"La Fundación Memoria del Holocausto nació en Argentina en el año 1994; al año siguiente recibió del Estado el edificio de la calle Montevideo 919 para la realización de un museo. El edificio en sí era una de las tantas usinas eléctricas pertenecientes a la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad, diseñadas desde 1915 por el arquitecto italiano Giovani Chiogna, que les dio forma de Palacio Florentino, con fachadas ladrilleras y torres almenadas. Más grandes o más pequeñas, las usinas y sub usinas distribuidas por Chiogna en Buenos Aires tienen el mismo aspecto medieval. La más grande se encuentra reciclada actualmente como Usina de la Música, y queda en La Boca.
En el año 2000 el Museo del Holocausto abrió sus puertas con una muestra transitoria de poco presupuesto, hecha casi a pulmón, y se afianzó en la parte educativa colaborando en programas como “Generaciones de la Shoá” de la licenciada Diana Wang. La superficie utilizada en ese primer reciclaje era menor que la del edificio recibido. En el año 2017 se le encargó al arquitecto Alejandro Daniel Becker, coautor del CCK y del Museo Casa Rosada, el diseño de un Museo del Holocausto que ocupara, como mínimo, todo el edificio, con exhibición permanente. La puesta que se acaba de inaugurar fue realizada por un equipo multidisciplinario formado por sobrevivientes, historiadores, museólogos, educadores, diseñadores gráficos e industriales y técnicos en multimedia, junto al estudio Becker. Hasta Steven Spielberg participó. Para ver museo y muestra hay que inscribirse en Museo del Holocausto. Los recorridos se hacen de lunes a viernes de 13 a 17 horas.
Dirigió nuestra visita el mismo Becker. Casi siempre pasear a otros colegas por la obra de uno es como hablar de los hijitos con otros padres del colegio. “Facundo va a quinto, le gusta el fútbol y la Playstation”, algo superficial. No es el caso del arquitecto Becker, que primero se hizo el que no era orador, pero enseguida explicó cada espacio y sus motivaciones como un experto. Y quedó claro hasta el más mínimo detalle de diseño que oculta cableados y retornos de aire acondicionados de esos que solamente a Clorindo Testa le quedaban bien, o mecanismos escondidos muy sutiles para abrir puertas y dividir espacios. Nos contó todo lo que sabía y consiguió despejar otras dudas; no conozco demasiados profesionales con esta sinceridad arquitectónica. A esta altura de la nota, va mi agradecimiento.
Básicamente, el museo tiene un acceso en la calle central empedrada que cruza por dentro del edificio y ya estaba en su disposición anterior. De ahí se desciende a un sótano, se recorren las salas a bajo nivel y se vuelve a subir en el bloque de atrás para regresar a los espacios de la planta baja. El recorrido, que nunca pasa dos veces por el mismo lugar, está organizado cronológicamente desde 1900 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La exposición toma prestado algo que tenía la precedente, la comparación entre lo que sucedía en Europa y nuestro país, con datos gráficos principalmente obtenidos de la prensa local. Pero mientras aquella exposición basaba su museística en impresos sobre paneles, la nueva es un deleite de nuevas tecnologías en marcha. El nuevo Museo del Holocausto vale por su contenido, pero además es maravilloso por el muestreo de punta: hay pantallas táctiles, tótems con información personal relatada por sobrevivientes, infografías, mesas interactivas y gran variedad de dispositivos e instalaciones. Hay también una App muy interesante con 75 estaciones en la que se puede seguir la historia de una familia judía de época.
Argentina aparece como un lugar que recibió a refugiados, pero también están los videos de los festejos nazis en el Luna Park y otros actos alemanes. La exhibición muestra el nazismo local y el repudio de nuestra comunidad, en noticias y afiches.
Otro detalle que se agradece al nuevo Museo del Holocausto es el ocultamiento de los videos del horror. Están, pero en una especie de buzones para que no sean de visión directa por los niños. Si el padre quiere que sus hijos vean un fusilamiento o una retro excavadora empujando decenas de cadáveres desnudos a una fosa, lo tendrá que levantar en sus brazos para que alcance la altura. Los primeros museos del Holocausto, empezando por el de Washington del siglo pasado, enfocaban la mayoría del material en el horror más crudo, casi pornográficamente. Lo que intentan las nuevas tendencias es educar sin estresar.
La excelencia de la exposición combina el relato multimedia con los objetos propios de la memoria del pueblo judío. Los trajes, documentos personales, valijas, una Torá, comparten vitrina con armas y uniformes. La idea es poder contar la historia desde diferentes puntos de vista: nazis, víctimas y personas que miraban sin hacer nada.
Tres momentos se destacan muy por encima del resto, y los tres están más destinados a emocionar al espectador que a enseñarle historia. La Sala solución final –a la que Becker llama por su nombre espacial: el galpón–, la Sala sensorial que viene inmediatamente después y la culminación del recorrido con el gadget de Spielberg.
