz.
16.6.25
“TA LOCO AQUEL QUE QUIERA TU CORAZÓN” / CARLOS BERNATEK ANTICIPA “LOS MUNDOS ANTERIORES”
“Pensé que, ya que no podía retroceder en el tiempo, mi fetichismo ahora debía basarse en lo contrario, en una vieja historia de Washington Irving: el Rip van Winkle, el viejito borrachín, que se duerme una siesta y al despertar han transcurrido veinte años. O como la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso, porque cada una de esas historias remite siempre a una anterior. La esencia de todas ellas es la misma, que un salto abrupto en el tiempo cure, o cambie, o resuelva algo. Yo me dormí, pero nada de eso ocurrió.”
13.6.25
LOS PERSONAJES SON PERSONAS EXAGERADAS / “LOS MUNDOS ANTERIORES”
Casi siempre sé quiénes son mis personajes, pero casi nunca lo digo. En este libro, por primera vez, varios personajes coinciden, en nombre y apellido, con personas reales. No es que tengan rasgos que coincidan con los que yo necesitaba: la necesidad del escritor de moldear personajes al servicio de la circunstancia que deben actuar a veces sale a copiar patrones de la vida real, a veces mezcla seres, a veces los inventa. Aunque siempre tengan algo de alguien. En esta ocasión les tomé facetas y profesiones, y los metí con nombre y apellido.
Para “El amor enfermo” construí un doctor bastante facho,
que se hace el importante y termina siendo un ser horrible. En ese tiempo yo
trabajaba con un capataz que había sido boxeador y se apellidaba Lépez. Cada
proveedor que atendía, o cada persona nueva que llegaba a la obra, se confundía
el apellido y lo llamaba López. El tipo se enculaba. Pasaba a aclarar “Lépez, LÉ-pez,
con E”. Si el otro insistía, Lépez cerraba el puño y se ocupaba de que el
insolente lo viera. Nunca le pegó a nadie, que yo viera, pero ese orgullo por
tener un apellido especial me encantaba. Era incansable en su explicación, se
las daba a todos, aunque fuera gente a la que no iba a volver a ver jamás.
También era el único que me decía Nilsen. No tardé en cambiar el nombre del doctor
de mi novela por el de Lépez, y arrastrar esa anécdota a todos los que
equivocaban la “e” por una “o” cualunque y ordinaria. Cuando la novela se
publicó le expliqué lo que había hecho, y que podía considerarse beneficiado.
No sé si le gustó mi explicación, pero su mujer terminó por convencerlo que
estar ahí era un privilegio: lo había convertido en doctor.
En “La otra playa” también hay un personaje real: Lorena,
que fue la que me contó el episodio de la flotación. Cada vez que terminaba de
nadar, se quedaba haciendo la plancha en la pileta de su club. Después de la
muerte de su padre ya no lo pudo hacer más: en la relajación sentía que él o
alguien la llamaba desde el agua, e intentaba hundirla. Decidí conservar el
nombre de Lore y el de su madre. Aunque les expliqué que no eran ellas, sino
una exageración de ellas.
Siempre hacemos la explicación. Lo escuché a Bernatek
nombrar al mozo más agreta de Santa Fe y ponerlo de personaje. Todo el mundo lo
llama Mala Onda. En un párrafo de su novela “Ta loco aquel que quiera tu
corazón”, el Bicho lo describe tal cual es y le devuelve, ante una agresión rotunda
del individuo:
“- Decime, pelado, cuando a Santa Fe le pusieron “la cordial”
fue por vos, ¿no?
Por primera vez lo vi reír al pelado.
- Traete dos cafés con leche con medialunas, conchetumadre…”
Carlitos Bernatek dice que le leyó el párrafo y el otro no
se rio un carajo.
En esta novela nueva hice varios experimentos de realidad. Mi
amigo Hernán Bisman, por ejemplo, va a ejercer su profesión de editor de libros
en el futuro y en el pasado. Su mujer Clarisa lo acompañará, aunque en la
realidad trabaje de otra cosa. Ellos la leyeron y están chochos; el lunes que
viene vamos a brindar. Pero también figura mi amigo abogado, Gabriel Len, que
ipso facto haber salido el libro me escribió:
“Inicio mediación por el uso de nombre sin permiso.”
- Lo firmaste en sueños.
“Todo depende de que conste delante de testigos calificados,
ya que no recuerdo haber firmado nada. Mando ya mismo a secuestrar la edición.”
- Voy a tener que llamar a Len -fue mi respuesta.
“El secuestro será, también, en sueños”, dijo él.
Otra persona de carne y hueso que actúa en “Los mundos
anteriores” es el escritor Esteban Moscarda. Hace de Niño Moscarda. Esteban es
poeta y cuentista; tiene un libro de microrrelatos que se titula “The Time
Machine y otros cuentos del tiempo y el espacio”, editado por Peces de la Ciudad.
En “Los mundos anteriores” lee dos de sus micro historias, por recomendación de
Ana María Shua, la speaker, interpretando a Anmarie Shuít.
Lo último que hice es dotarles de personalidad a dos viejos
enemigos -ojo spoiler-: Edison y Tesla. No daba pie con bola en el diseño de
estos personajes; busqué sus frases célebres en Internet y en libros y compuse los diálogos con ellas, pero así y todo me faltaba saber cómo eran. Entonces
les inoculé los signos de la grieta argenta: a Edison lo hice gorila, racista
con los inmigrantes, nacionalista barato y muy agresivo de derecha; a Tesla lo
hice progre. Ahí dieron, los dos.
Afanar personalidades a la realidad es algo que hacemos los escritores. Al menos intuyo que es así. Bernatek y yo, como mínimo,
lo hacemos todo el tiempo. Pero después, inmediatamente después, nos callamos y
convertimos el espejo en un secreto, porque la gente suele ser muy susceptible.
En “Los mundos anteriores” me pasé de la raya. Sabrán disculpar, no creo que se
vuelva a repetir. La sinceridad no suele jugarme bien. Esperemos que el
experimento pase sin daños para nadie, oh, musa de la literatura.
Los tres personajes que más amo de esta novela son los
nuestros, con Nane Moi y Naná. Cenamos todos los sábados una parrilladita
sencilla y tomamos vino para festejar nuestras vidas. Somos personajes
personas (Naná es una perra que se cree persona) a la que le van las cosas
simples.
Felices en el quincho y en el libro.