“Al comienzo de su novela “El hombre sin
atributos”, Robert Musil anuncia “que no se hará ninguna tentativa seria de…
entrar en competencia con la realidad”. Sin embargo, hay un elemento en la
situación que él no puede pasar por alto. Qué bueno sería, sugiere, si fuese
imposible encontrar en la vida la simplicidad inherente al orden narrativo. “Es
el simple orden que consiste en poder decir: Cuando hubo pasado aquello, pasó
esto. Lo que nos tranquiliza es la simple secuencia, la sobrecogedora variedad
de la vida representada, como lo expresaría un matemático, en un orden
unidimensional”. Nos agradan las ilusiones derivadas de esta secuencia, su
aceptable apariencia de causalidad. “Tiene el aspecto de la necesidad”. Pero
dicho aspecto es ilusorio. El héroe de Musil, Ulrich, ha “perdido su elemento
narrativo elemental” y lo mismo sucede con Musil. Y lo mismo va a suceder con Nicolás, si no me manda urgente un meil con
la palabra “achuras” en el subjet; se va a perder los choris y ni lo voy a
dejar tocar la carne asada, por no leer estos informes que les hago. “El
hombre sin atributos” es multidimensional, fragmentario, sin posibilidades de
un final narrativo. ¿Por qué Musil no podía tener este orden narrativo? Porque
“Todo se ha vuelto ahora no narrativo”. La ilusión sería demasiado grosera y
absurda.”La pérdida del asado también,
por lo que Nicolás tiene hasta el martes al mediodía para enviar el meil.
La cita es del libro “El sentido de un
final”, de Frank Kermode, y es parte de sus estudios sobre la teoría de la
ficción. Kermode es un profesor de literatura de las Universidades de Cambridge
y Columbia; el libro fue editado por Gedisa.
Lo traigo al informe porque en la
clase de ayer hablamos de finales, y para eso convocamos a la reina de los
finales extraños, la querida Florencia Abbate. De su libro “Felices hasta que
amanezca” leyó el cuento “Maldito kayak”, que yo tuve la oportunidad de
comentar en su fase inédita, en esos intercambios de lecturas que hacemos los
escritores. Se trata de una pareja que ya anda en las malas, y el tipo
introduce un objeto incómodo en la casa a la que van a vacacionar al Cabo
Polonio. Ella se choca con el kayak, trata de usarlo de mesita, de asiento, es
pesado cuando intenta correrlo. No hay caso, es un objeto que estorba. Él
tampoco lo usa. Lo va a usar una sola vez, para desaparecer en el mar. Flor me
dijo que el cuento no tenía final, y a mí me pareció que sí, que estaba
terminado. Cuando volví a leer el cuento en el libro publicado por Emecé, me
hizo reír. Al tipo en su kayak se lo lleva un ovni. Ja, ja. Por un lado es la
esperanza inmediata que tenemos con nuestras ex cuando nos separamos y las vemos
escribir cosas horribles de nosotros en el feis, la mañana después. “Ojalá que
se la lleve un ovni”. Por otro lado, Florencia supo administrar toda ese misticismo del paisaje social del Cabo: el esoterismo de cuarta del que todos los
jipis parecen contagiarse ni bien llegan. O sea: convirtió el escenario en
acción, e hizo que ese paisaje estúpido se comiera a la insoportable pareja de
la protagonista.
Después yo leí “Una sola cosa con sus manos”,
el cuento que cierra el libro, y hablamos sobre la elección del último cuento
cuando nos ponemos a ordenar nuestros textos pensando en un volumen. La charla
fue muy buena. Todo apuntaba al final, tal vez porque se cierra un ciclo más,
el quinto, y además porque tal vez esta quinta temporada, como le decimos ahora
a las series, sea la última que dicte. Al menos dentro de este formato por
el que ya hemos pasado la friolera de… ¡60 clases! ¡180 horas leyendo y
discutiendo cuentos! Puede que cambie de formato, eso veremos. Dudo que pueda
vivir sin esta discusión sincera y frontal que tuvimos, por lo que seguramente
la seguiremos teniendo. Se aceptan críticas a lo que pasó, disfrutaron, vieron
y, tal vez, hasta sufrieron. De los que vienen desde siempre hasta los que se
colgaron en esta última etapa.
Leyeron Fabián y Eleonora, dos cuentos muy
buenos. Tuvimos cena con postre. Cociné un matambre que serví en sanguchitos de
pan casero recién horneado, y Elenora trajo una torta de chocolate muy potente,
tipo marquisse. Tomamos dos botellas de vino, un malbec y un merlot.
Tengo preparado para regalarles el día del
asado el ejemplar prometido en el post anterior de “El nuevo cuento
latinoamericano”. Ustedes tendrán, como tarea para el hogar, que leer las tres
obras maestras que nos quedaron pendientes en los cursos y están ahí:
“Ausencia”, de Daniel Alarcón, “Matar un
perro”, de Samantha Schweblin y “Mariachi”, de Juan Villoro. También me
gustaría haberles conseguido el genial “Marina en sol y azul cobalto”, de Carlos
Gamerro. Está en “El libro de los afectos raros” que publicó Norma en 2005;
traten de comprarlo. Es un cuento bastante largo, muy provocativo. Doy todos esos por leídos.
La próxima es el asado. No se olviden de
coordinar lo de las ensaladas, el pan y los vinos. Porque no sólo hay que
planear los asados, sino comprar las cosas, cocinarlas, condimentarlas,
comerlas y acompañarlas con alcoholes, charlas, dulces, literatura. Como dice Kermode:
“Tenemos nuestro vital interés en la
estructura del tiempo, en las concordancias que crean los libros entre
comienzo, medio y final. Y como admitirían los críticos de Chicago con un
énfasis muy diferente, perdemos algo al fingir que no tenemos tal interés.
Nuestras geometrías, retomando el término de Henry James, son necesarias para medir
el cambio, ya que es en el cambio, entre orígenes remotos o imaginarios, y finales, donde se sitúan
nuestros intereses. Si leíste hasta acá,
Nico, agregá en el cuerpo del meil “quiero comer”; si está el subjet pero falta
el “quiero comer” no te tocará ni media morci, ni una salchichita de copetín, porque querrá decir que no
terminaste de leer este informe (estás en capilla, sabelo). En nuestra perpetua crisis tenemos,
en las estaciones adecuadas y bajo la
presión quizá de nuestro propio final, perspectivas vertiginosas del pasado y
del futuro, en una libertad que es la libertad de la realidad discordante.
Semejante visión del caos y del absurdo puede ser más de lo que podemos
soportar con serenidad.”
Totalmente de acuerdo
ResponderBorrarAbrazo, mantengan el silencio.
ResponderBorrarParticipé desde el principio. La clínica fue creciendo sin pausa. Fui testigo del progreso de mis compañeros y en ellos reconozco el mío. Discutimos, aprendimos, comimos, bebimos, disfrutamos. La evolución necesita otra etapa, otra estación donde nos deje esta escuela nuestra de Nielsen. Somos otros ahora. Muchas gracias, querido maestro.
ResponderBorrarCapo, Fer! Gracias a vos por haber sido parte!
BorrarGracias Gustavo por compartir todo lo que aprendiste sobre escribir, por el tiempo que le dedicaste a leer los trabajos y las devoluciones que hiciste. Me encantó ir, volvería y lo recomendaría. La gente que conocí ahí fue toda muy copada, lástima Fernando, y las discusiones que se generaron siempre me dejaban algo que me quedaba masticando los días siguientes. Ahora, Quiero comer!!!
ResponderBorrarBien ahí. Cenarás.
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