La fantosmia es la percepción
de un olor, generalmente desagradable, que no existe y nadie más que uno percibe.
Huele a quemado pero no hay fuego. Ni humo. Es un tipo de alucinación de esas
que estudia el neurólogo Oliver Sacks en sus textos. Durante la pandemia tuve
miedo a la anosmia y a la disgeusia (falta de olfato y trastorno en el gusto, síntomas
del Covid-19), pero más aún a la fantosmia. Empecé a pensar que el aire iba a
oler, en algún momento, a cadáver pudriéndose, a tierra rancia de cementerio.
Entonces empezó a morirse gente.
Creo que me senté a escribir
cuentos de fantasmas para poder mirar de frente a la desgracia, que tocó muy de
cerca a parientes y amigos. Yo no me enfermé porque tomé recaudos de obsesivo
compulsivo (los sigo conservando todavía). El miedo es un territorio en el que
me muevo con bastante eficiencia. O, al menos, adonde escapo cuando escribo. El
libro en el que sigo trabajando tiene historias cortas y largas, horrorosas y simpáticas;
fantasmas de género o de cartulina. Van tres muestras en este Verano 12,
hiladas como las cuentas de un collar.
Gracias por leer.
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