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¿Cómo te sentirías viajando a otra época con el cuerpo
cuarenta años más joven, conservando tu inteligencia, memoria y emociones de
tus setenta? ¿Y qué pasaría si te digo que la oferta puede mejorar, alejándote
del medio de una epidemia mortal para ubicarte en una ciudad paradisíaca del
pasado, donde la salud es la moneda común? “Los mundos anteriores” cuenta una
historia de padecimiento y salvación. La empresa Morel, viajes que curan te
puede ayudar con este milagrito si a cambio le das todo lo que tenés,
todas tus cosas.
Es Buenos Aires, el futuro. Una nueva peste bubónica ha
asolado la realidad. El promedio de vida que superaba los cien años ha vuelto a
centrarse en los cincuenta. Algunos, los suertudos, superan esa edad, pero todo
puede cambiar en el minuto del próximo contagio. La sociedad está diezmada, el hanta
no tiene cura. ¿Hasta dónde puede llegar un ser humano? ¿Qué significa en verdad
la palabra vida, y qué estamos dispuestos a hacer para no perderla?
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En la Villa Tesla los edificios en torre no tienen escaleras
ni ascensores; se llega a los diferentes niveles por vehículos voladores. No
hay ni cables ni caños: todos los servicios son inalámbricos, invisibles y
silenciosos. Los autos, los electrodomésticos, los muebles, los robots y las
pantallas son tus amigos que te hablan, aconsejan, apoyan y cuidan. Las casas
funcionan en base a los deseos de cada dueño. Si quiere bañarse, la casa se
transforma en una terma romana; si quiere cocinar, se llena de mesadas, hornos,
heladeras y alacenas como la fábrica gastronómica de un chef Michelin. Si
quiere tomar un trago, todo el interior asimilable se convierte en la barra
acolchada de Pinar de Rocha de los 90, con taburetes, pista, reservados y bola
de espejos. Cada cambio se produce en un pestañeo.
La Buenos Aires de la Villa se contrapone con la ciudad
histórica, que es un collage de capas oxidadas de tráfico e idiomas, en un
amontonamiento de gente ensimismada, con edificios que se caen a pedazos. P
vive en la modernidad; su novia Nane, alejada del bullicio en la Provincia,
adonde la polución y la enfermedad están empezando a llegar. Si bien no hay
cura para la enfermedad, existe la esperanza del viaje. Los personajes se van a
poner a prueba, intentarán suplir escollos económicos y familiares porque están
decididos a dejarlo todo en esta ida sin retorno a un lugar que desconocen,
pero que está garantizado por ser el pueblo que menor incidencia de muertes por
cáncer registra en la historia de la humanidad. Será su escape a la mejor noche
de los tiempos. ¿Sabrán encontrarse en el pasado, estos dos héroes de
cartulina?
3
La novela es de amor, pero también es un homenaje a todas
las máquinas del tiempo que existieron en los delirios de la física y la
matemática mundial. En el futuro dispondrán de un cilindro de espuma cuántica, invento
de Morel. Ese cilindro es la conclusión actualizada de todas aquellas veces que
la ciencia se unió a la filosofía para preguntarse cómo sería viajar hacia
otras eras. La ficción siempre se aprovechó de estos intentos fallidos,
dándoles una utilidad de entretenimiento. Libros como “La máquina del tiempo”
de Wells, los cuentos sensatos de Julio Verne, Robert Heinlein o Ray Bradbury; películas
como “Primer”, “Tenet”, “Volver al futuro”, “Terminator”. Especulaciones y
diversión con diferentes grados de credibilidad.
La carrera científica por estas máquinas se inició en los
años cincuenta. Las teorías fueron muchas, e involucraron a los mejores
pensadores de la historia: Albert Einstein, Kip Thorne, Gödel, Hawking, hasta
llegar a los cuánticos con divulgadores como Carlo Rovelli. La historia de las
teorías dice que no se opacaron unas a otras, sino que intentaron suplir
anomalías, corresponderse y crecer. Grandes físicos y matemáticos tomaron el
tema como un recreo técnico, donde poder divagar sobre los meandros temporales.
En este momento hay un equipo de alemanes que jura haber enviado una partícula
al futuro. No sé cómo lo habrán probado, ni el tamaño de la partícula, que me
imagino tendrá dimensiones de Plank. Pero porfían que lo hicieron.
