Primero, la cena. La queridísima Laura Lober, de Murakami Sushi de Autor, nos trajo dos sushi-cakes, la última moda del sushi en Japón y
en el mundo. Lo condimentó con rocoto peruano, lo adornó con finas rodajas de
pepino y caviar de salmón, y lo salseó con miel de maracuyá. Qué les puedo
decir: el mejor sushi de Buenos Aires lo está haciendo Laura. Para pedidos y
clases comuníquense desde su página; ella en persona contesta meils y llamados.
Una genia. Tomamos dos botellas de vino blanco de calidad, dulce y seco. El
dulce lo trajo la misma Laura, el seco la otra Laura de la Clínica.
Leímos a Carlos Chernov, “La composición del relato”, a
mi juicio su cuento más atroz (“Amores brutales”, Editorial Sudamericana).
También leímos un cuentazo de Bolaño, “Gómez Palacio”, de su segundo libro “Putas asesinas” (Anagrama).
Hubo asistencia completa, éramos diez (Laura Lober se
quedó a comer con nosotros, como es la tradición). Leyeron Flavia y Fabián. El
cuento de Flavia estaba casi bien, si me presta atención a las correcciones
que le hice con lápiz lo va a tener terminado en poco tiempo. El de Fabián
es más difícil; le encontramos problemas de trama y fragmentos que no se entendían
del todo. Es su cuento de terror (el que pedí como consigna). Bien porque se
animó. Yo empecé a escribir el mío; espero que los otros concurrentes al taller
también lo estén haciendo.
¿Cómo arreglar un texto imperfecto? Leímos dos páginas
del libro “Armar un cuento”, de Massolo y Mindurry, en lo que respecta a la
velocidad de una trama. Hay un modo rápido, en el que con elipsis y
distracciones varias el narrador decide contar una vida o un problema de años
en un rengloncito. Y hay un modo lento que va al grano, tiene diálogos y
descripciones minuciosas de lo que las personas hacen mientras hablan o
mientras intentan relacionarse con su entorno. Para ejemplificar ambos tiempos,
Massolo y Lili se meten con “La intrusa”, de Borges. Recomiendo leer su práctico libro a los que recién comienzan a escribir.
Y van mis consejos de orden de la trama, Fabián (creo que
no te ayudé mucho anoche, volví a leer tu cuento y me parece que ahora sé lo que
habría que hacer; al menos lo que yo haría con esa historia).
1- Como
te dije, y en esto insisto, deberías meter más datos de la relación abuelo
nieto, y detalles en la fabricación y secado de salamines intercalados como recuerdos en la inquietante historia de la gruta . En estos flashbacks el viejo hace y el joven mira.
2- En el
último de los recuerdos el abuelo cae en cama, enfermo y preocupado por
poder trasmitirle al nieto los secretos de su hacer. Vemos que el nieto no sabe
cocinar, solamente sabe vender, y el abuelo ya casi no puede explicarle nada.
3- Inmediatamente
después viene la catástrofe en la gruta y el chico queda atrapado. Extraña a su
abuelo y se pregunta si aún vivirá. Se va comiendo los salamines de su mochila
hasta que acaba con todo. Simplemente se sienta a esperar un milagro.
4- Aparece
alguien y él se alegra porque lo vienen a salvar. Contrariamente a lo que pasa
en el cuento, el chico trata de hacer ruido, de llamar la atención del hombre que lleva la
linterna. Ve una salvación; quiere ser rescatado.
5- El
de la linterna es el espíritu de su abuelo que le trae de comer. Como pasa en “El
emisario”, de Ray Bradbury. No lo va a sacar de ahí, pero le deja agua y más salamines, para que no muera.
No precisás dos fantasmas, Fabián, basta con el del
abuelo, que muere mientras el chico queda encerrado en la montaña. El abuelo
representa la comida de la casa, algo que está destinado a no seguir por la falta de capacidad e interés del nieto. Y gracias a la ficción vemos que sigue, inclusive en el peor de los
momentos. El abuelo hace que el chico no desfallezca de hambre. No sabe ni puede sacarlo de ahí, pero lo va a alimentar.
Para la próxima semana sale cuento de Samanta Schweblin, el primero
de su último libro. Y recibiremos a la escritora Belén Wedeltoft, que nos
cocinará las exquisiteces que vende en Oslo, su fábrica de empanadas de salmón
gourmet. ¡Manden textos!
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