28.3.17

DDUM 565: AURICULARES / GABY COMTE

Soy cantante y editora. Siempre odié escuchar música con auriculares, inclusive al grabar en estudio me resultaba antinatural. Aunque me los hubiera regalado mi hija Luisa para un día de la madre de un año feliz. Pero en una época de mi vida, agobiada por maltratos laborales varios, decidí llevármelos a la editorial donde trabajaba, a modo de escape diario de las miserias cotidianas. Funcionaron.
No hacía mucho tiempo mi vida había sufrido un tsunami: me había dejado mi pareja; a los quince días sorpresivamente se había muerto mi madre, joven y hermosa; la editorial donde trabajaba se había vendido a una multinacional, por lo que peligraba mi sustento y, como si todo esto fuera poco, la familia de mi ex había puesto mi casa en venta.
Llegaba al trabajo y me ponía a lidiar con los libros. Mientras tanto, gracias a la música, recuperaba mi identidad, mi fortaleza, mis gustos. Los auriculares me hacían escuchar para adentro y escucharme. Saber quién fui, reaprender lo que siempre he sido y afirmarme como cantante.
Al mismo tiempo esos auriculares me permitieron volver a contactarme con viejos temas. Como buena neurótica que soy, no puedo escuchar música nueva haciendo “otra cosa”. La música para mí es centro, no fondo. Pero funciona diferente si conozco las canciones, si ellas son parte del soundtrack de mi educación musical y sentimental. En ese caso puedo trabajar tranquilamente, leer textos y editarlos, corregir pruebas.

Un día cambié de vida, cambié de barrio, cambié de trabajo. Cuando empecé a cantar en vivo como solista, paralelamente a mi carrera de editora, perdí los auriculares en un cajón. En la nueva oficina tenía maravillosos compañeros y desafíos estimulantes que no necesitaban un escape.
Los usé por última vez en una ocasión muy especial, un lujo que me dio la vida: escuchar  “Ángel”, el disco póstumo de Mercedes Sosa, antes de que saliera a la venta. Quería transcribir las letras, percibir la respiración de Mercedes, sus tonos, para poder editar el cuadernillo del interior. Necesitaba sentir esas letras lo más concentradamente que pudiera, porque eran palabras atrapantes como telas de araña, sutiles como reflejos en el agua; como una luz. Después de eso, se los regalé a Nielsen.
 Allá se fueron, a una pared de piedra. Y mis recuerdos se fueron con ellos.

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