"¿Como lograr que la memoria hable de nosotros? Nos integre, nos haga sentir parte.
Solidarios.
En este sentido Berlín es una cuidad paradigmática.
Protagonista excluyente del siglo XX, no se permite el olvido.
Cuesta creer que esta ciudad moderna y plural estuvo
brutalmente dividida en dos.
Los pedazos del muro que hoy quedan en pie son un monumento
en sí mismo.
Allí están también las víctimas. Podemos conocer sus
nombres, la fecha en la que nacieron. La fecha en la que murieron.
La memoria está presente por toda la ciudad. En la estación
de trenes Berlín Grunewald se mantiene
el andén 17. Lugar donde comenzaron las deportaciones de judíos.
A cada lado del andén figuran las fechas, la cantidad de deportados
y los destinos de los trenes.
Aunque la gente siente con el cuerpo más que con la razón.
El artista israelí Kadishman construyó en el museo judío de Berlín
una instalación con diez mil caras de
hierro llamada “Hojarasca”.
Esas caras… quiénes son?
A metros de la puerta de Brandemburgo, el bosque de Tiergarten
deja paso a 2711 bloques de hormigón. Se trata del monumento a los judíos
asesinados de Europa, obra del arquitecto Peter Eisenman.
El monumento puede ser recorrido y literalmente uno perderse
en su interior.
Ningún símbolo del judaísmo está presente en este monumento
dedicado a los judíos.
Eso lo hace reparador,
buscando los puntos de unión que hay entre las víctimas
del holocausto y la comunidad que los aloja.
El monumento es visitado por miles de turistas año tras año.
Y si bien no es un lugar solemne, de recogimiento como algunos quisieran, su
sola presencia en Berlín habla de una firme decisión política.
El registro del
monumento es poético. No testimonial. No explica la shoá.
Lo documental ya está hecho. Está en todos los museos de la shoá
del mundo. En los libros de historia. En las fotos.
Nosotros sentimos el deseo y el deber de iluminar una faceta
nueva dentro de un relato que ya parece haber sido iluminado de todas las
formas posibles."
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