"Esta frase tiene cinco palabras. Aquí van cinco palabras más.
Dos frases iguales están bien. Pero muchas juntas resultan monótonas. Escucha
lo que está pasando. La escritura se vuelve
aburrida. El sonido se vuelve sonsonete. Es como un disco rayado. El oído pide
más variedad.
Ahora escucha. Cambio la longitud de la frase y creo música.
Música. El texto canta. Tiene un ritmo agradable, cadencia, armonía. Uso frases
cortas. Y uso frases de longitud media. Y a veces cuando estoy seguro de que el
lector está descansado, le atrapo con una frase de considerable longitud, una
frase que alumbra con energía y se levanta con toda la fuerza de un crescendo,
el retumbar de los tambores, el estruendo de los platillos, sonidos que dicen:
escucha esto, es importante.
Así que escribe una combinación de frases cortas, medianas y
largas. Crea un sonido que agrade al oído del lector. No escribas solo
palabras. Escribe música." Gary Provost.
La ficción es eso: hacernos creer algo por el solo hecho de contarlo con las palabras justas.
La foto de mi pizarrón, esta vez:
Como bien se puede observar, aclara perfectamente TODO.
Cuando te olvides de los mecanismos narrativos, Eleonora, repasá esta foto. Beso.
Encontré este precioso texto en el feis de
Sebastián Pandolfelli, músico y escritor. Parece que dirige talleres
literarios; me dijo en un comentario que utilizaban, como parte de la teoría,
mi texto “Cuentos de reglamento simple”. Buena noticia que algo teórico de lo
poco que escribí le sirva a alguien. Sepan que está hecho más con el corazón
que con la cabeza (administrese con cuidado y únicamente bajo la
responsabilidad del tallerista, jaja). Mi amor por los cuentos es así de
simplón.
Ayer le dimos duro a la corrección para
mandar material a las antologías de Sergio Gaut vel Hartman. Vamos a llevarle
cinco de amor, tres de Claudio y dos míos. Dos de extraterrestres, uno de
Eleonora y otro de Jonatan, muy buenos. Y dos de mutantxs y alienígenxs, uno de
Pablo y uno mío. Claudio escribió uno más pero era confuso; los tres que está
mandando son excelentes. El de Pablo tiene onda a una película muy perturbadora
que vi hace mucho, “Enemigo mío”, con un
alien y un humano que tienen relaciones y posteriormente un hijo –mi recuerdo
me dice que era deforme- en otro planeta. Una joya norteamericana de clase B
que habría que recuperar.
La foto que honra esta crónica no es un
Jackson Pollock, sino la deliciosa torta de coco y dulce de leche que Moira nos
regaló para la ocasión. Tomamos irish whiskey Jameson y café.
Eleonora escribió dos cuentos de
extraterrestres. Yo le critiqué uno y me ligué el gaste de todos los miembros
del taller a los que les había gustado (y mucho, parece). Tengo aquí mi rincón
de la réplica. El cuento tiene como personajes a las torres de alta tensión,
esas que parecen robots al estilo de la de Tecnópolis. Las torres se desprenden
de sus cables y tensores y salen a caminar, porque en realidad son
extraterrestres. En el cuento se compara ese despertar con el de un gato
desperezándose. La gente no lo advierte, salvo por algún ojo ocasional (así se
llama el cuento: “El ojo ocasional”), y porque se corta la luz. Y esto es lo que quería decirles, queridos
habitantes de la Clínica y planetas aledaños, y tal vez el whisky no me dejó
expresar con total claridad: animar un objeto es un trabajo titánico. No se
puede decir que la torre salió caminando y chau. Hay que explicar cómo es la
torre, hay que asesorarse sobre qué está construida, cuáles son los cables y
cuáles los tensores, y sobre todo hay que sugerir qué forma tienen y cómo se
moverán en la animación. Si el cuento es sobre eso, debe estar clarísimo. Hay
que ser exacto.
Por ejemplo: la torre podría agacharse y desenterrar los dados de hormigón del piso, antes de salir a caminar. Si la torre es femenina, podría dejárselos puestos como a plataformas, y mirárselos de costado para ver cómo le quedan.
Podría liberarse de los tensores como un Frankenstein desencadenado. Debería marcar una diferencia entre cortar un cable pesadísimo que lleva corriente y hace una catenaria, de un alambre de acero que solamente es un tiento. Eso es lo que harían animadores de la talla de Ted Avery o Nick Park. En los “Pollitos en fuga” o en “Wallace y Gromit” hay cantidad de maquinarias absurdas que se vuelven lógicas porque están explicadas dentro de su propia lógica. Las entendemos y nos hacen reír por eso. La diferencia entre animar bien y mal se puede ver, a veces, en un mismo personaje. Friz Freleng, el primer animador de La Pantera Rosa nos metía en secuencias panterianas perfectas que después perdieron los animadores que hicieron las temporadas posteriores. ¡Lo perdieron tanto que hasta la hicieron hablar!
Igual pasa con el Correcaminos, donde la última tanda de animadores resolvía todo con una especie de garabato que significaba que el Correcaminos y el Coyote se estaban peleando, y al final quedaba uno atado o golpeado, y chau. Como si el espectador no quisiera enterarse qué pasa en ese embrollo, sin darse cuenta de que la secuencia misma es el embrollo. ¡Y tenían todas sus primeras películas para estudiar! Todas esas en las que Chuck Jones lo había sabido hacer a la perfección.
¿Cómo hace Miyazaki
en “Mi vecino Totoro” para convertir un gato en un colectivo y que nos lo
creamos? Simple: el colectivo adopta los movimientos, aspectos y ronroneos de
un gato y el gato adopta las dimensiones e interioridad del colectivo. Por ejemplo: la torre podría agacharse y desenterrar los dados de hormigón del piso, antes de salir a caminar. Si la torre es femenina, podría dejárselos puestos como a plataformas, y mirárselos de costado para ver cómo le quedan.
Podría liberarse de los tensores como un Frankenstein desencadenado. Debería marcar una diferencia entre cortar un cable pesadísimo que lleva corriente y hace una catenaria, de un alambre de acero que solamente es un tiento. Eso es lo que harían animadores de la talla de Ted Avery o Nick Park. En los “Pollitos en fuga” o en “Wallace y Gromit” hay cantidad de maquinarias absurdas que se vuelven lógicas porque están explicadas dentro de su propia lógica. Las entendemos y nos hacen reír por eso. La diferencia entre animar bien y mal se puede ver, a veces, en un mismo personaje. Friz Freleng, el primer animador de La Pantera Rosa nos metía en secuencias panterianas perfectas que después perdieron los animadores que hicieron las temporadas posteriores. ¡Lo perdieron tanto que hasta la hicieron hablar!
Igual pasa con el Correcaminos, donde la última tanda de animadores resolvía todo con una especie de garabato que significaba que el Correcaminos y el Coyote se estaban peleando, y al final quedaba uno atado o golpeado, y chau. Como si el espectador no quisiera enterarse qué pasa en ese embrollo, sin darse cuenta de que la secuencia misma es el embrollo. ¡Y tenían todas sus primeras películas para estudiar! Todas esas en las que Chuck Jones lo había sabido hacer a la perfección.
La ficción es eso: hacernos creer algo por el solo hecho de contarlo con las palabras justas.
La foto de mi pizarrón, esta vez:
Como bien se puede observar, aclara perfectamente TODO.
Cuando te olvides de los mecanismos narrativos, Eleonora, repasá esta foto. Beso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario