24.5.18

OCTAVA REUNIÓN DE LA CLÍNICA DE CUENTOS DEL GALPÓN ESTUDIO / QUINTA TEMPORADA


Como estamos en semana de mayo y teníamos un invitado especial, decidí hacer empanadas de carne, condimentadas con una harissa suave que traje de San Pablo. A Daniel Guebel le encantaron: leímos “El ser querido” y se quedó con nosotros hablándonos de sus principios bioycasarianos. Voy a ir a su programa en el Canal de la Ciudad próximamente, a hablar de humor en la literatura. Le di “Auschwitz” para leer (jo jo). 
Fue una jornada especial, también porque al Galpón llegamos todos juntos de la inauguración de una muestra colectiva en la que participó Claudio Barragán, entre otros muchos amigos (Carlos Marinic, Mauricio Zolkwer, Torcoletti). Daniel no solo habló de su literatura, también elogió e intervino críticamente en las lecturas del cuento de Fernando y de los capítulos 5 y 6 de la novela que se lanzó a hacer Claudio. Di mis apreciaciones en el caso de la novela por capítulos, y Dani me acusó de ser como Castrilli, que tal vez estaba sacándole tarjeta amarilla antes de tiempo. No sé si él sabe más que yo acerca del enigmático contenido. Pero yo me baso en tres consejos que da John Gardner en su libro “Para ser novelista”.

CONSEJO 1
”Cuando llevamos leídas cinco palabras de la primera página de una buena novela, nos olvidamos de que estamos leyendo palabras impresas en una página y comenzamos a ver imágenes: un perro husmeando entre cubos de basura, un avión volando en círculo sobre las montañas de Alaska, una señora mayor lamiendo furtivamente su servilleta en una fiesta... Nos deslizamos en un sueño y olvidamos la habitación en que nos encontramos o que es hora de comer o de ir al trabajo. Reproducimos, con mínimos cambios y nimios en su mayor parte, el sueño vívido y continuo que el escritor forjó en su imaginación (revisándolo una y otra vez hasta que consigue plasmarlo con exactitud) y encerró en el lenguaje para que otras personas pudieran abrir su libro y volver a tener ese sueño siempre que quisieran. Si el sueño ha de ser vívido, las señales del lenguaje del escritor –las palabras, los ritmos,
las metáforas y demás– han de ser nítidas y suficientes; si son vagas, descuidadas, confusas, o si no bastan para hacemos ver claramente lo que se nos presenta, nuestro sueño será nebuloso, desconcertante, y acabará molestándonos y aburriéndonos. Y si el sueño tiene que ser continuo, tenemos que poder leerlo con atención y no vernos obligados a releer las palabras impresas porque el lenguaje empleado nos distrae. Así, por ejemplo, si el escritor comete una falta gramatical, el lector deja de pensar en la señora mayor de la fiesta y mira las palabras del texto, para ver si, como parece, la frase es gramaticalmente incorrecta. Si lo es, el lector piensa en el escritor o, posiblemente, en el editor –«¿Cómo es que se les ha escapado una cosa así?»– y no en la señora, cuya historia se ha visto interrumpida.”

               
CONSEJO 2
“Para publicar una obra de la extensión de una novela, quien la escribe debe aspirar a una de estas dos cosas: a hacerse con un reducido círculo de admiradores o a encontrar los medios necesarios para cumplir el primer requisito que el lector ordinario exige de cualquier escrito de extensión superior a quince páginas, a saber, fluidez, la sensación de que los acontecimientos discurren en determinada dirección, de que fluyen hacia adelante. El lector común exige una razón para seguir pasando páginas. Hay dos cosas que pueden hacer que el lector siga adelante: argumento e historia (y ambas están presentes, poco o mucho, en la buena ficción). Si el argumento
simplemente repite lo mismo todo el rato, sin ir de a a b, o si la historia no avanza en una dirección clara, el lector pierde interés. Dicho de otra manera, si el lector no encuentra nada que le intrigue (¿Adónde lleva este argumento? O, ¿qué ocurrirá si el filósofo racionalista comienza a hacer caso de las advertencias de ese alumno suyo que es médium?), acaba abandonando la lectura del libro. Todo escritor sabe o al menos intuye que la inmensa mayoría de los lectores espera que el libro avance (aun cuando, según determinada teoría que sostiene el escritor, sea un error que lo esperen), y el escritor que decide hacer lo que la mayoría de los lectores no quieren que haga –el que se niega a explicar una historia o a exponer por anticipado el argumento–, probablemente llegará un momento en que no podrá seguir adelante. Pasarse la vida entera escribiendo novelas es lo suficientemente duro como para justificar cualquier cosa, pero lo es mucho más pasarse la vida escribiendo novelas que nadie quiere leer. Si diez o doce críticos alaban la obra de uno pero el resto del mundo ignora su existencia, es muy difícil mantenerse en la convicción que tan amables críticos no son una pandilla de chalados. Esto no quiere decir que el escritor serio deba intentar escribir para todo el mundo, ganarse tanto al público de Saul Bellow como al de Stephen King. Pero si escribe sólo para alcanzar un ideal puro de perfección estética, lo más probable es que acabe desanimándose.”


CONSEJO 3
Si el escritor entiende que las historias son ante todo eso, historias, y que el mérito de las mejores es dar origen a un sueño vívido y continuo, raro será que no se interese por la técnica, ya que la mala técnica es lo que más rompe la continuidad e impide que dicha ilusión se desarrolle. Y no tardará en descubrir que cuando manipula deslealmente lo que escribe –forzando a los personajes a hacer cosas que no harían si se vieran libres de él; introduciendo demasiado simbolismo (con lo que disminuye la fuerza de la narración al quedar excesivamente dirigida al intelecto); o interrumpiendo la acción para moralizar (por importante que sea la verdad que desee predicar); o «inflando» el estilo hasta el punto de que éste destaque más que el más interesante de sus personajes–, el escritor, con estas torpezas, estropea su creación. Hay que leer a otros escritores para ver cómo lo hacen (cómo evitan la manipulación abierta), o leer libros sobre el arte de escribir –hasta los peores pueden ser de cierta utilidad–, y sobre todo, hay que escribir, escribir y escribir. Antes de abandonar este tema permítaseme añadir que cuando el joven novelista lea libros de otros escritores, debe hacerlo no como lo haría el universitario especializado en literatura, sino como lo haría un novelista. El primero estudia la obra para comprender y valorar su significado, para ver de qué forma se relaciona con otras obras de su época, etcétera. El joven escritor debe leer tratando de averiguar cómo lo hace el autor para crear los efectos que consigue, de captar sus procedimientos, incluso pensando qué habría hecho él en la misma situación y si su manera de hacerlo habría dado mejor o peor resultado y por qué. Tiene que leer con la misma actitud que el arquitecto novel al mirar un edificio, que el estudiante de medicina al presenciar una operación, con devoción y espíritu crítico al mismo tiempo, deseando aprender de un maestro y atento a cualquier error posible.”

La próxima clase voy a empezar con la buena noticia de este mes. Traigan vino para celebrar. Con las empanadas tomamos un exquisito Piattelli que trajo Fabián y un Dadá que quedaba de los que trajo Eleonora un par de encuentros atrás. Ambos malbecs. ¡Gracias!

1 comentario:

  1. Un lujo la prasencia y los aportes de Guebel, las empanadas, la exposición de Barragán, el vino. En fin: taller literario/culinario/multimedia de lujo. Eso sí: lean “Auschwitz”, que se nos pone nervioso Nielsen.

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