- ¿Cómo afectó a tu trabajo la emergencia de la
cuarentena?
Mi labor de
arquitecto fue afectada antes por el “coronavirus macrista”, que llevó el
trabajo del Galpón Estudio a la mitad, con una desocupación de los alquileres
también de medio estudio y un parate en las actividades culturales que
ofrecíamos. Hubo lugares que no pudimos cubrir nunca, debido a la crisis
artificial a la que nos llevaron un montón de pésimas decisiones
gubernamentales y pactos forjados para mega estudios, que dejaron a los
estudios como el nuestro, medianos, prácticamente trabajando para cubrir los
gastos. En eso el macrismo fue muy efectivo: destruyó pymes y pequeñas sociedades
sin ninguna culpa. Ahora directamente cerramos el Galpón: la pandemia real –una
crisis verdadera- nos obligó.
Los primeros
días de confinamiento lo extrañé mucho; en este momento solamente extraño el
pimpón.
- En tu calidad de arquitecto, ¿qué podés
reflexionar en relación al elemento espacio en tiempos de
trabajo remoto o home office obligatorio?
La profecía cumplida del teletrabajo es, cuanto menos, sofocante. Primero porque hemos cambiado la visión laboral de tres dimensiones por una solamente de dos: la pantalla. No solo los trabajos se hacen ahí: las reuniones, los descansos, hasta el sexo. Segundo, porque le hemos quitado variedad al asunto.
La variedad,
el azar y la negociación con desconocidos son ingredientes de la ciudad.
Salimos a la ciudad a hacer una cosa, pero la variedad espacial, de
movimientos, de colores, de olores, nos va alterando graciosa o fatalmente el
recorrido. Por el azar implícito en el espacio público nos encontramos con
gente conocida, nos enteramos de sucesos nuevos, recibimos cantidad de
estímulos no contemplados ni previstos. Y negociamos con desconocidos a cada
momento: hay un reglamento para esperar un colectivo, por ejemplo, que cambia
en cuanto subimos. Para esperarlo hay que estar quieto en la parada
correspondiente, hacerle señas con la mano para que pare, hacer una cola para
subir por estricto orden de llegada. Y una vez arriba el orden de llegada se
pierde, y la condición para conseguir un asiento se logra por proximidad a los
asientos libres. Además hay un código de prioridades: embarazadas, ancianos,
personas con niños en los brazos. Y como esta hay mil negociaciones
disponibles, en plazas, esquinas, calles y bulevares. Desde estacionar un auto
a cruzar la senda peatonal en un semáforo, esperar un tren en un andén,
sentarse en un banco al lado de otra persona, bajar al subte, salir con el
perro y las bolsitas, llevar a los niños a los juegos públicos, tomar sol en un
parque, cortar una calle para un acto político, una fiesta, la largada de una
maratón, un concierto o un baile popular; cada actividad en la vía pública
tiene sus reglas y sistemas de ordenamiento y respeto.
Pero ahora
todo eso se perdió, porque el espacio público ha dejado de ser un lugar de
encuentro para ser el lugar del contagio. Lo comunitario pasó a ser interdicto.
¿Qué pasa con las ciudades cuando sus ansias comunitarias quedan suspendidas?
¿Qué pasa con las ansiedades individuales cuando no tienen la manera de trascender
en sociedad? Nadie sabe, estamos a mitad de un experimento de carácter mundial.
Todavía no ha terminado.
Sobre la
pantalla no hay error disponible; voy a reunirme con quien lo dispuse de
antemano y siempre adentro de este rectangulito tecnológico, mostrando de fondo
lo que quiero que vean. Al quitarle el azar al encuentro, todos los ejercicios
comunitarios de negociación, que sirven tanto al trabajo como al ocio, pasan a
ser previsibles. Y terminan cansando.
- ¿No le ves ninguna cuestión positiva?
Creo que
amplía la grieta. Imaginemos un estudiante de la Universidad de Moreno y uno de
la Universidad de Palermo, por ejemplo. El de la UM comparte la computadora con
su papá, que la usa para trabajar, está cansado a su vez porque tuvo que ayudarlo
todo el día; escucha la clase en la cocina, mientras su mamá hace una torta y
su hermanita toca el tonete; la señal de Internet que recibe es deficiente, por
barata. El otro tiene su laptop y cuarto propios, más tiempo para dedicarle a
la pantalla y una señal rápida y eficiente. Además de que a los docentes de Moreno
les llegó la novedad como un balde de agua fría, de un día para el otro, sin
estar preparados. Y la universidad privada ya lo había hecho, antes, numerosas
veces. Está pasando ahora en la improvisación dictada por la necesidad.
- En este mismo sentido, ¿cuál es tu visión del
elemento social que se entrecruza inevitablemente en el caso de hogares no
aptos para pasar una cuarentena? ¿Cómo puede responder a esto la arquitectura?
He leído por
ahí a filósofos y no tanto afirmar que el coronavirus marca el final del
capitalismo, pero cuanto más lo pienso, más absurdo me parece. Si los viejos, los pobres y los sin techo se mueren
es un triunfo del capitalismo. Si los sitios públicos se cierran es un triunfo
del capitalismo. Si muchas empresas quiebran es el triunfo de los monopolios
capitalistas, que se quedan sin competencia. Si no nos podemos juntar, habrán
ganado los otros. El coronavirus, con respecto al “derecho a la ciudad” del que
hablaba Lefebvre y continuó hablando Harvey es mucho más dañino de lo que
suponemos.
