“Leí,
días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita
muralla china fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso
que se quemaran todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas
operaciones –las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los
bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado-
procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos,
inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó. Indagar las razones de
esa emoción es el fin de esta nota”.
Jorge
Luis Borges, “La muralla y los libros”.
Para la ocasión Juan dice que le cambiaría la
última palabra -“nota”-, por “muestra”.
Borges, contento igual.
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