La primera persona. Seguimos el capítulo del libro de
Liliana Heker, “La trastienda de la escritura”, para explicar, regodearnos,
recrear buenos ejemplos de las personas de los narradores. Y aprender. Busqué
los cuentos recomendados por ella y los leímos. Hay dos geniales, “Corte de
pelo”, de Ring Lardner, que es casi un manual de uso de la primera persona, y
uno triste de Juan Rulfo: “Es que somos muy pobres”. Escribe Liliana sobre el
cuento de Lardner:
“Lo intransferible de la primera persona se ve muy nítido
cuando el narrador es un personaje cabalmente ficcional. En estos casos hay que
tener en cuenta, además, tres cuestiones nuevas: la voz del narrador –un
peluquero- y la forma de su discurso –digresivo, despreocupado, lleno de
acotaciones “de peluquero”- están presentes de la primera a la última línea. El
propósito del peluquero es, manifiestamente, entretener a su cliente con las
aventuras de Jim Kendal, el gracioso del pueblo (“un gran tipo”). Pero,
mientras va enumerando las bromas de Jim, se desvía en episodios laterales,
transgrediendo las normas del buen cuentista, y uno va entendiendo la historia
de maldad sin par que circula debajo del discurso del peluquero. Su falta de
conciencia respecto de la brutalidad de lo que está contando nos deja como
únicos testigos conscientes de una historia feroz”.
(…) “El peluquero que le habla a su cliente carece por
completo de la unidad de efecto: va y viene contando detalles que no vienen al
caso. Es un narrador pésimo, en cambio Ring Lardner es un cuentista
extraordinario. La impresión casi insoportable que provoca el contraste entre el
discurso deshilvanado e inconsciente del peluquero y la historia que uno va
armando con esos detalles hacen de “Corte de pelo” una obra inolvidable. Sin
embargo, acá no hay pistola cargada ni un rotundo knock out. De algún modo, como dice Cortázar sobre la novela, este
cuento gana por puntos”.
Liliana también escribe acerca del cuento del autor de “El
llano en llamas”:
“Un ejemplo muy diferente al anterior es el de “Es que somos muy pobres”, de Juan Rulfo: un chico que narra con su propio lenguaje
–magistralmente recreado- y desde su propia realidad de miseria y de desdicha.
Pero la describe con una especie de fatalidad neutral, como si no existiera en
el mundo la menor posibilidad de modificar lo que ocurre. Y es justamente la
total ausencia de dramatismo de su relato lo que lo vuelve dramático y
conmovedor. Son su voz y su resignación los que cargan de expresividad y de
sentido lo narrado”.
Hace dos clases comenzamos con la segunda persona y en dos
clases más leeremos a Stephen Dixon para hablar de la tercera. Un poco de
teoría nunca viene mal, sobre todo si la maestra es Heker, capa total. Para
corregir esta vez utilizamos un método que sugirió Kamiya en su visita: el del
taller de Castillo. Salió bastante bien, aunque no respetamos demasiado las
formas. Leyeron Laura y Lili. Laura trabajó en la consigna del cuento de brujas
y escribió una joyita de la que apenas tendrá que revisar detalles: “Kurepís”.
Una vez que lo termine le auguramos desde acá una vida de premios, porque es –o
será, ya lo puedo ver- cuentazo.
Comimos y libamos como príncipes. Fernando trajo dos de sus sabrosas
tartas, la de cebolla y queso al azafrán, y una nueva que no habíamos probado
de salmón ahumado. Y también hubo postre: Ceci, la compañera de Fabián, nos
hizo un budín recubierto en chocolate con cantidad de frutillas. ¡Gracias!
Parece que para la próxima Pablo y Laura nos van a asombrar
con sus saberes culinarios. Adoro cuando espontáneamente toman la posta de las
cocciones. Me puedo centrar en buscar más y mejores textos, y concentrarme en
conectar con otros escritores para que nos vengan a leer sus inéditos. O sea, dejar
de cocinar para hacer mi trabajo específico de la Clínica. Como el peluquero
de Lardner puedo relajarme, poner cara
seria y decir:
“- ¿Se peina al agua o en seco, señor?”
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