Si el espacio público desaparece engullido por el espacio
privado, habremos perdido como sociedad. No habría más lugar para manifestarse,
por lo pronto. Ni expansiones verdes, oxigenadas, para el habitante pobre de
las ciudades. Pensemos solo esto: alguien que tiene una casa con un jardín sigue
teniendo un exterior. Y es alguien que normalmente vive estrictamente en
interiores: tiene espacios cómodos, va a su trabajo en auto: está
permanentemente encapsulado. Sale a su jardín si quiere, porque recibe visitas,
juega a la pelota o hace un asado. La gente de las villas vive “en” y “del”
espacio público: las reuniones se hacen en terrazas y patios urbanos, el
trabajo se hace allí. El asadito lo hacen en la vereda, cuando consiguen carne.
El adentro de sus casas es casi siempre para dormir, o para mantener una mínima
intimidad.
Entre ambos personajes, habitantes los dos de la ciudad,
hay uno que perdió: el que menos tiene.
Si la
propiedad privada le gana al espacio público, habrá ganado la ciudad
capitalista.
- Me imagino que aparecerán nuevas opciones…
Vi una foto en
Facebook de una manifestación reciente en Plaza Rabin, Tel Aviv. El tema era que el centro
derecha no se juntara definitivamente con la extrema derecha; la gente salió a
protestar. Pero, por la pandemia, cada asistente levantó los brazos para tomar
distancia de los manifestantes de los costados, de atrás y adelante. Había una
persona por metro cuadrado, cuando en una manifestación peronista puede haber
hasta cinco o seis personas (la última que le hicimos a los militares o la que
le hicimos a Macri para defender la educación pública fueron así de densas).
Desde el dron, toda esa gente con los brazos en cruz formaban una especie de
cementerio. Fue lo primero que pensé cuando vi la foto.
Lo segundo
que se me ocurrió es que en el futuro, si se eliminan los contactos interpersonales
con extraños, las manifestaciones precisarán de lugares físicos mayores, más
amplios. Pienso en la tentación de un poder capitalista de enviar las reuniones
populares a manifestódromos lejanos y amplios, para que sean televisadas en
todo su orden. Y eso no sirve, porque la ciudad socialista que reivindica
Harvey y yo adhiero, esa ciudad rebelde, necesita rebelarse en el espacio mismo
de la política. En nuestro caso, la Plaza de Mayo, la del Congreso, donde
habita el poder. Tiene que molestarles. Y como manifestantes tenemos la
obligación de pisar todos esos canteros bellos de nuestras plazas
latinoamericanas, porque las que están fuera de lugar son las flores, no los
manifestantes. ¡No tiene ningún sentido que frente a la Casa Rosada haya canteros
con florcitas! Es un resabio de la política Napoleónica, del Barón de Haussman,
de la importación de modelos coercitivos que contribuyen como publicidad a la
auto contención. Cuando lo que precisa una sociedad actual en movimiento, una
sociedad viva, es la rebeldía contra los parámetros del capitalismo, las rejas,
las cámaras, la policía antimotines.
- Desde tu lugar de escritor, y por lo tanto por tu
cercanía al relato, ¿cómo describirías esta situación que hoy como humanidad
nos interpela?
Para escribir
una novela hay que auto confinarse; al menos yo no puedo llegar al punto de
concentración y entrega necesarios sin el guardado. Y en esa auto confinación
siempre le quité espacio y tiempo a la arquitectura (puedo hacerlo solamente en
las temporadas entre trabajos) y a los afectos, cuando novia, madre, hermanas
lo permiten. Tan es así que ahora estaba por irme a un retiro con una beca del
Fondo Nacional de las Artes, todo el mes de mayo, para escribir una novela. El
lugar se llama On/On, queda en Villa Cabana, Córdoba, y ya lo probé hace dos
años para terminar otro libro. Antes lo hice en una casa en La Pedrera que me
prestaba Hebe del Puerto, la mamá de Valeria. ¡Siempre me guardé! Los
escritores estamos acostumbrados a inmovilizarnos para la creación.
Con respecto
a la humanidad es una pregunta demasiado grande para mí, jamás podría pensar
nada compartido con tanta gente. Me asusta. Me imagino que un día todo pasará,
y habremos hecho lo que pudimos.
¿Qué es "tonete"? (Muy exhaustivo, por si todavía quedaban dudas...)
ResponderBorrarun flautín
ResponderBorrarHablando de espacios que hay que recuperar, este es uno de ellos. El feis se convirtió en la interfaz con la vida misma, y en este momento más que nunca.
ResponderBorrarExcelente!!! Gracias por publicar;;;
ResponderBorrarque bueno poder leerte
ResponderBorrarde verdad
Me gustó
ResponderBorrarAdemas pude comprobar que - ya olvidado- tenia un blog.
ResponderBorrarMuy bueno!!!!
ResponderBorrarQuerido colega y maestro: evidentemente el reportaje es muy político y me pareció casi perfecto. El casi estaría en que dado el caso, lucharíamos por la recuperación del espacio público como sujeto de acontecimientos trascendentes, tal como hemos luchado en épocas recientes. Y que vamos a hacerlo, no lo duden, cuando la ciencia logre vencer a este virus como, en los 50, se venció a la terrible polio. (David Zadu)
ResponderBorrarUna flauta dulce de plástico, para que los chiques aprendan los rudimentos de los vientos.
ResponderBorrarMe da placer intelectual aprehender de primera mano la dimensión social de la arquitectura que vas soltando en tu artículo.
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