El martes fui al programa de tele de Daniel Guebel (Canal de la Ciudad) a
hablar sobre el humor en la literatura junto a Ariel Magnus y Vera Giaconi.
Ariel, que estuvo brillante como siempre (hay que saber hablar en la tele; él,
Kohan y Tabarosky lo hacen a la perfección), me terminó regalando un libro de
cuentos titulado “Seré breve”. Son cien cuentos de cien palabras cada uno. Y al
final del libro hay un apéndice de micro micrónicas, cien también, de cien
letras por texto. Un obsesivo total. Además están re buenos, los escuetísimos.
Van uno y uno, como muestra:
“UN VIEJO CONOCIDO
Fue verse y abrazarse. “¡Tanto tiempo!”,
exclamaron al unísono. Se pusieron al día, intercambiaron teléfonos,
prometieron juntarse a tomar un café. En el taxi camino a su casa M. trató de
recordar por qué había dejado de verlo, si era tan buen tipo. (La vida lo junta
a uno con cada basura, se decía, mientras que la gente valiosa se pierde de
vista como si nada). Pero cuando quiso pagar, notó que le faltaba la billetera.
No dudó de quién había sido, sino de si había aprovechado la confusión del
saludo o esperado el abrazo de despedida.”
El aforismo centesimal:
“Cuando llegamos a un nuevo hogar, las cosas
se dejan poner en orden. Luego van imponiendo de a poco el suyo, hasta
atraparnos.”
Que el aforismo tenga 104 caracteres me deja
un poco más tranquilo. Suerte que este obse escribe, porque podría andar por
ahí matando gente sin que nadie lo descubriera jamás. Magnus puede replicar que
los cuatro caracteres que le sobran son dos comas y dos puntos y que él
prometió cien palabras, ni espacios, ni signos, y le tendremos que creer, al
menos cuando desenvaine la faca.
Cito estos cuentillos porque ayer tuvimos
otra gala en la Clínica del Galpón Estudio. Vino Sergio Gaut vel Hartman. Sí,
el de la legendaria revista Sinergia y la intensa Cuásar, a darnos cátedra
sobre el microcuento y sus antologías. Se vino con un montón de libros, nos
habló, nos leyó ficciones brevísimas de su pluma y de otros grandes como Ana
María Shua y Mempo Giardinelli. Y, sobre todo, nos presentó cinco de sus muchos
proyectos abiertos para que participemos. Las instrucciones son las siguientes:
entrar a Facebook al grupo “Antologías” que él dirige y empezar a escribir para
alguna. A Sergio no le importan los famosos: basta con que los cuentos sean
buenos. Al final los libros salen en papel por diferentes editoriales de
Argentina, España, México y Chile en las que tiene conexiones. Van cinco
proyectos posibles para participar ahora (de hecho, nosotros vamos a intentarlo
grupalmente durante la clase que viene):
1.- Extraterrestres – 100 a 500 palabras. Cierra
el 15 de noviembre.
2.- 200 páginas de amor -200 a 500 palabras.
Cierra el 30 de noviembre.
3.- Bificciones – no más de 1000 palabras
escritas a cuatro manos por dos escritores amigos o con compañero elegido al
azar por Sergio – tema libre. Cierra el 31 de diciembre.
4.- Mutantxs y alienígenxs – sexo y ciencia
ficción de género (¡genial!) – de 1000 a 4000 palabras. Cierra el 15 de
diciembre.
5.- “La risa en frasco chico” –antología de
humor – entre 100 y 500 palabras. Cierra el 15 de julio.
Sergio es un incansable de la literatura de
ciencia ficción o ficción especulativa, como le gusta llamarla. Un verdadero
honor haberlo tenido en el taller. Se fue a las diez de la noche. Después leyó
Pablo, y no alcanzamos a seguir con la novela de Claudio, pero lo haremos en la
próxima ocasión.
Comimos unos retorcidos de queso, que
son unos palitos que vi en Internet y me tentaron. Se hacen así: comprás una
masa de hojaldre para pascualina y armás como un alfajor fino, con fetas de
queso de máquina como único relleno entre las dos tapas. Estirás con un palote
para que las superficies se peguen bien y el conjunto quede más fino. Untás con
huevo de una sola cara y le pegás semillas de sésamo y amapola. Después cortás
tiras y las enroscás por las puntas. Van al horno medio durante quince minutos.
Quedan como columnas salomónicas crocantes; son exquisitas. Preparé también dos
mayonesas, una de harissa y curry, otra de comino y tabasco.
Pablo agregó un budín de zanahorias y zapallo
que estaba delicioso. Comimos todo acompañado con vinos y cafés. Fernando trajo
paltas de su planta para regalar, así que los escritores se llevaron un
presente masticable (¡nos olvidamos de darle a Sergio, uh!).
Fue una noche de sorpresas. ¿Cuál fue la mía?
Este año, para festejar la quinta temporada, habrá una clase más por el mismo
precio, aprovechando que mayo tuvo cinco miércoles. Trece, mi número de la
suerte.
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