Casi siempre sé quiénes son mis personajes, pero casi nunca lo digo. En este libro, por primera vez, varios personajes coinciden, en nombre y apellido, con personas reales. No es que tengan rasgos que coincidan con los que yo necesitaba: la necesidad del escritor de moldear personajes al servicio de la circunstancia que deben actuar a veces sale a copiar patrones de la vida real, a veces mezcla seres, a veces los inventa. Aunque siempre tengan algo de alguien. En esta ocasión les tomé facetas y profesiones, y los metí con nombre y apellido.
Para “El amor enfermo” construí un doctor bastante facho,
que se hace el importante y termina siendo un ser horrible. En ese tiempo yo
trabajaba con un capataz que había sido boxeador y se apellidaba Lépez. Cada
proveedor que atendía, o cada persona nueva que llegaba a la obra, se confundía
el apellido y lo llamaba López. El tipo se enculaba. Pasaba a aclarar “Lépez, LÉ-pez,
con E”. Si el otro insistía, Lépez cerraba el puño y se ocupaba de que el
insolente lo viera. Nunca le pegó a nadie, que yo viera, pero ese orgullo por
tener un apellido especial me encantaba. Era incansable en su explicación, se
las daba a todos, aunque fuera gente a la que no iba a volver a ver jamás.
También era el único que me decía Nilsen. No tardé en cambiar el nombre del doctor
de mi novela por el de Lépez, y arrastrar esa anécdota a todos los que
equivocaban la “e” por una “o” cualunque y ordinaria. Cuando la novela se
publicó le expliqué lo que había hecho, y que podía considerarse beneficiado.
No sé si le gustó mi explicación, pero su mujer terminó por convencerlo que
estar ahí era un privilegio: lo había convertido en doctor.
En “La otra playa” también hay un personaje real: Lorena,
que fue la que me contó el episodio de la flotación. Cada vez que terminaba de
nadar, se quedaba haciendo la plancha en la pileta de su club. Después de la
muerte de su padre ya no lo pudo hacer más: en la relajación sentía que él o
alguien la llamaba desde el agua, e intentaba hundirla. Decidí conservar el
nombre de Lore y el de su madre. Aunque les expliqué que no eran ellas, sino
una exageración de ellas.
Siempre hacemos la explicación. Lo escuché a Bernatek
nombrar al mozo más agreta de Santa Fe y ponerlo de personaje. Todo el mundo lo
llama Mala Onda. En un párrafo de su novela “Ta loco aquel que quiera tu
corazón”, el Bicho lo describe tal cual es y le devuelve, ante una agresión rotunda
del individuo:
“- Decime, pelado, cuando a Santa Fe le pusieron “la cordial”
fue por vos, ¿no?
Por primera vez lo vi reír al pelado.
- Traete dos cafés con leche con medialunas, conchetumadre…”
Carlitos Bernatek dice que le leyó el párrafo y el otro no
se rio un carajo.
En esta novela nueva hice varios experimentos de realidad. Mi
amigo Hernán Bisman, por ejemplo, va a ejercer su profesión de editor de libros
en el futuro y en el pasado. Su mujer Clarisa lo acompañará, aunque en la
realidad trabaje de otra cosa. Ellos la leyeron y están chochos; el lunes que
viene vamos a brindar. Pero también figura mi amigo abogado, Gabriel Len, que
ipso facto haber salido el libro me escribió:
“Inicio mediación por el uso de nombre sin permiso.”
- Lo firmaste en sueños.
“Todo depende de que conste delante de testigos calificados,
ya que no recuerdo haber firmado nada. Mando ya mismo a secuestrar la edición.”
- Voy a tener que llamar a Len -fue mi respuesta.
“El secuestro será, también, en sueños”, dijo él.
Otra persona de carne y hueso que actúa en “Los mundos
anteriores” es el escritor Esteban Moscarda. Hace de Niño Moscarda. Esteban es
poeta y cuentista; tiene un libro de microrrelatos que se titula “The Time
Machine y otros cuentos del tiempo y el espacio”, editado por Peces de la Ciudad.
En “Los mundos anteriores” lee dos de sus micro historias, por recomendación de
Ana María Shua, la speaker, interpretando a Anmarie Shuít.
Lo último que hice es dotarles de personalidad a dos viejos
enemigos -ojo spoiler-: Edison y Tesla. No daba pie con bola en el diseño de
estos personajes; busqué sus frases célebres en Internet y en libros y compuse los diálogos con ellas, pero así y todo me faltaba saber cómo eran. Entonces
les inoculé los signos de la grieta argenta: a Edison lo hice gorila, racista
con los inmigrantes, nacionalista barato y muy agresivo de derecha; a Tesla lo
hice progre. Ahí dieron, los dos.
Afanar personalidades a la realidad es algo que hacemos los escritores. Al menos intuyo que es así. Bernatek y yo, como mínimo,
lo hacemos todo el tiempo. Pero después, inmediatamente después, nos callamos y
convertimos el espejo en un secreto, porque la gente suele ser muy susceptible.
En “Los mundos anteriores” me pasé de la raya. Sabrán disculpar, no creo que se
vuelva a repetir. La sinceridad no suele jugarme bien. Esperemos que el
experimento pase sin daños para nadie, oh, musa de la literatura.
Los tres personajes que más amo de esta novela son los
nuestros, con Nane Moi y Naná. Cenamos todos los sábados una parrilladita
sencilla y tomamos vino para festejar nuestras vidas. Somos personajes
personas (Naná es una perra que se cree persona) a la que le van las cosas
simples.
Felices en el quincho y en el libro.
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