4.10.19

VARIACIONES SOBRE LA UNIDAD DE EFECTO / LILIANA HEKER



“Desde la infancia tenemos una confianza natural en la unidad de efecto. Entendemos que, si nos cuentan una historia, ha de ser por algo; y que cada detalle va a tener importancia para lo que nos van a revelar. Con esa expectativa escuchamos. Y con una expectativa similar empezamos la lectura de un cuento, seguros de que cada dato, cada digresión, cada vuelta al pasado, cada velado indicio, nos irá acercando no solo a la historia sino a su sentido, a su razón de ser. O, mejor: a su razón de ser contada.

No es mi intención trasladar las destrezas de la narración oral a la construcción literaria. Sí intentar una explicación para la vigencia –con un sinnúmero de variantes y matices- de lo que, casi dos siglos atrás, Edgar Poe denominó “unidad de efecto”, definiendo así una de las características primordiales del cuento contemporáneo. E indagar hasta qué punto la excelencia de un cuento se vincula con ese rasgo.

Parece sencillo advertirlo en aquellos que vienen amenazados desde la primera línea y cuyo juego de tensiones explota en el final; esos que se ajustan con nitidez a la definición de Cortázar (“la novela gana por puntos, el cuento gana por knock out”) y al consejo de Chejov (“Si dijiste en el comienzo que había un rifle colgado en la pared, inevitablemente debe ser descolgado. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí”). El problema está en que no todo cuento gana por knock out y en que a veces el rifle cargado desde el comienzo nunca se dispara.

Imaginemos esta última situación. El rifle cargado y dos hermanos vinculados por una rivalidad antigua. Uno de los dos, desde siempre, es el perdedor: el que tiene (uno lo sabe) el rifle cargado. La situación entre los dos se tensa hasta lo insoportable; el perdedor es humillado una vez más. Uno siente la amenaza de las balas en la recámara y espera, como una liberación, el disparo. Pero resulta que el perdedor se muerde los labios, el cuento termina y el disparo no sucedió. Es uno el que se queda cargado con todo el peso de la humillación. Ese era el efecto que el cuento perseguía. ¿Puede llamárselo knock out? Yo arriesgaría que sí, considerando que la frustración del no desenlace nos ha dejado impactados más allá del momento de la lectura, como sucede con todo buen cuento. Y pienso que es a ese tipo de knock out –y no un uppercut en la pera que te deja tumbado- a lo que se refería Cortázar.

Ahora, imaginemos que en el comienzo de un cuento, en la descripción del ámbito, entre varios objetos colgados en la pared se nombra un rifle cargado. En el momento, eso crea una expectativa: me pongo alerta. Pero resulta que después el cuento deriva en una historia familiar y el rifle queda en el más completo olvido. El estado de alerta se va a ir disolviendo; inconscientemente –o no- he decidido que no vale la pena estar demasiado atento a los indicios: este autor escribe por escribir. Se ha producido un desgaste en el interés. Lo opuesto a ese desgaste es lo que se consigue con la unidad de efecto: eso intangible que despierta la avidez del lector, que lo hace estar atento a cada detalle, atravesar ansioso cada digresión, dejarse arrastrar por la velocidad o la morosidad de la trama, hasta la revelación –tal vez mansa, tal vez apenas perceptible- del final. Conclusión: el disparo podrá sonar o no en la última frase; eso no influirá en la calidad del cuento. Lo que sí influirá, desmereciéndolo, es poner una pistola cargada en vano.”


(“La trastienda de la escritura”, Alfaguara.)

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