28.11.19

FINAL DE LA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO / FINAL FINAL FINALÍSIMA SÉPTIMA DE SIETE Y DE FINAL


Hicimos juntos un banquetazo, comimos sanguchitos de bondiola yilé, choripanes, ensaladas, tortillas, pastitas, postres. Tomamos vinos, jugamos pimpón y metegol. Tuvimos visitas: tres escritores que se acercaron durante el año a leernos sus inéditos, Alejandra Kamiya, Inés Fernández Moreno y Belén Wedeltoft. Vino el escritor y profesor Julio Acosta y nos dio una clase de poesía griega. Di una mini teórica acerca de cómo se arma un libro de cuentos. Estuvieron todos los alumnos de este año: Fernando, Fabián, Laura, María, Lili, Lidia, Mariana, Pablo, Leo y asistieron también Belén y Eleonora, de cursos pasados. Vino Moira Sanjurjo a sacar fotos pero se puso a hablar con todo el mundo y se olvidó (jajá). Vio luz y subió Ramiro Gallardo, otro arquitecto que también escribe. Regalé una pila de libros de cuentos. Salió así:


Quedaron dos preguntas para terminar. Fernando insistió en que no entendía del todo cómo era la tercera persona omnisciente, precisaba un ejemplo. Heker nombra varios ejemplos de novelas, pero ninguno de cuento. Busqué uno moderno, para contradecir la opinión de la maestra de que la tercera omnisciente es un artilugio del pasado: Mark Haddon, el inglés de la increíble novela El curioso incidente del perro a medianoche acaba de sacar una colección de relatos titulada El hundimiento del muelle, de cuyo cuento homónimo extraje este párrafo:

“El granjero que lleva a rastras al niño con sus padres muertos consigue llegar a una zona donde el agua no cubre y advierte que se ha roto el peroné; uno de los fragmentos del hueso roza contra el otro. Debería dolerle, pero no siente nada. Necesita tumbarse cuanto antes. Se da la vuelta y mira las nubes. La gente corre hacia el mar, pero se detiene al ver la carga que lleva consigo. Una joven se abre paso entre la multitud, una enfermera de Southampton que trabaja en urgencias. Ha visto cosas peores. Es la única persona negra en toda la playa. Extiende las manos sobre los hombros del niño y algunos de los que observan la escena se preguntan si le está haciendo vudú, pero la firmeza de su voz consigue que el chiquillo se separe de los dos cadáveres, se vuelva y se deje abrazar por una persona que no está asustada. El color de su piel también ayuda, que ella sea tan distinta de esa gente a la que él ya no pertenece. La chica se llama Renée. Seguirán en contacto durante los treinta años siguientes.”

Ese cuento está narrado por alguien que sabe lo que opinan todos, cuando se preguntan por el vudú, pero sobre todo sabe qué pasará en el futuro, y puede relacionar esos datos con acciones del presente o anécdotas del pasado. Esa es su calidad de omnisciencia. Pasa lo mismo en La pistola. Del mismo libro recomiendo leer, además, El salvaje.

Lili tuvo una pregunta para Inés Fernández Moreno, pero no se la hizo en el momento porque la quiso redactar correctamente. Cuando me la dijo pensé que lo mejor era que se la hiciera por meil o por wasáp, ya que había surgido de la lectura de Malos sentimientos y estaba destinada exclusivamente a ella. Van, pregunta y respuesta:

LILI:  “¿Qué nos puede comentar acerca del uso del presente narrativo, o sea: el presente con valor de pasado? Habitualmente se dice que el presente narrativo acerca la acción al lector, como si la acción se desarrollara frente a sus ojos. En general, nosotros en el taller lo corregimos y lo pasamos al pasado. Ejemplos que encontré:
 En Huevos me parece que usa el presente para el relato base y el pasado para el pasado del relato (páginas 9, 10). Que el relato base esté en presente creo que contribuye a generar suspenso. De repente usa el pasado para el relato base: “A las siete de la tarde pasó por la productora. Chequeó unos tracks, nada demasiado pesado.” E inmediatamente vuelve al presente “Así que a las nueve ya está en un boliche…” (página 14). Las acciones secundarias parecen estar en pasado y el narrador vuelve al presente para la línea narrativa principal.
 Un número de cinco cifras empieza en presente narrativo y al final de la primera página pasa a pasado (página 49) y continúa en pasado hasta el final.
Queridos gatitos está contado fundamentalmente en presente narrativo. Hay muy pocos pasados, por ejemplo: “El 95 interrumpió otra vez nuestra charla” (página 139).
La impresión que me da es que usa el presente narrativo con total libertad cuando lo cree conveniente. A veces se asemeja a la parte visual de un guión que te muestra lo que está haciendo el personaje en la pantalla.”

INÉS: “Recomiendo la lectura de Vivir es fácil, el pez está saltando, de Castillo. El ochenta por ciento está en presente o en un pretérito perfecto que forma parte del sistema del presente. Uno puede elegirlo para seguir una escena en vivo. Si no, se puede usar el presente como presente histórico para hacer más vívido un momento del pasado. Y también se puede usar cuando a uno intuitivamente le parece que va bien. Pero esto último es más difícil. En la novela, por ejemplo, yo lo uso cada vez que se presenta un sueño. Me gusta meterme en el sueño en presente.”

YO: “A mi también me gusta meterme en los sueños en presente.”

Me quedó un cuento para recomendar, y mi viborón. El cuento es de Kafka: "En la colonia penitenciaria", Sé que ustedes me lo van a agradecer. A mi viborón lo postearé más adelante, con las listas finales.

Así terminamos estos talleres que tan creídamente juzgué Clínica con mayúscula y creo que fueron apenas meros mimos de enfermerx, como cantó Charly García alguna vez. Pero mimos al fin. Los estuvimos necesitando en estos cuatro últimos años desastrosos de neoliberalismo. La Clínica de cuentos del Galpón Estudio fue una buena cueva, y se acabó. Veintidós meses de reunirnos. Ocho asados. Treinta tortas. Ciento cincuenta botellas de buenos vinos, y unas cincuenta jarras de café. Leímos unos doscientos cuentos profesionales y otros seiscientos amateurs. Tuvimos noventa y cinco cenas juntos entre los veinticinco alumnos y trece invitados que vinieron, de primer nivel. Hubo cocineros profesionales que pasaron a regalarnos sus manjares: Natalia Kiako, Laura Lober y Oslo comidas de mar. Prometí dar lo que sabía y cumplí. No puedo medir si les sirvió a todos; a mí, sí. Este oficio de mentirosos, como lo llamaba Castillo, suele ocurrir en soledad, y a veces los escritores nos aburrimos un poco de estar solos o adentro de mundos que no coinciden con los reales.

“La ficción es, por definición, una impostura –una realidad que no es y sin embargo finge serlo- y toda novela o cuento es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de una técnicas de ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos de los circos o teatros. La mala novela que carece de poder de persuasión, o lo tiene muy débil, no nos convence de la verdad de la mentira que nos cuenta. La literatura es puro artificio, pero la gran literatura consigue disimularlo y la mediocre lo delata”.

Las palabras finales son de Mario Vargas Llosa, un traidor político a América Latina de lo más hijo de puta que vi, pero también uno de los más grandes narradores de estas tierras. No hay que creerles a los escritores. Nada de nada. Hasta siempre.

2 comentarios:

  1. No hay que creer ni siquiera las despedidas. Gracias, Maestro.

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  2. Esta despedida sí. Es verdad, se acabó.

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