13.7.09

EL TRABAJO FUERA DE LA CASA

Hasta hace tres meses siempre había trabajado adentro de mi casa. Con la computadora, con el teléfono, con mi tablero. Vivo solo y me mantengo desde los 16 años. Sin embargo, si alguien le preguntara a mi padre si yo trabajé en la vida, él respondería "no", sin dudarlo un segundo. Que no me vio trabajar jamás. Cosa extraña. Pero aquí estoy, sano y salvo, y todo casi sin salir por la puerta de calle, salvo para visitar obras o ir al cine.
Históricamente, estas cosas nos vienen de la Edad Media, en la que la gente trabajaba en el lugar que comía y dormía, y salía únicamente a vender sus productos en las ferias. Con la era industrial apareció la necesidad de los grandes espacios para contener a montones de trabajadores, y finalmente el Movimiento Moderno adornó esa necesidad con teoría: la ciudad estaría severamente dividida en lugares para trabajar, para dormir, para divertirse. ¡Y guay de que se mezclaran los espacios! El único ejemplo acabado de este modelo es Brasilia, y subsiste porque a sus habitantes no les preocupó superponer actividades posmodernas y sacar el jugo a lugares muertos. Tal vez lo único bueno de la posmodernidad en arquitectura y urbanismo haya sido esa renegociación de los espacios con horas muertas de la era industrial y el Moderno: armar talleres nocturnos en las escuelas, aprovechar oficinas con dobles turnos, volver a trabajar desde tu casa: un "no" rotundo a las ciudades dormitorio, o a los centros urbanos que quedan absolutamente vacíos después del éxodo de las 6 de la tarde.
Dice Edward Hall en La dimensión oculta, un libro que era muy común en los años 70 y ahora se perdió en la nebulosa de los olvidos literarios: "El hecho de que pocos hombres de negocios tengan su despacho en su casa no puede explicarse sólo sobre la base de lo convencional y de la inquietud de la dirección suprema cuando los jefes no están visibles. He observado que muchas personas tienen dos o más personalidades, una para los negocios y otra para el hogar, por ejemplo. La separación entre despacho y hogar en esos casos contribuye a impedir que esas dos personalidades, a menudo incompatibles, choquen en forma violenta y hasta puede servir para estabilizar una versión idealizada de cada una, conforme con la imagen proyectada por la arquitectura y por el ambiente". ¿Entonces Le Corbusier tenía razón? La idea de un Dr. Jekyll & Mr. Hyde parece de fábula, pero al mismo tiempo si lo pensamos un poco, los interiores del trabajar siempre han sido distintos a los del habitar. Como si el trabajo fuera una manera menos comprometida de la vida.

(Continúa en LVI, traducido al cordobés.)

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