La Sala galpón es el corazón del proyecto. Tiene dimensiones de auditorio, anfiteatro y exposición, y en su doble altura exhibe una instalación que hicieron los técnicos de sistemas: una pantalla enorme que corona su parte superior. Allí aparecen los nombres y apellidos de las víctimas, uno a uno, y se van volatilizando hacia arriba a medida que van siendo reemplazados por nombres nuevos. “Seis millones de víctimas, seis millones de nombres; para volver a leer uno de ellos deberás esperar 730 días”. La instalación tiene su antecedente en “7305”, que el artista plástico Luis Campos Cáceres hizo para la Amia en el año 2014, donde en lugar de nombres había fechas que se sucedían hasta llegar al día 18 de todos los meses, recordando el atentado del 18 de julio de 1994 con la frase “SIN VERDAD Y SIN JUSTICIA”. Una versión electrónica de la misma aún puede contemplarse en la estación PASTEUR – AMIA del Subte B.
La Sala sensorial es una simulación de uno de los vagones del tren que entraba a Auschwitz. Becker explica: “El proyecto recrea ese encierro para hacerle sentir al espectador lo mismo que sintieron las personas en su viaje hacia el campo de concentración”. Según los testimonios de los sobrevivientes, fue una de las experiencias más traumáticas. Se ven los durmientes pasando a velocidad entre los huecos de las maderas del piso del vagón, en forma de película continua. La instalación provoca un malestar cercano al mareo, y es imposible de fotografiar. Solamente puede sentírsela y sufrirla en vivo y en directo.
Dejé para el final el golazo del Museo. Si todo lo que escribí antes no te mueve a visitarlo, si lo que escuchás en la App no te emocionó y dieron ganas, con esta te convenzo. Hay un hecho real: nuestra generación va a ser la última que va a poder charlar cara a cara con un sobreviviente. Para eso sirve el trabajo de “Generaciones de la Shoá” que nombré antes: pasar de boca en boca la historia personal, de los mayores a los jóvenes. En dicho proyecto cada sobreviviente le cuenta lo sufrido a su ahijado o ahijada; el joven será quien ahora replique el recuerdo (el proceso en su totalidad puede seguirse en el documental “Monumento”, de Fernando Díaz). Pero… ¿qué pasaría si hiciéramos un ensayo de inteligencia artificial que contenga una imagen del sobreviviente en escala real, con las historias contadas y vueltas a contar directamente de su boca? O sea: armar un clon, un sustituto virtual del sobreviviente y ponerlo a contestar preguntas para toda la eternidad.
El experimento lo realizó la Shoah Foundation de Steven Spielberg junto a la USC de California –es una Universidad, porque según Spielberg los patrimonios de la memoria deber ser administrados por universidades y no por gobiernos, para que su uso sea académico y no tendencioso- y la gran Lea Zajac de Novera, que estuvo hasta los dos años en el gueto de Pruzany y después en Auschwitz-Birkenau. Lea grabó respuestas a más de 1000 preguntas durante cinco días –unas 25 horas reales de filmación- con el objeto de sanear las consultas de los visitantes. Aparece sentada en un sillón, presidiendo desde una pantalla el último salón del Museo. Delante hay un micrófono y un mouse. Cliqueamos y le preguntamos lo que sea. Me adelanto a averiguar cuál es la última película que vio. “Éxodo”, responde. Becker le pide que nos cante una canción; ella lo hace en yiddish, a capela. Le pregunto si todavía tiene pesadillas. “Los primeros años soñaba que me querían atrapar y yo corría y me encontraba encerrada entre paredes. No sé donde estoy, quiero salvarme y nadie me ayuda. También soñé durante años con árboles de panes, pero este era un sueño bueno”.
Entre los presentes está el ingeniero Ariel Shapira, Secretario Ejecutivo del Museo, quien afirma que lo más difícil fue educar el programa de reconocimiento de voces -de Google- para que advierta los múltiples acentos de las provincias argentinas. La segunda dificultad vino con el concepto de diálogo: el programa no toma palabras, sino frases. Hubo que coachear a la doble virtual de Lea. Cuanto más se equivocaba en contestar, una entrenadora del museo le iba indicando las respuestas correctas, y el programa las corregía. La próxima vez el modelo dará una respuesta más cercana a la realidad. Lea ya puede contestar más de 2000 cuestionamientos con un mínimo margen de error. Shapira le dice: “Lea, ¿qué mensaje tenés para nosotros?”.
“Mi legado es que no haya más guerras en el mundo. Que la gente sea más comprensiva y que trate de convivir. Que no haya diferencias y no se discrimine. Que la gente sea apreciada por lo que es, y no por su religión o raza. Que la gente aprenda a convivir en la diversidad. No discriminar. Tratar de defender la paz y el clima del globo terráqueo. Y que no haya guerras, quiero repetir”, insiste ella.
Queremos lo mismo, hermosa Lea."
¡Gracias, Pablo Perantuono!
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