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Para construir esta novela utilicé, como si fuera una rutina
gimnástica, la misma estructura de “La otra playa” y “El corazón de Doli”. He creado
voluntariamente un tríptico que aquí termina; no es una saga, no hay continuarás…
Las tres novelas son diferentes, autónomas y pueden y deben leerse
individualmente, sin suponer una progresión, ni un orden, ni nada que se le
parezca. No hay que haber leído una para entender la otra; son tres libros
separados que solo comparten el esqueleto de sostén. Ese esqueleto está
conformado por cuatro elementos: una ciencia discutible (por lo rara); una
playa, un libro, un amor. Esta estructura me sirve solamente para poder
contarlas, pero la nombro en la nota porque me pidieron que expusiera la cocina
de la escritura de “Los mundos anteriores”, y las estructuras han sido siempre
prioritarias en la obra de este arquitecto que escribe. Ni te cuento en las
casas.
Ya una vez había recurrido a un díptico, cuando diseñé “El
amor enfermo” y “Auschwitz”. Esos libros no pueden ser más diferentes, y sin
embargo partieron de un acuerdo que me permitió decir lo que quería con mucha
libertad. Los escritores a veces nos autoinfligimos reglamentos para poder
trabajar en forma acotada. Las reglas en estas dos novelas iban por el lado del
protagonista: técnica y morfológicamente era casi el mismo. Un varón porteño,
heterosexual, habitante de Palermo Viejo, un metro setenta y cuatro, cuarenta
años recién cumplidos. Nada más que Saravia es un pan de Dios y Berto un hijo
de puta. Como las mitades del vizconde demediado de Calvino pero enteras, duplete,
caminando y haciendo de las suyas por Buenos Aires.
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¿A qué me refiero cuando apodo a una ciencia con el adjetivo
discutible? En el caso de “Los mundos anteriores” me estoy refiriendo a
que los mismos físicos y matemáticos que fueron hilando teorías sobre viajes en
el tiempo lo hicieron con pinzas, dubitativamente, a sabiendas de que eran
impracticables, o simples visiones de lo que podría suceder. Al menos eso es lo
que se lee hasta Stephen Hawking, que niega rotundamente la idea de viajar al
pasado, pero le prende una vela a la posibilidad no tan remota de hacerlo al
futuro. Carlo Rovelli, uno de sus seguidores más notables -trabaja en el campo
de la cuántica, ahí donde Hawking se detiene- ya opina lo contrario, porque en
la cuántica las acciones no tienen por qué preceder a las reacciones. Los
libros que leí para construir mi historia me resultaron exquisitos: “Breve
historia del tiempo”, “Helgoland”, “El orden del tiempo”, de los físicos que
nombre, y uno muy lindo de difusión histórica del profesor David Toomey: “Los
nuevos viajeros del tiempo”.
La ciencia rara que se despliega en “El corazón de Doli” es
la clonación, que no solo es bastante joven, sino que tiene profundos dilemas
éticos, y de eso se aprovecha mi historia. La ciencia rara que desarrollo en
“La otra playa” tiene que ver con la fotografía de fantasmas, algo que ya ha
sido refutado pero en algún tiempo existió para la Escuela Científica Basilio,
Arnold Schopenhauer y Sir Arthur Conan Doyle en su etapa de documentalista.
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En “Los mundos anteriores” me agarró un complejo de
realidad. Tal vez porque en un libro de viajes en el tiempo, lo que da más
trabajo es disimular (o explotar, seamos sinceros: a veces es mejor exponer un
error que taparlo) las paradojas, que saltan todo el tiempo. Las paradojas son
producto de la causalidad; la cuántica, como dije antes, vino a atenuar un poco
estos defectos. Mi parte acomplejada se conformó simplemente con encontrar
personajes reales y mandar a mis mejores amigos con nombres, apellidos y
profesiones, al pasado conmigo, a la ciudad que fue un Silicon Valley anterior
al actual, con un parque divino, un lago, un río.
También hice el esfuerzo porque los escenarios fueran
reales: Nane vive en una importante casa del movimiento moderno argentino de 1965,
diseñada por el arquitecto Martín Meyer, socio del estudio Gassó, Rivarola,
Meyer, en Beccar. Y la novela empieza en el restorán Armenia, que es lo más
parecido a un personaje de ficción que vi en restoranes, y la comida que hacen
es exquisita. Queda entre Palermo Hollywood y SoHo -en el futuro, Palermo Fizz-,
vayan y pidan platitos de cena y deditos de postre, como hace P. También hay
una perra real, mi amiga Naná. Todos ellos, incluidos los espacios, están
proyectados al futuro que requiere el argumento, pero son reconocibles. Hernán
Bisman, por ejemplo, es diseñador de libros, tiene una editorial, y ha pasado
por todos los modos de impresión que existen en la actualidad, menos la
linotipia. En el pasado se las van a tener que rebuscar entre esos chasis, con
su mujer Clarisa.
Lo bueno de meter gente real en mi máquina de espuma cuántica es lo que me pasó el otro día: entré a Facebook y había un escrito de Hernán. Termina diciendo: “Gracias, amigo, por esta forma mágica de hacernos eternos. No se me ocurre mejor regalo. Te quiero."
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